El Palacio de la Bolsa desde dentro: este es su misterio sin resolver
Este edificio neoclásico fue inaugurado en 1893 y desde entonces sólo ha cerrado en dos ocasiones, dejando tras de sí un secreto que nadie conoce
Entrar en el Palacio de la Bolsa es como viajar en el tiempo. De no ser por los modernos paneles que destacan sobre el fondo, parecería posible cruzarse con uno de esos antiguos agentes de cambio y bolsa, enfundado en un elegante traje cruzado y envuelto en una densa nube de humo, mientras consulta con impaciencia su viejo reloj de bolsillo. Dentro de estas paredes el tiempo valía su peso en oro, casi literalmente.
Inaugurado en 1893 por la Reina Regente María Cristina y ubicado en la madrileña plaza de la Lealtad, este palacio neoclásico no puede estar mejor situado: su fachada principal desemboca en el Paseo del Prado, entre las plazas de Cibeles y Cánovas del Castillo.
Interesados por los secretos de este palacio, las cámaras de El Debate se cuelan en sus entrañas.
El Salón de los Pasos Perdidos
La visita comienza en el Salón de los Pasos Perdidos, una estancia flanqueada por amplias vidrieras y cubierta de mármoles blancos y cenefas doradas. Las puertas y ventanas están coronadas por enjutas en las que se va alternando el caduceo, la vara que porta el dios Mercurio, patrón de la bolsa. En él se mezclan elementos simbólicos industriales y marítimos.
No es casualidad que que las palabras «mercancía» –merx– y «comerciar» –mercari– estén relacionadas con el nombre del patrón, Mercurius, cuyas características representan la ambivalencia y la volubilidad de la actividad comercial. Al rededor del caduceo hay dos serpientes que representan a su vez las fuerzas del mercado, oferta y demanda, además de un palo que representa la mediación y dos alas, que simbolizan la velocidad en la toma de decisiones.
El nombre de esta estancia tampoco es casual. Resulta que la antigua alfombra que cubría la sala era tan gruesa que amortiguaba los pasos de los asistentes, dejando en ella sus huellas marcadas. También en el Congreso de los diputados existe un recibidor con el mismo nombre.
Un misterio sin resolver
Tras el fin del conflicto y su reapertura al público, en las vidrieras de esta sala descubrieron varios disparos. Nunca se ha sabido cual fue su origen, aunque investigaciones balísticas recientes han demostrado que al arma fue disparada desde el Salón de la Contratación o parqué, la sala principal.
El Salón de Fumadores
Cuentan las crónicas populares que, en una ocasión, alarmados por la cantidad de humo que salía del interior del palacio, algunos viandantes decidieron llamar a los bomberos. Allí encontraron a los agentes de cambio y bolsa, inmersos sus habituales disertaciones y fumando como chimeneas: tal era la densidad del humo que envolvía la sala.
El salón de fumadores era una sala mucho más distendida y social que las demás, donde los agentes descansaban por momentos de la frenética actividad bursátil. Esta estancia con vistas a la Plaza de la Lealtad está presidida por los retratos Alfonso XII y el rey emérito Juan Carlos I.
La Galería de Fisgones
La importancia de la Bolsa en la vida pública madrileña era tal que el Palacio estaba siempre abierto al público. No eran pocos los vecinos que cada mañana se acercaban a 'cotillear' para pasar el rato, y se cuenta que algunos incluso lanzaban colillas y zapatos a los agentes de cambio.
Para ellos estaba especialmente pensada la Galería de Fisgones, una sala sin acristalar y con vistas al parqué, donde transcurría la mayor parte de la actividad bursátil. Desde aquí pueden verse en lo alto un unos frescos que representan a las provincias con mayor actividad económica en la España de entonces, entre las que estaban incluidas Cuba y Filipinas.
Algo más abajo están representados también todos los países con los que España tenía mayor relación comercial en la época. Y no muy lejos el lema del Palacio: sin paz no hay comercio.
Esta galería ofrece además una visión panorámica del parqué, el espacio principal del Palacio, donde se llevaba a cabo la compra y venta de acciones a viva voz. El centro de la estancia destaca gracias a un contorno que imitaba la planta de la Basílica de Santa Sofía, en la antigua Constantinopla.
El barómetro detenido
Los agentes comprendieron entonces que, como el tiempo, el comercio es también variable, por lo que decidieron ignorar para siempre el oráculo del barómetro.
El Salón de Cotizar y el reloj misterioso
La siguiente parada es el Salón de Cotizar, una preciosa estancia rodeada de pupitres de madera de roble y cuero de cabra. Aquí se debía legalizar la compra y venta de acciones una vez realizada en el parqué. A partir de ese momento, los agentes tenían diez minutos para legalizar la transacción. Si no ocurría así, todo el trabajo habría sido en vano (de ahí la importancia del tiempo).
En uno de los extremos de la sala puede verse un reloj antiguo aparentemente normal. Pero sólo aparentemente. Una mirada atenta revela un detalle curioso: el número IV aparece escrito como IIII. Hay varias posibles explicaciones a este respecto.
Una de ellas tendría que ver con que la construcción del reloj fue ordenada por un rey suizo, que mandó que la pieza tuviese algo especial. Su relojero decidió entonces cambiar el IV por el IIII. Al rey no le gustó la idea y mandó ejecutar al relojero. Desde entonces, todos los relojes de la época decidieron, a modo de protesta, imitar el IIII.
Sea cual fuere la explicación, esta costumbre se extendió rápidamente. ¡Incluso aparece en el reloj de la Puerta del Sol!
¿Para qué se utiliza hoy el Palacio?
Desde que se digitalizó la industria en 1993, ninguna transacción se realiza físicamente desde el Palacio. A día de hoy se utiliza cada mañana para ofrecer visitas formativas, que cualquiera puede disfrutar, y como escenario de grados y másteres con un enfoque bursátil financiero. Finalmente se utiliza para realizar eventos, únicamente al alcance de empresas que coticen en bolsa.