El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Perros y el verdadero maltrato

«Despojar a cada ejemplar de su naturaleza para convertirlo en una extensión con correa de las neuras de su dueño dista bastante del amor a los animales»

Actualizada 10:11

Aún recuerdo, a finales de los noventa o principios de siglo, la mirada de la mil yardas de los huskys siberianos. Aquellos animales se habían puesto de moda. Soñaban con trineos, osos polares, lobos, iglús y auroras boreales. Y se topaban en Córdoba con termómetros de 47 grados en el centro y un periodista de Canal Sur en pleno julio friendo un huevo frito al sol en el Vial. También vi entonces a algún Alaska Malamute. Si los esquimales tienen docenas de palabras para referirse a la nieve, aquel pobre perro contaba con no menos de quince ladridos para advertir sobre la flama. Esa criatura debería estar tirando de un chino enano cubierto de pieles en un trineo, y sin embargo languidecía orinando sobre el ardiente cemento de las plazas duras de la ciudad.

Desde entonces las modas han ido cambiando. Vimos, por ejemplo, a los cockers spaniels, expertos cazadores de gallinetas; o a los bulldogs de ambos tipos, inglés y francés, ambos braquicéfalos y tendentes a graves problemas respiratorios. Ahora nos topamos mucho con otros dos. Por una parte el border collie, carea por excelencia, es decir, el perro de conducción del ganado. Es uno de los perros más activos, atléticos e inteligentes. Por otro con el staffordshire bull terrier, una de las razas consideradas potencialmente peligrosas, y que se ha convertido en mascota habitual incluso de familias con niños. Recientemente he visto a señoras bastante maduritas o a ancianos en chándal con esta raza.

Como las mencionadas, desde hace décadas se suceden las razas según la tendencia del momento, todas ellas ideadas para un determinado trabajo, todas ellas despojadas de la tarea para la que fueron concebidas mediante la selección genética. En Córdoba hay el doble de perros que de menores de 16 años, y aquel que tiene en su casa a un pastor o cazador castrado y, con toda seguridad enfermo con diversas dolencias desde muy joven, se considera a sí mismo, y le consideran, amante de los animales. Estos dueños salen varias veces al día a las calles de la ciudad para tener una caca humeante en las manos, y pasean por la manzana a un animal que estaba destinado a correr por el campo durante toda la jornada. Cada esquina, cada farola, cada soportal, cuenta con marcas de orines y restos de heces, haciendo insoportable a veces el olor no sólo en calles enteras, sino hasta en parques y jardines, donde el espacio que deberían compartir los vecinos ha sido tomado por los perros y sus humanos, esos que en gran porcentaje les dejan subirse a la cama para besarlos en el hocico, variante infantilizada y ligera de la zoofilia.

Debemos empezar a considerar todo este fenómeno como una aberración y verdadero maltrato. Despojar a cada ejemplar de su naturaleza para convertirlo en una extensión con correa de las neuras de su dueño, encerrarlos enfermos y castrados en pisos, generar un problema constante y gigantesco de salubridad... dista bastante del amor a los animales. Más bien se sitúa en un uso enfermizo de su compañía, a tono con una sociedad que invierte cualquier tipo de valor, en este caso la relación sana con los perros.

En diversos foros se está ya planteando la posibilidad de que se inste a los propietarios, esa horda de la caca en la mano, a que enseñen a sus perros a hacer las necesidades en casa, como los gatos, medida en cualquier caso insuficiente debido al número de mascotas. ¿Odio a los perros? En absoluto. Me encantan. Tengo el verdadero orgullo de ser el prologuista, bueno, solapista, porque el texto está en la solapa, de la última edición de ‘Perros’, de Rien Poortvliet, editado por Clan, libro que recomiendo a cualquier amante de los animales, y en la que se encauza con sensatez la relación del perro con su propietario, en este caso aquel extraordinario ilustrador holandés que escribió y dibujó semejante joya.

Entre tanto, hay que empezar a abordar este problema que va mucho más allá de la porquería y suciedad, en el que subyacen otros de mayor profundidad e interconectados con todo un surtido de nuestra sociedad actual.

Dejen, en fin, que el husky no sueñe con la nieve, sino que esté en la nieve; que el cocker no sueñe con la caza, sino que cace; que el border collie no sueñe con sus ovejas, sino que las guíe, o que el staffordshire bull terrier no sueñe con destrozar sangrientamente a... bueno, lo que haga el staffordshire bull terrier.

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