Una madrileña en un colegio en RajastánGustavo Morales

Crónicas Castizas

Reza se va al paro para apaciguar conciencias

Se sienten bien los inspectores mientras reparten desde las ventanillas del vehículo con aire acondicionado, entre las niñas morenas de abigarrados vestidos de colores, las bolsitas de champú y de jabón que han cogido gratis en el baño del hotel después de desayunar

Reza no sabe por qué quieren cerrar la empresa y dejarles sin trabajo. ¿Es que no les gusta cómo lo hacen? Pone toda su buena voluntad en ello y sus compañeros también. Es difícil explicarle a Reza que gente también de buena voluntad a quienes no conocerá en su vida ni ellos a él, protestan con justicia contra la explotación laboral infantil y por eso les van a dejar en paro sin darles otra alternativa. Ese no es su problema. Son de esos filántropos que aman a la humanidad pero detestan a las personas.

Reza cose zapatillas deportivas, cuya compra nunca se podrá permitir, sobre un suelo de hormigón, con una lezna, cola blanca e hilo que van encalleciendo sus manos infantiles bajo la mirada sin vida del dios Ganesa, señor de la abundancia, con cuerpo humano y cabeza de elefante, que preside la sala oscura donde se hacinan en un país en que hay más dioses que días tiene el año. Y el mísero sueldo de Reza, el que hace competitivas las manufacturas de su nación por el escaso coste de la mano de obra, le permite sobrevivir a su familia que tiene un futuro negro con dos hermanas, dos espadas de Damocles, cuyas dotes, ilegales pero tradicionales, cuando lleguen sus bodas arruinarán, más si cabe, de nuevo a su familia. La boda la pagarán los novios en cambio.

A Reza le da igual si la empresa es india, norteamericana, autogestionada o parte de una multinacional, nada de eso le importa, él necesita esas miserables rupias para poder comer. Él y los suyos.

Ignora que a esas horas sus hermanas persiguen al microbús donde las miembros de una ONG contra la explotación infantil recomendarán el cierre de la fábrica. Ellos generosos se sienten bien mientras reparten desde las ventanillas del vehículo con aire acondicionado entre las niñas morenas de abigarrados vestidos de colores, las bolsitas de champú y de jabón que han cogido en el baño del hotel después de desayunar. Y también les dan los lápices y los cuadernillos de escasas hojas que hay en la mesilla junto al teléfono de la lujosa habitación Y así se sienten bien sin saber que ellos con su informe serán la causa directa de la penuria de esas muchachas que corren descalzas sobre el camino polvoriento junto a su vehículo, las hermanas de Reza a quien van a despedir por sus recomendaciones humanitarias cargadas de buenas intenciones. Y Reza y sus hermanas volverán a vestir la camisa azul clara de los colegiales para ir a clase sin haber desayunado, caminando al colegio con hambre y sin esperanza como los parias que son.

El sueño de Reza es hacerse un anillo negro pavón como el de su tío, un anillo de hierro hecho con la herradura de un caballo blanco forjado por un herrero en una noche de luna llena a martillazos, presidida por Saturno. Eso sí cambiaría su suerte, pero sin duda para conseguir ese talismán infalible tendría que ahorrar durante años y tomar algunos trabajos extras, siendo que el principal está a punto de esfumarse sin que él lo sepa todavía.

El microbús con los miembros de la ONG se detiene en el parque donde está el monumento a Gandhi, que lo conforma sencillamente la enorme piedra lisa negra donde se levantó su pila funeraria. No hay mucha gente pero aprovechando que muchos hablan inglés los filantrópicos enemigos de la explotación infantil preguntan los viandantes por la figura de Gandhi y su mítico pacifismo. Algunas mujeres callan y se cubren el rostro obviando las preguntas y otros jóvenes son hostiles a la figura del líder pacifista y hacen añicos los prejuicios de los progres : Teníamos que haber atacado Paquistán antes de que se separase, él tiene la culpa. La frase final hiela la sangre de los biempensantes: «si Islamabad nos tirase la bomba atómica yo sería feliz sabiendo que un ataque nuclear indio arrasará ese país». Los rostros de los presuntos filántropos se mudan, no pueden creer lo que oyen.

Los inspectores de la ONG contra la explotación laboral infantil ven como sus creencias progremente construidas se vienen abajo en contacto con la tozuda realidad que niega el relato que les han asumido. Un poco más tarde, durante la visita a un ministerio, un hermoso edificio ocupado por los monos por todas partes, les dirán como respuesta que el expediente que solicitan ha desaparecido y que suele ocurrir porque esos monos, se los señalan, suelen robar muchos papeles y cosas entrando y saliendo por las ventanas abiertas para combatir el calor infernal del Rajastán en esa época del año.