De comienzo en comienzoElena Murillo

En el Día del Trabajo

Actualizada 05:00

Hoy amanecemos en uno de los días que son festivos para toda España y para la mayoría de los países del mundo, el Día Internacional de los Trabajadores. Es ésta una fecha que ofrece la oportunidad de pensar no solamente en clave de derechos y deberes sino en algo más básico, en la emergencia de que toda persona posea un trabajo digno que, más allá de cubrir sus necesidades vitales, le haga experimentar un desarrollo y crecimiento personal.
Para buscar el origen de esta fiesta hay que remontarse al preludio de la revolución industrial, en Estados Unidos, cuando los trabajadores comenzaron a reivindicar, se podría decir, la división del día en tres partes: ocho para el trabajo, ocho para el ocio y ocho para el descanso. Una vez más, las calles estarán hoy ocupadas con motivo de este recuerdo; un recuerdo que, en cierto sentido, olvida que el objetivo solamente se ha conseguido de forma parcial si se atiende a la totalidad de personas, ya que no todas ellas tienen la posibilidad de gozar de un trabajo medianamente justo o apropiado. Desgraciadamente siguen existiendo jornadas maratonianas y el sometimiento campa a sus anchas en ciertos sectores.
Desde el Magisterio de la Iglesia se ha tenido en cuenta esta cuestión y sería a mediados del siglo XX cuando el Papa Pío XII declarara la festividad de San José Obrero coincidiendo con la conmemoración que hace el mundo del trabajo en este día. Previamente, bastantes años antes de este hecho, la encíclica Rerum Novarum de León XIII demandaba para los trabajadores unas condiciones laborales dignas y un salario justo. Esta es la línea de la Doctrina Social de la Iglesia que se ocupa de reflexionar, a la luz del Evangelio, acerca de los problemas sociales de cada época.
A León XIII le seguirían Pío XI con Quadragesimo Anno en el cuarenta aniversario de la Rerum Novarum. Después vendría la afirmación del Concilio Vaticano II que subrayaba el trabajo como «un derecho fundamental y un bien para el hombre».
De mayor relevancia es otra encíclica, en este caso de Juan Pablo II, Laborem exercens. En ella se vuelve a hablar del trabajo en sentido de derecho natural de la persona pero también se entiende como una vocación y un pilar fundamental para las familias. Más tarde, en Centesimus Annus se aportan otros elementos desde el punto de vista moral.
Benedicto XVI y Francisco también insisten en el trabajo como expresión de la dignidad humana. Quizá sea hoy un buen día para tener presentes las palabras del Santo Padre Francisco cuando señalaba que «las desigualdades sociales, las formas de esclavitud y explotación, la pobreza de las familias por falta de trabajo o por un trabajo mal pagado son realidades que deben oírse en nuestros círculos eclesiásticos».
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