Francisco Franco: profanación y necrofilia
Sería un buen momento para aprovechar la libertad que ofrecen algunas redes sociales y promocionar un necesario acercamiento objetivo a su figura
El gigantesco bloque propagandístico de la memoria histórica ha consagrado todo su poder de desinformación a la muerte de Francisco Franco, algo que generará diversos actos a lo largo de 2025. No hay análisis objetivo y honrando que se pueda hacer de estos, ¿cómo llamarlos?, ¿luctuosos fastos?, que partir de dos cuestiones claras. La primera es que es la primera vez que un Gobierno democrático occidental celebra de manera puntual o continuada la muerte de alguien. La segunda es que se profanó la tumba de aquel al que se agravia. Cualquier estudio u observación sobre las medidas previstas que no parta de ambas consideraciones resultará sesgado, connivente con los propósitos de estas acciones, narcisista a conveniencia o decididamente obediente.
La profanación de la tumba de Franco, sin prácticamente oposición de nadie, fue uno de esos hechos que definen bien el carácter de una sociedad. De la misma forma que sería impensable hacer algo similar con, por ejemplo, un terrorista sanguinario, cuyo cadáver es merecedor de descanso eterno a pesar de las salvajadas que haya cometido en vida, ultrajar el cuerpo de un gobernante que tuvo luces y sombras pero cuyo quehacer, indudablemente, estaba enfocado al bienestar de su pueblo, se coloca una consideración aún más sórdida, y que enlaza con la profanación constante del cementerio católico realizada por las supuestas investigaciones de tumbas de fusilados. El ataque a Franco, salvador de la Iglesia Católica, que le daría la espalda con el Concilio Vaticano II, se suma al ataque contra el catolicismo por parte de un Gobierno que cada vez disimula menos su intención de dirigirse a otro periodo de persecución religiosa.
La propaganda anti-franquista ha contado con dos fases. La primera procedente del nuevo periodo inaugurado con la firma de la constitución en una logia masónica, y fortalecido tras el golpe de Estado, que consagró a esa democracia profundamente anti-cristiana. Llegó una ley del silencio por la que el franquismo quedó representado como algo maldito de lo que no se podía hablar, cuando en realidad se rehuía de la comparación con una sociedad moderna cada vez más intervenida por poderes extranjeros, paulatinamente desindustrializada, con constantes atentados de ETA y el Grapo, camino de los primeros grandes casos de corrupción y con un paro creciente. La segunda fase llegó con Zapatero, que adaptó, por influencia de los poderes a los que se debe, las políticas raciales propias del mundo anglosajón. España carecía de población «racializada», salvo los gitanos, esencialmente conservadores y familiares, y los inmigrantes existentes entonces ya eran problemáticos. Ante la imposibilidad de implantar ese tipo de propaganda, moldeó el antifranquismo descontextualizado y extemporáneo como imitación. En efecto, el antifranquismo cuenta con las características fundamentales de las políticas raciales, como el maniqueísmo exacerbado, el agravio del pasado, la reparación imposible o la ausencia de perdón. Así las cosas, los considerados antifranquistas representarían a la población negra, y los franquistas a los opresores blancos. En mitad de ambas fases, el mayúsculo error de Aznar, que a propuesta de la oposición condenó el alzamiento contra la república en el año 2002 y en una sesión parlamentaria, provocando su absurda e innecesaria sumisión a las políticas socialistas.
Profanación y necrofilia. Esas son las dos características de los actos por los 50 años de la muerte de Franco. Sería un buen momento para aprovechar la libertad que ofrecen algunas redes sociales y promocionar un necesario acercamiento objetivo a su figura. Ello además tendrá el sugerente atractivo de encontrarse fuera de la ley. Sólo la verdad puede contrarrestar una propaganda tendente a fines mucho más oscuros y violentos que el mero ataque a un gobernante fallecido hace décadas. Sin embargo, un altísimo porcentaje de la población española actúa contra Franco por reflejo condicionado tras años de falsedades y tergiversaciones publicitadas de forma constante y obsesiva en multitud de lugares, desde los medios de comunicación al sistema educativo o cultural. ¿Será posible revertir sus efectos? Este año será interesantísimo comprobarlo.