La verónicaAdolfo Ariza

Catedrático Carvajal

Actualizada 04:30

El pasado martes, día de Santa Teresa de Jesús, tuve la dicha de asistir a la Prima Lectio como Catedrático de Teología de la Evangelización y la Catequesis en la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid de Juan Carlos Carvajal Blanco. Entiendo que una parte de los lectores de este artículo no conozca al profesor Carvajal pero sí que tengo claro que tanto lo propuesto en esta Lectio como la totalidad de su todavía joven magisterio deberían ser como la sal en cualquier guiso de planteamientos pastorales de la cocina de la Iglesia española.

Las difícilmente conciliables notas de la hondura en el pensamiento y el carácter directo y conciso del discurso en esta Lectio me hicieron recordar el conocido relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas y como el teólogo Ratzinger ilustra desde el mismo la dificultad que supone «hablar de la fe cristiana a gente que ni por vocación ni por convicción conoce desde dentro la temática eclesial» y la sensación para muchos de que las ideas del teólogo «no tienen nada que ver con la realidad». Ciertamente las palabras de Carvajal iban dirigidas a un público conocedor desde dentro de la temática eclesial, ¿pero tuvo tan académico auditorio la sensación de que las palabras tenían, y mucho, que ver con la realidad? No dudo en medida alguna de que así fue. Ahora bien, considero muy necesario subrayar uno de los pasajes de la Lectio del neocatedrático Carvajal.

El subrayado, en el rojo del lápiz bicolor, reza así: «El problema del sobrenatural-natural sigue vigente en la pastoral de la Iglesia». Salta a la vista que la afirmación demanda una explicación sobre todo para el no iniciado en estas cuestiones y una permanente reflexión para el ya iniciado. Es mucho lo que nos jugamos y de ahí que sea necesario comenzar por citar un conocido aforismo del mismísimo Chesterton en Ortodoxia: «[…] sólo lo sobrenatural explica de manera sensata la Naturaleza». Lo que está en juego es bien la terrible reducción del Misterio de Dios a un mero extrínseco para el hombre o bien un mero inmanentismo en el que Dios sería superfluo. En definitiva, un dualismo tal que lo sobrenatural - un mero añadido - no afectaría intrínsecamente al hombre como realidad creada.

Sigue siendo verdaderamente dramática la posibilidad de optar entre una suficiencia natural e independencia con respecto a Dios o una irrevocable llamada a la caridad. También es mucho lo que nos jugamos cuando dejamos de considerar la gloria sobrenatural solamente como la última etapa de una peregrinación o si, por el contrario, se entiende – y esta es la opción fetén - como una responsabilidad con respecto al fin último del hombre.

Se trata, en expresiones del literato Paul Claudel, de la «semilla encendida» o del poder de la Gracia semejante al «poder de la mujer sobre nosotros» ya que, no en vano, «la perfección del ojo no está en su propia geometría, sino en la luz que ve y en cada uno de los objetos que muestra, al igual que la de la mano no consiste en sus dedos, sino en la obra que genera». Precisamente se preguntaba Claudel a través de uno de los protagonistas de El zapato de raso: «Si esto es así, ¿por qué la perfección de nuestro ser, de nuestro núcleo sustancial tendría que ir siempre ligada a la opacidad y a la resistencia, en vez de hallarse en la adoración, el anhelo y la preferencia de algo distinto de él mismo: en entregar su escoria a cambio del oro, en ceder su tiempo a cambio de la eternidad, en ofrecerse a la transparencia, en desgarrarse, abrirse y como disolverse por último, de forma inexpresable?».

Resolver satisfactoriamente desde estas premisas puede que sea el mejor antídoto frente a un reduccionismo tal como el que podía leer hace unos años en la denuncia del filósofo Fabrice Hadjadj: «[…] somos católicos una buena parte del domingo por la mañana, ¿no? Es decir, al menos cuatro o cinco minutos durante la misa».

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