El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Músicos ambulantes cordobeses

Cuando se ponía la feria en la Victoria había menos ruido que el que hace un solo músico ambulante de Córdoba con sus altavoces

Actualizada 04:05

Cuando uno va a comprar o alquilar piso, debe fijarse en muchas cosas. Una de ellas son los locales que hay en el edificio. Sobre todo cuando están en bruto. Ahí pueden poner en marcha un bar, por ejemplo, y el tranquilo hogar de arriba se transforma en una pequeña pesadilla diaria de ruidos de terraza, puertas abiertas y cerradas o humareda de la gente que fuma en el exterior. O de pronto abren un taller de coches. O un concurrido supermercado. La morada soñada se torna así un lugar invivible. Y todo por no estar atento. Pero, ¿qué pasa si uno había elegido bien y le plantan a un músico ambulante debajo? Un músico ambulante de Córdoba vale por seis bares o siete talleres de coches mínimo.

Hace poco pasé por el Bulevar del Gran Capitán, y se me desactivaron parcialmente los lóbulos frontales al paso por la actuación de un músico callejero que ocasionalmente allí se coloca. Casi me tumbo en posición fetal con el pulgar en la boca. Posiblemente los paseantes hubieran echado monedillas al oír mi llanto, que no desentonaría en absoluto con respecto a las melodías allí pergeñadas por el que era a la vez vocalista y teclista. Sentí un miedo cerval. Aquel estruendo seguido de notas desafinadas se oía desde El Corte Inglés y llegaba hasta la Trinidad. La cercana estatua donde una lectora hojea plácidamente un periódico casi lo enrolla para darle una colleja. Imagina que alquilas una oficina y te ponen a este músico debajo. ¿Cómo justificas ante la autoridad echarle un cubo de agua desde arriba?

Leo en los diarios que ya no habrá músicos callejeros en la Mezquita y el Puente Romano, medida lógica para descongestionar acústicamente esas zonas y evitar intentos de suicidio en el segundo caso. Y es que los músicos ambulantes de Córdoba no pasan por verdaderas pruebas de selección, una Operación Triunfo local que sirva de filtro gracias a las aportaciones del público y del jurado. Así, lo que tenemos son verdaderos perpetradores de escándalo. Cuando se ponía la feria en la Victoria había menos ruido que el que hace un solo músico ambulante de Córdoba con sus altavoces. Un músico ambulante de Córdoba suma, mínimo, ocho látigos macarenos y doce gusanos locos.

Donde está un músico ambulante de Córdoba hay que poner una pantalla vegetal y activar de inmediato el anexo II del Real Decreto 1315/2005, para establecer el método cnossos-EU, común en todos los países de la Unión Europea para el cálculo los ruidos industrial, de aeronaves, ferroviario y del del tráfico rodado. Un músico ambulante de Córdoba cuenta como un despegue de un Douglas DC7-C, que es el avión cultural antes de ser cultural pero ya siendo avión.

O quizá lo mejor fuese eso, darle por fin a tal avión su función de contenedor cultural en lugar de trasladarlo. Allí dentro se celebraría la competición entre músicos ambulantes. Y allí se quedarían los ganadores, tocando a puerta cerrada para todo aquel que quisiera escucharlos. Y si se decide llevar el avión a otro sitio, allá que van los músicos ambulantes cordobeses con el aparato, para llevar alegría a otros puntos de la Tierra, que también se lo merecen.

Qué poco deambulan los músicos ambulantes de Córdoba, que suelen estar fijos en un sitio, como funcionarios de la estridencia con su plaza vitalicia. Qué poco deambulan. Deben tener hasta trienios. Fijaos. La estatua del Bulevar ya le ha dado. De verdad, ya le ha dado. Menudo collejón.

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