Emblema de la Policía Internacional de Defensa del Estado luso PIDE.

Emblema de la Policía Internacional de Defensa del Estado luso PIDE.

Crónicas Castizas

La buscona, la policía política y un castellano enamorado

Y los polis lusos acabaron sacando a tiros a la muchacha del burdel en la tenebrosa noche de la Lisboa de entonces, cuajada de contrabandistas, orlada de traficantes de armas abundantes y de drogas, tachonada de chulos y expatriados de las colonias lusas en África

Javier Perlado era amigo de Curro Goyoaga en los tiempos en que una pariente de Jaime Ostos, el torero, se rompió la pelvis en un accidente de coche, pero esta historia no va de eso, es para que el lector se sitúe en la época.

Javier Perlado, castellano de pro, de la tierra legendaria de Numancia, la que obligó al imperio romano a empezar el año en enero, era un tipo delgado y pálido a quien le cambió la vida cuando conoció a una muchacha africana, por más señas de Cabo Verde, donde se refrescan con cerveza Strela, y se quedó prendado de ella, de la chica, a las primeras de cambio. Los que la conocieron en persona no saben el por qué del arrebato, «no era Beyoncé ni de lejos» explican los avezados testigos a este cronista. Pero el caso es que el amartelado galán Javier se fue tras ella como en la canción de Adelita sin reparar en medios de transporte ni distancias y su pasión no se detuvo en fronteras, llegando a Portugal donde la moza trabajaba de hetaira amancebada en una casa de mala nota, tanta que no daría ni para matricularse en Filosofía y Letras o en Sociología, no sólo por la actividad desarrollada en los bajos ajenos sino por la compañía laboral inherente a la actividad de la empresa.

Javier, militante de la Falange de Soria, devorado por el mal de amores, invocó la santa hermandad azul, que entonces sí funcionaba, y se puso en contacto con un compañero, corresponsal de un conocido diario monárquico en Portugal. El periodista, compadecido, tiró de agenda y por teléfono le puso en contacto nada menos que con antiguos elementos de la antaño poderosa PIDE, la policía política portuguesa del Estado Novo de Salazar, en tiempos de la dictadura previa a la revolución de los claveles. La cosa se torció porque los endurecidos amos de la muchacha no eran asequibles a amenazas ni presiones,tipos duros recién vueltos de Angola, y la cosa pasó a mayores. Y los polis acabaron sacando a tiros a la muchacha de ese burdel en la tenebrosa y ambigua noche de la Lisboa multicultural de aquel entonces, cuajada de contrabandistas, orlada de traficantes de armas, abundantes en una descolonización, y de drogas, tachonada de chulos y expatriados de las colonias lusas en África. Cómo sería el tiroteo que los de la PIDE le dijeron de malos modos a Jorge, el corresponsal amigo de Javier, que no volviera a llamarlos en su vida, aunque cumplieron la palabra dada respecto a liberar la chica , cosas de antiguos. El caso es que al final la muchacha liberada a golpes de plomo y fuego del nueve largo de las garras de sus explotadores se casó con el persistente Perlado, que la pidió matrimonio él rodilla en tierra , una novedad para ella, desoyendo el consejo unánime de sus amigos y familiares alarmados por los antecedentes laborales de ella y la obcecación de él. Los padres de Javier, con negocios en Soria, no quisieron saber nada de la familia electa de su hijo. Por si fuera poco complicado el asunto, la muchacha aportó al matrimonio y trajo con ella un niño de 8 años de una relación anterior que Javier encantado asumió como propio. Y no sabemos si fueron felices o durante cuánto tiempo, aunque el final de la historia hace presumir lo contrario pero no comieron perdices porque les fue muy mal a los tres, y pasaron auténticas penurias para sobrevivir sin ayudas apenas, pero Javier seguía contestando enfurecido a la sugerencia envenenada de sus compinches de antaño que le recordaban con todo lujo de detalles sórdidos que el oficio de su exótica esposa africana no sólo se ejercía con beneficios en Portugal, sino también en España y en más lugares.

Al final, sin saber si fue la compasión de un amigo con contactos y misericordia o la pura casualidad, Perlado entró a trabajar en Paradores, tenía buena planta y farfullaba alguna lengua, y ahí pareció detenerse la historia en paz durante un tiempo. Un día, sin barruntar lo más mínimo lo que iba a suceder, llegó la noticia de que Javier se había saltado la tapa de los sesos con una escopeta del calibre 12 en Jaén.

Las suposiciones gratuitas se multiplicaron: ella había vuelto con sus patronos anteriores, otros decían que retornó con el padre del niño si era persona distinta a los capos de antaño, algunos suponían un disparate mayor: que no fue un suicidio sino un asesinato,un ajuste de cuentas por aquel sangriento tiroteo nocturno en la capital lusa, cosa que tampoco sabemos, pero a la postre todo se quedó en dimes y diretes mientras el recuerdo de Javier, el hombre enamorado, se evaporaba en la monotonía de lo cotidiano hasta ser simplemente una crónica castiza.

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