El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Manuel Sánchez Badajoz, el último alcalde republicano de Córdoba que... usurpó el poder

La memoria histórica supone un ataque directo a la objetividad y la ecuanimidad

Actualizada 04:00

«Anoche tuvimos la ocasión de hablar con el señor Sánchez, quien nos manifestó que no abandonaría aquel lugar hasta recibir órdenes de sus jefes políticos o por la fuerza». Estas líneas se publicaron en el diario ‘El Defensor de Córdoba’ el día 21 de febrero de 1936. Y ese Sánchez al que se refería el periodista se trata de Manuel Sánchez Badajoz, el último alcalde republicano de Córdoba, de cuya muerte, fusilado tras el levantamiento militar de 1936, se cumplen 88 años esta misma semana. Sánchez Badajoz fue una de tantas víctimas que se cobró la guerra civil en ambos bandos al margen de las situaciones de batalla, en lo que se ha llamado represión de la retaguardia.

Al margen de su desgraciada muerte, resulta interesante pararse en cómo accedió al poder este último alcalde republicano. ¿Por qué? Desde la puesta en marcha de la ley de memoria histórica, hace unos veinte años, Sánchez Badajoz ha contado con diversas obras que trataban su vida, bien en formato de libro, bien en la red, y numerosos actos de homenaje, donde el hecho de ser el último alcalde republicano tornaba su figura de una especie de halo de heroicidad. En ocasiones, los cordobeses hemos asistido incluso a actividades culturales donde se realizaban tales elogios de su mandato que alcanzaban el tono hagiográfico.

Esto muestra perfectamente el carácter manipulador de la memoria histórica, que realza de forma ficticia a una de las partes del conflicto para menoscabar la memoria de la otra. Lo cierto es que Sánchez Badajoz apenas estuvo en el Ayuntamiento cinco meses. Pero lo llamativo es su acceso al poder, ya que lo usurpó. Esto siempre se silencia. Curioso.

La historia se puede seguir de forma muy sencilla en los diarios de aquellas fechas. Quizá 'Guión' fue el que hizo un mejor seguimiento. Los ciudadanos acostumbrados a escuchar maravillas sobre aquel alcalde se quedarán sorprendidos al comprobar fehacientemente que obtuvo la alcaldía tomando por la fuerza el Ayuntamiento y presionando al gobernador civil para que diese carta de naturaleza al asalto. ¿Sus méritos? Sobre todo ser fiel seguidor de Largo Caballero, uno de los grandes responsables del golpe de Estado de 1934. Sánchez Badajoz no era cordobés y llevaba poquísimo tiempo en la ciudad. No entraré en más detalles porque se pueden consultar tanto en los diarios antiguos a través de la página de prensa histórica como en el artículo ‘El nombre de las calles’, escrito aquí mismo, en ‘La voz de Córdoba’, hace poco más de un año por Manuel Estévez. Dicho artículo supone un excelente resumen de todos los acontecimientos e incita a saber más sobre ellos. Cumple, por tanto, una excelente labor divulgativa.

Justo es ese carácter de divulgación el que sistemáticamente vulneran los homenajes y hagiografías a Sánchez Badajoz, al que convierten de manera forzada en una especie de símbolo, cuando más bien fue juez y parte de importantes alteraciones del orden público y clarísimas vulneraciones de los principios democráticos. Resulta gracioso que alguien que tomó el poder por la fuerza y de aquella pintoresca manera, podríamos considerar que patética, cuente con una calle en la ciudad y periódicas reivindicaciones públicas, muchas de ellas institucionales.

En aquellos días de febrero de 1936, Sánchez Badajoz llenaba sus discursos de la palabra «pueblo» para justificar sus acciones. Todo lo mandaba el «pueblo» y se hacía por tanto para el «pueblo». Dichas palabras, no obstante, eran exactamente lo contrario que ejecutaba mediante la coacción y la violencia. Además, durante el poco tiempo que estuvo en el Ayuntamiento, combinó su cargo de alcalde con el del administrador de Correos, ambos incompatibles. Abandonó el segundo a principios de julio de 1936 gracias a las denuncias del periódico 'Guión', que también hicieron mella en otras incompatibilidades de varios concejales. Suponemos que todas ellas... también por el «pueblo». Justo el día que se vio obligado a abandonar ese cargo de Correos, uno de sus compañeros concejales realizó la propuesta de que la calle Jesús y María (donde estaba entonces Correos) pasara a llamarse... calle de los Mártires de la Revolución de Octubre. Los diarios de entonces bromeaban con gracia sobre la particular venganza.

Cuando triunfó en Córdoba la sublevación militar, Sánchez Badajoz huyó disfrazado de bombero. Fue capturado en la Huerta de los Aldabones, que estaba frente a los Padres de Gracia. Se escabulló allí junto a un compañero, el doctor Romera. Cuenta la crónica que este último intentó huir a la desesperada cuando los localizaron durmiendo en colchones en el suelo, y Sánchez Badajoz gritó: «Ese es Romera, que se va!». Llamó la atención sobre su propio amigo. Entendemos que fue una última acción, claro está, por el «pueblo».

Como observamos una vez más, la memoria histórica supone un ataque directo a la objetividad y la ecuanimidad. El hecho de que Sánchez Badajoz fuese injustamente fusilado en esa atroz guerra no puede hacernos olvidar la exacta naturaleza de lo que hizo ni elevar a los altares a un personaje de semejante calaña. Recuerden, 'veritas liberabit vos', la verdad os hará libres. Nada más alejado de ella que la propaganda que sufrimos desde hace décadas acerca de la contienda civil y que no tiene más objeto que la manipulación presente.

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