Cartel de la película Los que tocan el piano.

Cartel de la película Los que tocan el piano.

Crónicas Castizas

Te haré una oferta que no podrás rechazar

Guiri, palabra originada, según cuenta la leyenda, cuando las tropas francesas llevaban una hebilla del cinturón con las siglas GRI, correspondientes a Guardia Real Isabelina que acabaron mal pronunciadas como sinónimo de extranjero: guiri

«Te haré una oferta que no podrás rechazar», cuentan que decían con voz ronca los mafiosos en las películas de El padrino, pero sin cruzar el charco podemos encontrar en la vieja Europa casos sangrantes que también pueden cobijarse bajo ese titular.

En el país de Rinconete y Cortadillo, de la picaresca que tanto éxito en la actualidad, aunque sin la excusa de ser un siglo de Oro, tiene entre los politicastros, sus aliados y sus beneficiarios con el dinero público es difícil encontrar anécdotas epatantes sin mandatarios por medio para solaz de los lectores, especie en vías de extinción.

Aquí en el solar hispano se ha cantado a los embaucadores y variantes en películas como Los que tocan el piano y en libros como Tierra firme y Manual de resistencia.

La ratonera de una guiri

En el popular Rastro madrileño, donde se podían encontrar las cosas más peregrinas, una mujer extranjera, conocida de forma chabacana como guiri, palabra originada, según cuenta la leyenda, cuando las tropas francesas llevaban una hebilla de cinturón con las siglas GRI, correspondientes a Guardia Real Isabelina, que acabaron mal pronunciadas como sinónimo de extranjero, guiri. El caso es que la buena mujer, fascinada por un trozo de madera sin barnizar y alambre sin gala alguna y seducida por la verborrea imparable del tratante truhan, pagó miles (sí, miles) de las antiguas y añoradas pesetas por una tosca y vulgar ratonera, cepo de ratón, vamos, a la que había sacado todo el lustre posible, que no era mucho y la presentaba a la compradora foránea como un portento de la tecnología mecánica para deshacerse de los molestos roedores.

El timo de la bella que viene

Otro caso más cercano, y por desgracia frecuente, es el de la bella que escribe a un incauto usuario de redes sociales, a uno o a doscientos, que alguno pica, al que cuenta, renovando la historia de la doncella y el dragón, que es la hija de alguien importante de un país ignoto y necesita una pequeña ayuda financiera, pequeña al principio, para desbloquear algunos problemas y disponer de una gran cantidad de dinero.

Como la soledad es muy mala para algunos navegantes de la red, una vez logrado el correo electrónico personal del cándido palomo, uniendo como cebo la lujuria a la avaricia, le remite una foto vistosa, que una somera búsqueda en Google, de haberla hecho, hubiera identificado al primo su origen como falsedad y copia de imágenes ajenas. Y le promete la presunta bella que tras una nueva remesa de dinero irá a verle solicitando asilo algunos días en su casa con la promesa soterrada de una cara bonita y un cuerpo agradecido a la bondad crematística del desamparado varón. La habilidad para ir tirando del ovillo de las falsarias y la absoluta bisoñez de los cándidos puede dar lugar a cientos de miles de euros transferidos a la supuesta bella que nunca llegará y que bien puede ser en realidad un perillán con la espalda peluda en sucia camiseta de tirantes.

Los africanos hijos del presidente

Otro género que ya no se trabaja desde hace años, quizás por la abundancia actual de remesas del mismo jaez, es el de los africanos, entonces compañeros de carrera en la Complutense que se pretendían hijos o sobrinos –decían ellos– del presidente de una potencia africana, incluso de una impotencia, y cuando acabaran los estudios, contaban que volverían a su vida lujosa de antaño disfrutando de su opulencia de cuento de hadas.

Con la vaga promesa de acompañarlos en esas comodidades, les pasas los apuntes o les haces un trabajo sobre Filosofía del Derecho o Técnicas avanzadas de investigación social o Bromatología o cualquier asignatura que se les escape. Hay una variante de este bulo inocente usada en la Legión a finales de los años setenta, donde unos pocos contaban sin reírse que eran oficiales del ejército de Guinea y que su estancia circunstancial en el Tercio era algo así como un máster para perfeccionar el oficio de militar. Dos voces del inapelable sargento Roberto solían disipar el cuento y poner en franca huida al cuentista.

El taxi irlandés

Volviendo a España al acabar un entretenido viaje por la República de Irlanda, el otro periodista con el que viajaba y yo nos pusimos de acuerdo con otros clientes del hotel que también marchaban al aeropuerto para compartir un taxi entre cinco, lo que abarataba costes. La recepcionista española del hotel llamó a un coche y se presentó raudo para transportarnos al aeródromo a nosotros dos y a tres clientes más, asiáticos por más señas. Al llegar a nuestro destino el taxista nos indicó que lo que marcaba el taxímetro era lo que teníamos que pagarle todos y cada uno de los viajeros que llevaba, vamos, la cuenta multiplicada por cinco, y era un taxista irlandés, no de Sierra Morena ni de Sicilia.

De forma evidente los españoles le aclaramos que aquello era el total a dividir entre cinco para pagar, pero la insistencia del conductor y la bisoñez de los compañeros de viaje orientales les llevó a sacar sus carteras dispuestos a abonar cinco veces lo que marcaba el taxímetro. Hice de impedirlo una cuestión personal y llegué a argumentar que como el conductor también venía en el coche debía entrar en el reparto del pago, es decir, no dividir la cuenta entre cinco, sino entre seis. Mi argumento era tan peregrino como la intención del chófer de cobrarnos a cada uno el total, pero acabó cediendo en nuestro caso cuando le amenacé con invocar a la Garda, que así se llama la policía irlandesa.

Te llama Bill Gates

Es una pesadez recibir llamadas de algunos que se identifican como Microsoft y te ordenan con voz perentoria en inglés que enciendas el ordenador y lo manipules según te indican para comprobar si su software es original, acabando la maniobra en que les has dado el control de tu máquina y te saquean cual hunos para poder recuperar tu ordenador. Si a las primeras de cambio te has hecho el ignorante y te niegas a hablar en inglés, el idioma del capitalismo opresor, volverán a llamar tiempo después y hablarte en español con acentos de conquista y descubrimiento aunque con el mismo objetivo de chantajearte y vaciarte los bolsillos. Si les dices que están hablando con una comisaría suelen colgar con prontitud, si es insistente y no se arredra, lo suelen ser, lo que funciona es decirles que tienes ordenadores Mac de Apple. Si insisten en que da igual, ya se han descubierto. A mí me funcionan las dos cosas y hablarles en árabe al coger el teléfono y no salirme del papel ni para decir no (la en árabe).

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