Historia de una indecencia
¿Quien se va a negar a las peticiones de la señora del presidente del Gobierno después de ver el despliegue populista que ha cubierto su visita al juzgado?
El 14 de diciembre de 2015, en debate televisivo nacional, Pedro Sánchez, candidato por el PSOE a presidente del Gobierno, espetó a Rajoy, de forma rotunda y contundente, un «usted no es decente» que rompió la flema gallega del candidato popular con un compungido «hasta aquí hemos llegado» que, en el fondo, ponía de manifiesto el temor de que, con Sánchez, las buenas formas en política se iban a acabar. Y así ha sido.
Aquellas elecciones redujeron la representación socialista a su mínimo histórico, con 90 diputados, y provocaron un cisma en el socialismo español del que aún no se ha recuperado. Sánchez hizo de su «no es no» su único programa, dificultando hasta límites insoportables la gobernabilidad de España al negarse a todo: desde una gran coalición, como sus compañeros alemanes habían hecho en una situación similar de grave crisis, hasta facilitar un gobierno en minoría con pactos previos de Estado. Lo demás es sabido: lucha interna socialista, con una expulsión por tramposo del propio Sánchez, y vuelta al poder en unas primarias que anunciaban la conversión del PSOE en un nuevo partido seudo populista.
Sánchez, que ha perdido todas las elecciones con el PP desde que Feijoo lo lidera, ha ligado su futuro, y lamentablemente en gran parte el del país, a los intereses sectarios, egoístas y antisistema de distintas fuerzas políticas que tienen visiones parciales del interés general de los españoles y alejados, por tanto, de los principios de igualdad y solidaridad de los que siempre presumió la izquierda. Y ha sacrificado los mismos por pura ambición de poder. Porque, en sí mismo, no es malo gobernar aun perdiendo siempre que la alianza con otras fuerzas minoritarias busque el interés de la mayoría social del país. Pero Sánchez no busca el consenso con esa mayoría social; busca la confrontación como forma de ganar adeptos. Y se apoya para ello en formaciones rupturistas que sobreviven a costa de potenciar egoísmos, disensiones y divisiones.
El sanchismo, como forma personalista de dirigir un país, está trufado de acciones políticas sin otro fin que el de frenar o estimular, según los casos, situaciones personales de Sánchez. Se hablaba de los problemas de la España vaciada cuando necesitaba el apoyo de formaciones locales de Teruel o de Soria. Se indultó a delincuentes, sin que estos lo pidieran ni se comprometieran a no reincidir, como exige la ley, cuando Sánchez necesitaba los votos golpistas para gobernar. Se amnistió a los no indultados cuando sus votos los necesitaba Sánchez. Ahora se habla de cortar subvenciones y publicidad a ciertos medios cuando se informa sobre conductas irregulares del hermano y de la esposa de Sánchez…
Estamos, pues, ante un manoseo inaceptable de la gobernación de un país en el que se observa como la clase dirigente funciona a golpe de medidas que tapen los agujeros del gobernante y distraigan la atención. Y si para ello hay que denigrar a la Justicia y, si es preciso ocuparla con miembros recusables e incompatibles, como se ha hecho con el Tribunal Constitucional, se hace, en una prueba de la deriva peronista y kistneriana del sanchismo. Porque, para cualquier observador imparcial, hay algo que no casa correctamente, ni es coherente ni mínimamente comprensible: Si Begoña Gomez es una profesional particular, que tiene derecho a un ejercicio técnico y privado, ¿por qué se distraen 16 furgones policiales, 200 agentes, un helicóptero y varios drones para cubrir la declaración de un particular en un juzgado de Madrid? ¿Y los demás particulares que reclamaban también su derecho a una tutela judicial efectiva? ¿No tenían derecho a ser atendidos? Pues al parecer, no. Porque hasta 24 juzgados se paralizaron ante las medidas de seguridad adoptadas por la comparecencia de quien se nos dijo era una profesional particular. Algo totalmente incompatible con un sistema democrático donde, incluso los máximos mandatarios, no abusan del poder hasta los escandalosos límites que hemos vivido.
Sánchez no queda satisfecho con haber convertido a toda la estructura ministerial del Gobierno, a la Fiscalía y a todas las instituciones posibles en abogados defensores de un particular. El coro mediático sincronizado, los ministros en cadena y otros cargos institucionales repiten sin un mínimo de pudor las consignas y relatos programados en defensa de una profesional que, dicen, es una particular con derecho a ejercer su actividad comercial. En la propia forma con la que toda la estructura del poder institucional se ha puesto al servicio de Begoña Gomez está el fondo de la cuestión de su conducta irregular: ¿Quien se va a negar a las peticiones de la señora del presidente del Gobierno después de ver el despliegue populista que ha cubierto su visita al juzgado?
Sánchez tachó de indecente a Rajoy, imputándole, por tanto, falta de honestidad y ausencia de pudor. Mirando retrospectivamente, y con lo que hemos visto desde entonces, quizá la indecencia haya que aplicarla por pasiva y sea esa falta de decoro lo que ha inspirado la conducta de quien lanzó tal improperio. Porque si indecente es quien no tiene recato, no cabe duda de que la actitud infame de Sánchez es lo más parecido a la falta de pudor y vergüenza llevada a cabo sin discreción e imprudentemente. Y quizá no le faltaba razón a Rajoy cuando, ante la ofensa inferida, calificó al sujeto de «ruin y miserable». Porque, ante tamaña ofensa, debió pensar el líder popular que solamente cabe el desprecio para quien se comporta como un ser abyecto, vil y rastrero.