El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Tangas y burkas

Al islam no se le puede oponer un bañador

Actualizada 04:30

Hace unos días, Isabel Díaz Ayuso realizaba las siguientes declaraciones a propósito de que observaba problemas con un sector de la inmigración: «Si tengo una hija, quiero que salga con su falda corta». Recuerdan sus palabras a una controversia similar que sucedió hace apenas un mes en las Olimpiadas de París, cuando las redes se llenaron de críticas por un partido de voleibol-playa entre España y Egipto. Lucían las españolas el habitual bikini de competición, especialmente corto en este deporte, lo que suele convertirlo en comidilla habitual, mientras que las egipcias llevaban una adaptación del hiyab. Muchas personas realizaron comentarios en lo que se identificaba el bikini con la libertad característica de los valores occidentales y el hiyab con la opresión islámica. En cualquier caso, cada dos por tres se generan polémicas muy parecidas, en las que por una parte se enarbola una bandera con un tanga o un sujetador, y por otra una con un velo o un niqab.

La visión de Ayuso, como la de tantos españoles, sortea toda índole espiritual porque, en realidad, rehúsa defender lo esencial: el catolicismo. Al carecer de espiritualidad propia, no comprende la apisonadora espiritual ajena. Al rechazar la religiosidad propia, no comprende que en frente tiene a un ejército espiritual innúmero. Hace referencia además a una hija figurada, cuando son los inmigrantes islámicos los que tienen descendencia en España, mientras que los autóctonos han generado un problema demográfico casi irresoluble.

Si retomamos el partido de voleibol y consideramos a egipcias y españolas como modelos simbólicos, lo que observamos son dos opciones liberticidas.

Sin embargo, la simbólica mujer egipcia conocerá a sus nietos y bisnietos. Y vivirá en un orden moral sólido y humano, apoyado por una religión pujante en todos los órdenes, incluido el geopolítico. La simbólica mujer española llegará a la vejez sola, sin hijos, con un gato y un perro tan obesos como ella subidos a la cama y a los que llamará hijes mientras los besa en el hocico.

El islam, alejado de la libertad, ofrece no obstante valores humanos y una vida que merece la pena vivir, una vida cumplida. Occidente ofrece anti-valores humanos, una vida que no merece la pena vivir, una vida desperdiciada. Los valores de Occidente (feminismo, medioambientalismo, memoria histórica, políticas trans o raciales) son valores invertidos que carecen de fuerza contra el islam. Si uno quiere oponerse a la idea liberticida que simboliza la mujer egipcia nunca puede oponer la idea liberticida que simboliza la mujer española del partido. Al islam no se le puede oponer un bañador.

En rigor, tanto la izquierda española como un amplio sector de la llamada derecha liberal, no sólo han renunciado a la fe católica, sino que han asumido los anti-valores que tratan de devastarla hasta sus cimientos. Carentes de alma cristiana, como si hubiese sido extraída de sus cuerpos, izquierdistas y derechistas liberales oponen prenda de ropa a prenda de ropa, generando una disputa superficial, roma y vacía, mientras a su vez potencian la inmigración masiva islámica. Este discurso ilógico e irracional se resquebraja ante nuestros ojos mostrando una evidencia: izquierda y derecha liberal son las dos caras de la misma moneda anticristiana.

Al islam se le han de oponer los ideales de la libertad, esto es, del pensamiento católico. Dichos ideales tienen al islam como un enemigo de consideración, pero los verdaderamente dañinos son esos cacareados valores de Occidente a izquierda y derecha. El islam no es una cruz invertida, Occidente sí.

Esta cruz invertida, estos antivalores occidentales, producen una oposición superficial al islam en el discurso mediático, mientras promocionan la inmigración que aparentan criticar. Dichos antivalores, que podemos llamar woke, liberales, izquierdistas o judeomasónicos según el contexto, pretenden fomentar la invasión islámica por una sencilla razón: el cristianismo lleva siglos resistiendo sus embates aunque muchas murallas hayan caído. El mayor ímpetu y vitalidad del islam, se convierte ahora en un arma preciosa. A su vez, los anticristianos saben que será mucho más fácil destruir al islam desde dentro por sus propias características. No se trata, por tanto, de islamizar Europa, sino de islamizarla primero para destruir más tarde el islam, donde ya se están produciendo las primeras infiltraciones feministas, primero bien disimuladas con la religión. Pero el virus ya está dentro.

Sólo una reacción católica, decidida y valiente, que ha de nacer siempre de una transformación personal, podrá hacer frente a este ataque que parte, no lo olvidemos, de casa, donde las polémicas entre tangas y burkas sencillamente cubren a dos tipos de anticristianos aliados para la ocasión.

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