El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Cinco comentarios de verano

El gas de la risa y el recuerdo del látigo macareno es todo lo que necesita un hombre para ser feliz en esta sociedad estupefaciente

Actualizada 04:30

Mientras desde hace años vemos imágenes desoladoras en Estados Unidos, con las calles repletas de gente cuasi zombi a causa del fentanilo, llega a Córdoba sin embargo el gas de la risa. En la ciudad que inventó el vargas difícilmente se ajusta una droga capaz de convertir en muerto viviente a aquel que la ingiere. El lugar donde se ha introducido el llamado óxido nitroso lo demuestra: la feria de Santa María de Trassierra. Entre tómbolas y cacharritos se ha colado la sustancia que se consume en globos de cumpleaños vendidos por camellos-payaso. El gas de la risa y el recuerdo del látigo macareno es todo lo que necesita un hombre para ser feliz en esta sociedad estupefaciente.

Estos días calurosos han contado con un añadido: el temblor de tierra. Por si el cordobés tenía poco al vivir, una tras otra, esas noches tórridas en las que se hace un charco de sudor en la oquedad del cuello, llega el traqueteo para rematarle. Uno se despierta por enésima vez en el horno de su habitación, ve que el termómetro no ha bajado de 25 ya cerca del amanecer, y le sobreviene un terremoto como de cachondeíto, con el que uno dice, pues mira, ya mejor me meto en la ducha porque lo siguiente es un tifón o una plaga. Ya dormiremos en septiembre.

Está de moda en los últimos tiempos las recreaciones artísticas de yacimientos arqueológicos. De esta forma, mediante la tecnología 3D o, ahora, la Inteligencia Artificial, se reconstruyen determinados lugares para que podamos ver cómo fueron hace siglos. Este verano se han inaugurado dos parques, el de Levante y el del Flamenco. O mejor dicho, dos secciones de esos parques, porque ahora se inauguran a cachos. Hasta hace nada, cuando se inauguraba un jardín, el jardín ya estaba allí. Ahora, acaso contagiados por esas aplicaciones históricas, se inauguran parques que se asemejan a parques de la esperanza, porque los serán cuando crezcan los árboles y su copa dé sombra. Cuando uno ve los delgadísimos tronquitos piensa si verá en vida la verdura, la frondosidad, y anidar al verdecillo y al verderón. Quizá el Ayuntamiento podría poner su recreación por IA en una pantallita al principio de los caminos y así las personas de edad provecta imaginarán pasear por donde sólo lo harán sus fantasmas.

Hace poco se anunciaba que la policía local tendrá agentes en patinete. Y vemos estos días que ya hay tironeros en patinete. La ciencia-ficción nos mostraba hace décadas unas ciudades futuristas donde luchaban humanos y androides fuera de la ley. La realidad cañí se impone sobre cualquier ensoñación y pronto asistiremos a trepidantes persecuciones por las calles. Espero que la policía instale en sus aparatos algunos artilugios, como lanzadores de agua al rostro o cables eléctricos paralizantes. Lo mejor sería cuchillas a lo Ben-Hur, pero quizá esto no lo aprueben los protocolos.

Durante las últimas semanas he visto con enorme interés una serie de entrevistas al que fuera exorcista de la diócesis de Córdoba, Javier Luzón. Este sacerdote, entre otras cuestiones, advierte sobre la puerta al mal que se encauza mediante artículos procedentes de otras espiritualidades, como pirámides, ojos de Horus y demás artefactos en pro de la suerte y la fortuna que se pueden tener en casa como adorno. También sobre la invasión de disciplinas como el yoga o el reiki. Lo cierto es que yo vivía tranquilísimo y ahora veo al demonio en todas partes y me pongo en guardia para que ni Satán, ni Lucifer, ni Belcebú me puedan sorprender en un renuncio. El caso es que esto me ha hecho más observador, y es verdad que están proliferando las tiendas esotéricas por doquier en la ciudad, una invasión silenciosa que se extiende por el centro y los barrios. Con su simpatía habitual, Javier Luzón recomienda por encima de todo el rezo del Santo Rosario. Desháganse, pues, del set de piedras de chakras y vayan a adquirir un sencillo rosario de madera a esas tiendas verdaderamente espirituales que son las cofrades. Y que se lo bendiga el sacerdote de su parroquia.

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