El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El Plácido bastión contra la corrección política

Es la única terraza en toda la ciudad en la que no pueden estar estos animales, tal cual

Actualizada 04:30

Miradlos. Están ahí, entre nosotros. Sin disimulo. Dejan a los perros que se suban a sus camas. Los besan. Los besan mucho. Los besan haciendo ruido para que se note. Los besan en las redes sociales para que se vea. Los besan en el hocico. Y luego te besan a ti. Los llaman perretes. Los llaman peludos. Incluso los llaman hijos. Creen que son parte de su familia en ciudades donde ya hay más mascotas que niños. Dejan que invadan los parques, acorralando a las otras familias. Y eso que el perrete, peludo o hijo tiene su propio parque dentro del parque o zona vip. Bajan cuatro veces a la calle para recoger con las manos sus mojones humeantes. Te miran mal si les reconvienes porque su peludo, perrete o hijo ha orinado en los últimos meses 3.933 veces en tu portal. Miradlos, porque siguen ahí.

Estamos en el año 2024 después de Jesucristo. Toda Córdoba esta ocupada por los perros y sus siervos humanos. ¿Toda? ¡No! Un lugar poblado de irreductibles hosteleros resiste, todavía y como siempre, al invasor. Y la vida no es fácil para los acosadores caninos...

Henchidos del espíritu de Astérix y Obélix, quizá guiados por aquellos dioses que evitaron que a los galos se les desplomase el cielo por encima de sus cabezas, los responsables de un bar aguantan la presión del Zeitgeist, que se dice pronto. Y así, en la calle Caravaca de la Cruz, en Sagunto, la cafetería Plácido no permite que haya perros en sus dominios. Pero no lo permite dentro... y no lo permite fuera. Es la única terraza en toda la ciudad en la que no pueden estar estos animales, tal cual.

Leo con lágrimas en los ojos el cartel que prohíbe, en un poste del toldo de la terraza, la estancia de perros en ella. Esas pocas letras de «no se admiten mascotas» reúnen más valentía que toda la oposición mundial contra el mundo woke que ha convertido a cada peludete, pues también los llaman peludetes, en un particular Anubis al que rendir pleitesía. Plácido en solitario deshace, con su gesto, cada absurdo dictamen de la UE o la ONU. Y realiza una llamada a la cordura en un mundo enloquecido.

Pero, sobre todo, es el último bastión contra la corrección política y la sinrazón. Leo en el Google numerosas reseñas alabando su más que recomendable comida casera y el eficaz servicio. Pero también reflejan la incomprensión y perplejidad de los que tienen perro, al no serles permitida la estancia en la terraza. Esos comentarios son un compendio valiosísimo que describe la lucha del bien contra el mal, de los ejércitos de la luz contra los de las tinieblas. De una forma modesta y cotidiana, la cafetería Plácido se erige en símbolo de la verdad y la virtud en tiempos en los que ambas se desprecian.

«No se admiten mascotas». Y a su lado, ese nombre: Plácido. Todo ello merecería brillar con letras de oro y diamantes. Una incauta se sienta en la terraza, besa a su perro en el hocico antes de pedir una tostada de aceite con tomate. En seguida surge alguien del interior del bar: «Perdone, señora, no se puede estar con perros en la terraza». Ese es exactamente el sonido de la libertad.

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