La hora de la verdad
Como toda consulta electoral, el resultado de Cataluña admite algunas lecturas que, si son desapasionadas, pueden servirnos para tener más claro el momento político. Quizá, la lectura más clara nos lleva a concluir algo que ya a algunos no nos ofrecía dudas: que el separatismo no es mayoritario en Cataluña, pese a ese interés, regado con dinero público, de confundir a los catalanes con los separatistas catalanes. Sin duda, hoy el separatismo catalán es minoritario. Y ello pese a llevar decenas de años monopolizando todo el entramado informativo y todos los resortes del poder, desde la sanidad a la educación publicas.
Esa primera conclusión confirma ese criterio, que muchos venimos defendiendo, de que no podemos dejar solos a tantos y tantos ciudadano de Cataluña que, a causa del «negoci» que algunos se han montado, resisten el cerco separatista y la marginación social, más acusados estos cuanto más bajos son los estratos sociales afectados.
La segunda conclusión es que Sánchez diluye, debilita y desvanece la solidez de aquellos a quienes seduce. El ocaso del podemismo es patente y los distintos sumandos de la oferta que lidera Yolanda Díaz, con el nombre de Sumar, se han olvidado de su nombre y van restando hasta la irrelevancia. De otra parte, el bajón de ERC no es sino la consecuencia del virus sanchista insertado en quien ha sido sostén fundamental de su política frentista. Son ya muchos socios del sanchismo los que se tientan la ropa, temerosos de que degenere en una pandemia con pocos supervivientes.
La tercera conclusión es realmente interesante porque enfrenta a dos trileros de pareceres similares. Si Sánchez, que perdió las elecciones, estropeó sus posaderas por siete votos, el donante de estos le recuerda que le dio la presidencia siendo segundo, circunstancia que en él hoy concurre, por lo que le reclama reciprocidad en el trato. «Yo he perdido, como tu. Pero quiero ser presidente, como tu». Nada más justo y equitativo en el mercado negro del sanchismo. Y ya veremos, quien torea a quien.
Una cuarta lectura nos llevaría a valorar la verdadera naturaleza del vencedor, el PSC. Quienes bien conocen el paño ponen en duda el verdadero carácter constitucionalista del socialismo catalán, al que atribuyen, como mínimo, una trayectoria ambigua oportunista. No hay que olvidar que estos males tuvieron su inicio con el tripartito catalán del Pacto del Tinell del 14 de diciembre de 2003, capitaneado por Maragall, con su antidemocratico veto a la derecha y su puesta en marcha de un nuevo estatuto que fue el germen de todo el proceso de independencia padecido. La imagen de Montilla, a la sazón presidente de la Generalitat, al frente de una manifestación contra la sentencia del TC que declaró inconstitucionales algunos artículos del estatuto, es tan clarificadora de la responsabilidad del socialismo en el proceso, que justifica la opinión de significados e importantes antiguos socialistas catalanes que no dudan en excluir al PSC de una línea inequívocamente constitucionalista.
Y una última lectura debe referirse a la necesidad de que, no solo en Cataluña sino en el conjunto de España, se alce la voz en defensa del orden constitucional, sin falsas concesiones a quienes nunca estarán satisfechos. Hoy España es, posiblemente, el Estado más descentralizado de Europa. Y ya no se puede seguir ordeñando la vaca de la igualdad porque unos pocos aprovechados la han dejado exhausta, con una glotonería sin límites.
Ya tenemos la suficiente experiencia para saber lo que nos jugamos si no respetamos las reglas que a todos nos obligan. Hay que desenmascarar a los partidarios del trinque y el cambalache, los de los privilegios y la desigualdad, sobre todo cuando sus beneficios los obtienen por cesiones de quienes tiene la obligación de gobernar por igual para todos. Y ello hace necesario poner en marcha un movimiento social de regeneración nacional que acabe con el oscuro mercadeo de poltronas y con la polarización social. Y reforzar los principios constitucionales que garanticen la libertad, la justicia, la igualdad y la solidaridad, donde todos, sin excepción, estén sometidos al Imperio de la ley. Como diría el clásico, es la hora de la verdad.