¡Qué miedo!
Ante el ciudadano ajeno a los usos y costumbres bovinos en los partidos, el defenestrado se aparece como el hombre inocente, asesinado por el todopoderoso, por el simple hecho de tratar de cubrirse de las consecuencias de la posible comisión de un delito levantando acta notarial
Si la salida de Tomás Gómez de la agitada Federación Socialista Madrileña fue digna de pasar a un manual de burdas purgas estalinistas, la de su sucesor no le va a la zaga. Juan Lobato no sobrevive porque teniendo enfrente a un adversario formidable, no ha acertado a jugar sus cartas, que, a diferencia del anterior, alguna tenía. Quizá le temblaron las piernas. O flojeó en los principios. El caso es que, después de mantener un pulso soterrado con Pedro Sánchez durante semanas, en el enfrentamiento abierto apenas ha durado dos días.
Sin embargo, hay ocasiones en las que, cuando se pierde, realmente se gana y, cuando se gana una mano, acaba perdiéndose la partida. Y haría bien Pedro Sánchez en no olvidarlo, porque la sangrienta depuración de Lobato deja activadas un buen racimo de bombas de relojería que pueden estallarle al inquilino de la Moncloa, más acorralado cada día, en el momento menos oportuno.
El presidente tendrá que responder cuando los whatsapp de una mujer de su estrecha confianza desde hace años, que pueden incriminar más de lo que ya lo está al fiscal general del Estado –el hombre que ya sabemos de quién depende– acaben por ver la luz. O cuando la propia Pilar Sánchez-Acera se vea obligada a dar explicaciones ante el Tribunal Supremo. Más si cabe porque es una hipótesis plausible que tanto Lobato como ella puedan entrar a ver al juez como testigos y salir como imputados.
Por si no fuera suficiente, Sánchez sale seriamente tocado del envite, porque fortalece a su gran adversaria política. ¿O es enemiga? Nadie en sus cabales duda a estas alturas que Alberto González Amador ha un cometido delito, puesto que él mismo lo reconoce en los papeles que se han filtrado, vulnerando su presunción de inocencia. Un fraude que confiesa al fiscal que se ocupa de su caso, pero que en ningún caso involucra la gestión de la Comunidad de Madrid. Y es precisamente por esa razón por la que las malas artes de la Fiscalía y las de la Presidencia del Gobierno avalan la denuncia recurrente de Isabel Díaz Ayuso, que no se cansa de acusar al secretario general del PSOE de usar cualquier arma a su alcance, legal o ilegal, con tal de destruirla.
Con todo, el varapalo más grave que sufre es el que atañe a su imagen, uno de los principales atributos de cualquier político. Cuando Lobato dice en un comunicado que no cree «en la destrucción del adversario, en la aniquilación del que discrepa y del que piensa diferente», más que una declaración de principios, pinta un feroz retrato del presidente del Gobierno que se asemeja en gran medida a los que ha dibujado su adversaria en la Asamblea de Madrid. Ante el ciudadano ajeno a los usos y costumbres bovinos en los partidos, el defenestrado se aparece como el hombre inocente, asesinado por el todopoderoso, por el simple hecho de tratar de cubrirse de las consecuencias de la posible comisión de un delito levantando acta notarial.
Para desgracia del inquilino de la Moncloa, el comunicado del ya ex secretario general del PSOE de Madrid retumbaba en los oídos aturdidos del personal que, unas horas antes había escuchado a Víctor de Aldama confesar en COPE que teme no sólo por su integridad física, sino también por la de su familia. El tipo será un presunto delincuente, no en vano acaba de salir de prisión, pero su coche ya apareció tiroteado en plena calle y él tendrá que probar acusaciones tan graves, pero apunta al Gobierno.