Amaste tanto la vida...
Te apagaste. Como lo hace, irremediablemente, una vela que ha consumido toda la cera que la componía después de haber alumbrado intensamente a su alrededor. Te has ido dejando un halo de luz enorme en todos los que algún día se cruzaron en tu camino, en los que te han querido y admirado, en los que han compartido contigo una parte, al menos, de una vida ejemplar; un resplandor que permitirá ver con mayor claridad la verdad de nuestra existencia en su dimensión espiritual.
Has recorrido la Vía Dolorosa abrazando una y otra vez la cruz de la enfermedad, experimentando un auténtico Vía Crucis lleno de caídas, cada una de ellas con nombre propio: trasplante hepático, linfoma, infecciones, aplasia medular… Un verdadero calvario en el que no has estado sola, porque junto a ti ha permanecido el más fiel de los cirineos, Manuel. Cuántas lecciones de vida, Bea. No puedo encontrar más razones que las propias de una existencia construida sobre roca, sobre la piedra viva que es Cristo, para, si existe alguna posibilidad, alcanzar a entender algo de lo ocurrido.
Qué fácil ha sido descubrir las virtudes teologales en tu persona. Una fe inquebrantable, de continuo encuentro con Dios; una esperanza capaz de vencer todos los obstáculos; y una caridad cristiana sin límites, sincera, pura, servicial. También las cardinales, de manera especial la fortaleza, demostrando una confianza absoluta en Dios.
En los últimos meses, tu diario, el de una guerrera –no podías haber elegido un nombre mejor-, te daba la oportunidad del desahogo, de poder relatar tus experiencias cuando el dolor lo permitía. ¿Había algo que te gustara más que comunicar? Contabas tus sensaciones y siempre se desprendía algún atisbo de tu sentimiento más certero, el de la firmeza en la fe. Constantemente planteándote retos: subir de peso, coger masa muscular, todo lo que estuviera en tu mano con el permanente objetivo de poder volver al trabajo.

Bea
Asimismo tuviste tiempo para disfrutar, para conocer nuevos lugares, para experimentar lo desconocido, para exprimir cada oportunidad. En eso conectábamos bastante. Todavía recuerdo que, desafiando la pandemia, coincidíamos haciendo las mismas etapas del Camino de Santiago con pocos días de diferencia. Sabías que tenías que vivir deprisa y así lo hiciste. Gozabas con la temporada de calçots, aún lejos de tu Barcelona natal: «hay unas chicas catalanas, que los hacen riquísimos», me recomendabas. Y eras feliz, mucho, en las cosas del día a día, sobre todo en el café de media mañana en la «uni», cuyas clases ansiabas retomar.
El dolor de Manuel podrá ser mitigado con el legado que le dejas: el sustento de tus enseñanzas, las huellas que fuiste marcando para siempre en su corazón. Ya has ganado el premio, el de llegar al cielo de la mano de la Virgen. Todos tenemos esta certeza porque el Señor ha permitido tu purificación en cada una de las aflicciones que has sufrido.
Aún con lágrimas en los ojos, con la respiración contenida al despedirte, surge un «hasta siempre, Bea». Gracias por regalarnos tu amistad. Vela por nosotros. Nos encomendamos a ti.