Don Francisco Franco vuelve a la Universidad de Córdoba
El pasado lunes daba comienzo el curso universitario y para ello tenía lugar una ceremonia en el campus de Rabanales. Al empezar, el coro universitario Averroes cantaba el ‘Veni creator spiritus’, himno cristiano en latín que invoca al Espíritu Santo. Al terminar fue el turno del ‘Gaudeaums igitur’, himno más prosaico sobre la brevedad de la vida, pero que aún proclama la muerte del diablo mientras celebra a las doncellas y mujeres hermosas, referencia esta última que se excluye en algunos lugares y seguramente fuese precursora e inspiradora de la beca Erasmus. Entre uno y otro, de pronto, la más que competente formación musical entonó el Aleluya. Pero el de Leonard Cohen. Y en inglés. Una canción que, además se basa en la simbología judía. «¿Pero esto qué es?». Utilizo comillas porque no partía de mis pensamientos tal indignación inmediata. Posado en mi hombro, como una pequeña figura angélica, era nada más y nada menos que Don Francisco Franco Bahamonde, invicto caudillo, quien me susurraba esa frase al oído. «¿Casualidad?, no lo creo», indicome aquel que firmó ‘Masonería’ con el seudónimo de Jakim Boor, mostrando una notable adaptación a la jerga presente a pesar de encontrarse en una especie de estado de cuerpo astral. «Esto es el colmo», dijo mientras se alejaba, esfumándose en el mismo instante en que parecía se iba a estrellar contra el rostro del rector magnífico, Manuel Torralbo, mientras ofrecía su discurso. Decía así adiós, o quizá hasta luego, a la universidad laboral que él mismo impulsó.
La advertencia de Don Francisco no era en vano, ni baladí su aparición.Todo el acto inaugural fue un reflejo exacto de la realidad social, centrado en una institución de fuertes pilares católicos que, sin embargo, se ha convertido en un emisor constante de ideologías líquidas y nocivas. Aquellos cimientos espirituales contrastan hoy con una propaganda acusada que no cesó de manifestarse en el salón de actos Juan XXIII, justo aquel Papa que con el concilio Vaticano II llevó a la Iglesia al alejamiento de la tradición y supuso una condena del nacionalcatolicismo que, paradójicamente, la había salvado en España. Con razón se manifestaba Franco tan enojado. ¿El nombre de la estancia era también casual?
A un lado el pilar del ‘Veni creator spiritus’, al otro el del ‘Gaudeamus igitur’, y en medio, presionando hacia ambos lados, un torrente de anti-valores cuyo empuje se hizo constante. Baste un análisis de la lección magistral a cargo de la catedrática de didáctica Rosario Mérida, ‘Educar a las infancias para transformar el mundo’, con ese plural que ya advertía sobre lo que venía a continuación, un rosario, o más bien un anti-rosario, de términos como «empoderamiento», «inclusión», «entramado afectivo» o «clima socioemocional». La disertación abogaba por la importancia de la educación en la primerísima infancia. «Y es que la autoridad moral de las maestras y maestros en esta etapa es enorme. Su palabra es más poderosa que la de la familia, la de los libros, las de las personas intelectuales o la de los artistas», indicaba la catedrática. Su lección era, efectivamente, una muestra magistral de aparente bondad («escuchar las propuestas de la infancia») para, en realidad, mostrar su preferencia por una estricta educación estatal que lamine la patria potestad. La autora, eso sí, fue extremadamente cuidadosa al hablar constantemente de los niños y las niñas. Su exposición derivó al final, cómo no, y de manera forzada, pues se hablaba de niños (y niñas) muy pequeños, a la violencia de género y la presencia de mujeres en la ciencia.
El propio rector, en su discurso, y de forma sibilina pero poco disimulada, se ponía de parte de los que claman por la censura informativa al tratar lo perjudicial de «algunos discursos políticos», que siempre son los de los demás. No en vano abogó por una universidad como la que creó Humboldt, quien da nombre a no pocas logias masónicas. Torralbo realzó la «investigación» hasta el paroxismo, en el modo en que se emplea hoy el término como sustitutivo de la fe o la religión, y siempre afecto al poder. No faltaron las referencias constantes a la fecha de marras: 2030.
Todo ello no es algo nuevo, acudir a la página web o a otros canales de difusión de la Universidad desde hace lustros es ser testigo de un torrente de propaganda sin fin, o más bien un inagotable tsunami de género, memoria histórica e histeria medioambiental, enroscadas como serpientes alrededor de agendas foráneas. La ceremonia de inauguración sólo llevaba al estrado la situación de una institución cuyos sostenes cristianos se exponen en público solamente para zaherirlos. Surgida de las escuelas catedralicias y monásticas gracias al afán por saber, hoy la universidad se ha convertido en uno de los principales emisores de esa ideología que, según el caso, podemos llamar modernista, liberal, izquierdista, woke o judeomasónica, y que se canaliza a través de dos términos vaciados previamente de contenido: ciencia e investigación.
«Espero al menos que no terminen con reguetón», musitome de nuevo el Generalísimo posado en mi hombro y mirando con desaprobación toda aquella parafernalia. «Excelencia, ya que ha aparecido de nuevo, le invito a una caña». Y así nos fuimos al bar Don Francisco y yo, entristecidos pero a la vez esperanzados con la pertinaz, siempre pertinaz, resistencia del alma católica.