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Desde la almenaAna Samboal

El reino de la chapuza

La incomunicación entre Cultura y Exteriores, entre Exteriores y la Casa Real y los presuntos celos o malentendidos entre los titulares de cada uno de los departamentos han elevado la ya visiblemente tensa relación entre Moncloa y Zarzuela

Actualizada 01:30

Vivimos a salto de mata, poniendo remiendos y parches, buscando el atajo para sortear el penúltimo tropiezo, tratando de salvar los muebles en el último segundo. La vida pública transcurre al filo de la navaja, hasta que alguien pisa la línea roja y salta la alarma. En tres ocasiones, hemos tenido la oportunidad de comprobarlo en esta semana. Y aún le quedan días, no ha terminado.

La incomunicación entre Cultura y Exteriores, entre Exteriores y la Casa Real y los presuntos celos o malentendidos entre los titulares de cada uno de los departamentos han elevado la ya visiblemente tensa relación entre Moncloa y Zarzuela a cuenta de la ausencia de representación española en Nôtre Dame. Y, en vez de intentar subsanarlo, el señor Albares, de supuesta profesión diplomático, ha echado más leña al fuego. A punto han estado de arruinar la visita de Estado de los Reyes a Italia. Inaudito.

En el Congreso, el regate corto es el pan nuestro de cada día. Aduciendo las excusas más peregrinas, dos años lleva el Gobierno, ignorando el mandato constitucional, sin llevar un proyecto de presupuestos. Pero, cómo se le acaba el tiempo y es Bruselas quien vigila, optó primero por apartar al Senado de la votación sobre el techo de gasto y ahora suspende una comisión para evitar que quede sin efecto la subida de impuestos a las eléctricas. No sólo tendría que explicárselo a Pablo Iglesias, que podría dejar en pañales su precaria mayoría de investidura en la Cámara, sino que también habría de aplicarse en el recorte de gasto para cuadrar el déficit y seguir cobrando fondos europeos. Ese maná de Bruselas que, a estas alturas, nadie sabe quién gasta ni dónde está.

La próxima chapuza, que ya está en curso, acabará por levantar en armas a toda la función pública. El 31 de diciembre acaba el contrato de Muface con las aseguradoras que prestan servicio médico a los funcionarios, cobertura sanitaria pública –pagada con sus impuestos– gestionada por empresas privadas, esas de las que suelen renegar los dos socios del gobierno. El conflicto no es de hoy ni de ayer. Con el transcurso de los años, las empresas han ido dándose de baja de un servicio cada vez más ruinoso y las tres que quedan no están dispuestas a sostenerlo. Ochocientos trabajadores tiene la mutua y serán los primeros que queden colgados de la brocha. ¿Será porque la directora ha dejado la negociación para el último minuto, confiada en que las aseguradoras no estarían por la labor de renunciar a tan jugosa cartera de clientes? El órdago le puede salir caro. Los médicos mantendrán los tratamientos en curso y pasarán la factura a la Administración. Miel sobre hojuelas para los bufetes de abogados, les acaban de abrir un nuevo filón de negocio. Sin embargo, ninguna consulta abrirá las puertas a cualquiera que aparezca con nuevas dolencias. A ver cómo se lo explica Óscar López a los maestros, sanitarios, policías o militares. Con la herencia envenenada que ha recibido de José Luís Escrivá, no es de extrañar que esté deseando ir a enfrentarse con Ayuso.

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