De comienzo en comienzoElena Murillo

Tumulto y calma

Actualizada 05:00

Cuando se viven los últimos días de la Cuaresma, a las puertas de una nueva Semana Santa, las calles vibran con el ir y venir de oriundos y visitantes que ansían poder ver, admirar y conocer los entresijos cofrades: un estreno, el diseño de una candelería, un detalle en el atavío de una imagen... Ya nada es lo que era, o al menos se muestra distinto. La facilidad de movimiento que el escaso público permitía antaño, se ha tornado en una continua aglomeración de personas. Este trasiego se hace palpable en cada una de las principales ciudades de Andalucía, realidad que evidencia que la Semana Santa trasciende el hecho religioso. Este era el tema tratado, en una más que interesante intervención, por los integrantes de una mesa redonda celebrada en el ámbito del espacio cultural Tramos de Cuaresma, promovido por la Fundación Cajasol, el pasado miércoles. José Juan Jiménez, canónigo portavoz del Cabildo Catedral de Córdoba; Ignacio Alcalde, profesor de Antropología Social de la Universidad de Córdoba; y Antonio Puente, escritor y divulgador, acometieron un diálogo enriquecedor que, como suele ocurrir, solamente alcanzó al escaso público que se encontraba presente en la sala.

En contraste con este bullicio, existe la calma atesorada en aldeas y núcleos de interior. En ambos casos se reflejan las formas peculiares de una idéntica dimensión religiosa pero anunciando el kerigma según su idiosincrasia particular. Con profundo respeto era vivido este tiempo por nuestros mayores que, a pesar de tener escasa formación académica, poseían un hondo conocimiento de la fe, un poso interior que afloraba en su naturaleza sencilla. Ritos y normas reflejados en sus acciones y, cómo no, en su gastronomía. En concreto, en la sierra, eran días de caldillo hecho con pencas de acelgas o con bacalao (producto éste presentado en recetas variadas), escabeches, potajes, espárragos, postres e incluso dulces que congregaban a familia y vecinos para su elaboración.

A propósito de esta reminiscencia, veo a mi abuela disponiéndose a hacer un apetitoso bienmesabe. Como si de un ritual se tratase, había que romper los huevos para separar las claras de las yemas. Sin más batidor que dos tenedores, unidos uno sobre otro, en primer lugar se montaban las claras a punto de nieve. A continuación, se disponía la leche al fuego; al entrar en ebullición, era el momento de coger pequeñas porciones de esas claras que ya habían adquirido consistencia y presentaban una textura esponjosa, ayudados por una cuchara, para introducirlas unos minutos en la leche hasta cocerlas y así poder depositarlas, en forma de pequeñas nubes, en una fuente elegida del vasar. Con la leche restante, las yemas, azúcar y harina, se elaboraban unas natillas que cubrirían las mencionadas nubecillas. Como toque final, la canela esparcida en forma de lluvia. Sabores que permanecen unidos a las costumbres religiosas de cada Jueves o Viernes Santo.

El respeto por la belleza de esas cosas simples que forman parte de nuestra tradición, ayuda a mantener lejos la globalización que reduce estas fechas a lo meramente festivo. Feliz Semana Santa.

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