Bendita agua
Tras una semana de lluvias como hacía tiempo que no recordaba nuestra memoria, no está de más hacer una reflexión sobre tan estupendo hecho. Dice el refrán que «no se echa de menos el agua hasta que se seca el pozo», y eso se lleva sintiendo desde hace tiempo cuando se han visto desiertos los pantanos, no ha quedado una gota de líquido en los pozos y hasta se ha tenido que distribuir agua potable en cisternas en muchas poblaciones. Se les puede preguntar por ello a los vecinos del norte de la provincia de Córdoba, que darán mil y una razones para agradecer y acoger con alegría esta bendita lluvia de los últimos días que ha venido a resarcir un tiempo de extrema sequía vivida en sus propias carnes. Ellos habrán tenido a bien recitar, al modo de Juan Ramón Jiménez, «llueve, llueve dulcemente…», instante en el que otros se contagiaban mojando sus ojos con diferentes gotas por hacerlo en una semana más bien pensada para el triunfo de un sol brillante. Se daba cumplimiento así al dicho popular de que nunca llueve a gusto de todos.
Y es que la borrasca Nelson no ha escatimado en agua, al contrario, ha resultado bastante espléndida y provechosa. Día tras día, en el septenario que quedó atrás, se pudo cantar, igual que lo hiciera el insigne Antonio Machado y a pesar de haber superado el invierno, aquello de «monotonía de lluvia tras los cristales».
En esta situación, se hacía evidente la sensación de un vaso medio vacío al hablar de una Semana Santa deslucida o con pérdidas económicas en el sector hostelero, algo que encontraría su contrapunto en el júbilo de agricultores y ganaderos cuya visión es la contraria. A pesar de que ambos puntos de vista son igualmente válidos, se puede concluir que Dios nos ha privado de lo que nos hace disfrutar, de la belleza expuesta por las cofradías en su semana grande; sin embargo, nos ha dado un elemento muy necesario, un bien escaso que además de ser fundamental, es un principio de vida.
Me sumerjo en los versos de Mario Benedetti y con él declamo: La lluvia está cansada de llover / yo cansado de verla en mi ventana / es como si lavara las promesas / y el goce de vivir y la esperanza. / La lluvia que acribilla los silencios / es un telón sin tiempo y sin colores / y a tal punto oscurece los espacios / que puede confundirse con la noche. / Ojalá que el sagrado manantial / aburrido suspenda el manso riego / y gracias a la brisa nos sequemos / a la espera del próximo aguacero. / Lo extraño es que no sólo llueve afuera, / otra lluvia enigmática y sin agua / nos toma de sorpresa y de sorpresa / llueve en el corazón llueve en el alma.