Frenesí en la gran fiesta del cine andaluz
Entre los premios Feroz celebrados en enero y la gala de los Goya que suele caer entre febrero y marzo, el calendario contaba con un hueco en el que el público quedaba huérfano de discursos encendidos sobre feminismo, homosexualidad, transexualidad, Franco, el clima y Donald Trump. La demanda de este tipo de alegatos protagonizados por actores, directores, productores, guionistas, maquilladoras, peluqueras, músicos y expertos en efectos especiales era de tal calibre que, a modo de servicio público, surgió la Academia de Cine de Andalucía. De ella proceden los Premios Carmen. Para estar en medio de los otros dos.
A diferencia de los demás ya vienen empoderados por su nombre de mujer, y vaya mujer, no una mujer cualquiera, sino la mismísima Carmen, gitana seductora y enigmática que terminaba asesinada en la obra de Mérimée, y que de vivir hoy jamás llegaría a tal desenlace, pues hubiera denunciado al militar navarro Don José a primeras de cambio para seguir una exitosa carrera en el Parlamento Europeo, procedente de otra igual de fructífera en el Senado y antes en Tele 5. De esta forma, ningún premio del cine español se denomina con nada que tenga que ver con el séptimo arte, debido a que la gran pantalla, hoy pequeña y plataformera, es secundaria. Lo principal es la exposición de agradecimientos y reivindicaciones que espera ansiosa la concurrencia. Y antes de proseguir, aclaro que digo 'gitana' de forma aséptica y descriptiva, sin matiz peyorativo alguno para raza tan modélica como ancestral.
Los premios Carmen se celebran este año en el Gran Teatro de Córdoba y siguen el patrón de los premios cinematográficos habituales, con un sin fin de galardones que extenderán la gala hasta la madrugada. De esa manera se pueden enhebrar grandes alocuciones que se sigan las unas a las otras. Su suma compondrá una lección monumental e inolvidable para todos los cordobeses y andaluces que esperan este evento desde hace meses. Las casas de apuestas arden en estos momentos con la incógnita de cuántas veces se pronunciará la palabra ‘fascismo’ y, aunque no soy de apostar, he metido diez euros al número 69, haciendo un guiño así al carácter de destape de las películas españolas, en el que ya muchas veces las actrices ni se visten porque para qué, si entre el guionista rijoso, el director salido y el productor obseso ya han metido más de un centenar de escenas erótico-festivas en hora y media. A esto hay que sumar las fiestas posteriores en todo tipo de premios cinematográficos. Allá no sólo los anteriores -llevados por la reivindicación política y su deseo de mejorar el mundo- se pueden exceder con alguien, sino que se suman a la confusión el resto de sexualidades y géneros de los distintos profesionales. Sin ir más lejos, en los premios Feroz, hemos tenido la implicación en altercados y denuncias de personas que se autopercibían de todas las formas posibles. Y es que la lucha por la justicia altera las pasiones. Normal. A quién no le ha pasado.
Afortunadamente, este año los premios han reforzado, como anuncian los medios, su protocolo frente a agresiones sexuales y acoso, en un acto en el que todos los asistentes pertenecen al gremio del cine.
- He leío que ihtalan hahta una asesoría con profesionaleh ehpesialisaoh in situ, imagina la que se va a liáh.
- Caballero, hay que tener en cuenta que es un lugar lleno de gente combativa, lo que causa fogosidad y frenesí.
Así llega la gran fiesta del cine andaluz, antes de que Córdoba cuente con su propia academia de cine de taifas que nacerá seguramente en breve, con más justicia que añadir a la consecución de la virtud social.
- Pueh le voy a desí una cosa. De lah películah nomináh no he vihto ninguna.
- Ni usted ni nadie, caballero, pero eso es lo de menos.