Kioskos, kioscos y quioscos
«La única colección que completé en su momento fue el curso para aprender a tocar la guitarra de Planeta De Agostini, que tenía alrededor de siete millones de números con sus respectivas cintas»
Al principio, el quiosco fue kiosko. Se le cayó una ‘k’ y se convirtió en kiosco. Finalmente llegó la ‘q’ y acabó con la grafía exótica, españolizando un término con curiosa etimología, pues procede en sucesión del francés kiosque, éste a su vez del turco köşk, que viene del persa košk, que procede del pelvi kōšk, algo así como 'pabellón'. Con la pérdida de aquellas rotundas ‘k’s’, pues siempre una ‘k’ parece sonar más fuerte que una ‘c’ o una ‘q’, se veía también la evolución del kiosko, kiosco o quiosco. Si como kiosko era el centro nuclear de la mañana, con la compra de diarios, y un sueño para los niños con los tebeos y figurillas, ya como kiosco se convirtió en el dueño y señor de la venta de fascículos de todo tipo, cada vez con más regalitos u obsequios. En sus días postreros, el quiosco funcionaba para los nostálgicos del papel, cada vez con más problemas, hasta el punto de que en muchos barrios de Córdoba han ido cerrando hasta ser un negocio en peligro de extinción, prácticamente una reliquia.
Los mayores del lugar armamos nuestra colección de cómic o nos iniciamos como lectores de periódicos y revistas gracias a los kioskos; llenamos el hogar más tarde con todo tipo de artilugios producto de la compra en los kioscos del primer número de una colección que jamás llegaba al segundo; y finalmente, sólo de vez en cuando y siempre en fin de semana, solicitábamos en el quiosco el diario con su suplemento cultural o de ocio. Un día pasábamos a por él y estaba cerrado para siempre: adiós kiosko/kiosco/quiosco. La única colección que completé en su momento fue el curso para aprender a tocar la guitarra de Planeta De Agostini, que tenía alrededor de siete millones de números con sus respectivas cintas. Una vez me puse con ello, me di cuenta en torno al número octavo que mi incipiente carrera como cantautor partía de una impresión errada a causa de un entusiasmo sin el más mínimo asidero con la realidad. Aquellos dedos que suponía gráciles, se movían por el instrumento como artríticas morcillas, aunque conseguí puntear la canción ‘Greenseleves’, eso sí, con la soltura de un orangután. Mi último acercamiento a colecciones se produjo hace unos años, cuando me compré el primer número de una colección de hacer punto. Otro acceso de entusiasmo me llevó a pensar que sería extraordinario ser autosuficiente y tejerme mis propios jerseys, como un superviviente en medio del holocausto zombi. Cuando vi la revista en mi casa con tranquilidad, con su ovillo de lana y las agujas de regalo, me pregunté qué demonios estaba haciendo con mi vida y ni siquiera lo abrí, permaneciendo al menos relativamente intacta mi virilidad. Ejerzan estos entrañables y humillantes recuerdos como un homenaje para estos lugares.
El Ayuntamiento de Córdoba pretende ahora que sobrevivan los pocos quioscos que quedan, solamente veinte. Para ello podrán tener publicidad, ejercer como puntos de recogida de paquetes o de recarga para patinetes, instalar cajeros automáticos, vender bebidas, lotería y entradas para actividades culturales. Así lo rubricará la nueva ordenanza. Mucho nos tememos que estas medidas llegan tarde y que tan sólo sobrevivirán un pequeño puñado situado en zonas céntricas. Y durante un tiempo. Ese cajón de sastre de nuevas posibilidades, como mucho, permitirá llegar a la jubilación a algunos quiosqueros sin que les pase por encima el rodillo de la ruina, alargando lo suficiente la agonía de unos negocios ya sentenciados para así evitar la de las personas que los regentan, abocadas si no al paro a edades provectas, situación verdaderamente angustiosa.
Sería bonito quizá, que al final de su larga historia, los quioscos reivindicasen su antiguo nombre, kiosko, para terminar con honor una hermosa trayectoria de generaciones y generaciones. La despedida merece estar entre esas dos ‘k’s’.