Pepe Villamor y el autorBorja de la Lama

Crónicas Castizas

Pepe Vilamor, un hombre tranquilo

A veces, no tan raras, Vilamor nos desvelaba un jirón pintoresco de su infancia en una aldea gallega, sin agua corriente, sin luz, con muchos kilómetros entre su casa y la escuela y no había amargura en su historia ajena a lo estrafalario, era testimonio de una verdad de superación que sonreía en sus labios

Ha muerto José Rodríguez Vilamor, y he escrito vivo la necrológica apremiante que me demanda Ramón Pérez Maura desde El Debate. Cumplida mi obligación como periodista queda el imperativo de la amistad, como prometí a un compañero y a pesar de ello amigo, que me lo sugirió, traer y personalizar en estas crónicas mi homenaje personal a quien fue mi director, Pepe Vilamor para sus huestes en las aulas y en el periodismo y alguno de mis seis lectores. Con Pepe se extingue una raza de periodistas que creció antaño, en su caso, en las páginas del diario Ya, bajo el amparo de la Editorial Católica, mientras otros de ese pelaje lo hacían en Pueblo, ABC, Arriba o Informaciones. Un periodista, Vilamor, que llevaba un marcapasos casi clandestino, lo descubrí por azar al darle una palmada amistosa en el pecho, herido en el corazón porque entonces vivían los reporteros las noticias de forma acelerada, intensa, a base de nicotina, cafeína y más cosas, lo que le enseñó, en cambio, a ser el epítome perfecto de un hombre tranquilo.

Algunos de sus alumnos, hoy catedráticos y profesores, jefes de Departamento le llamaban con cariño 'el muñeco de nieve' por su impavidez aparente, su sonrisa permanente y socarrona, y la mirada de sorna, pero amable que delataba al gallego militante que había en él. En una ocasión me desvelaba por vez primera el catedrático Álvaro de Diego al comunicarme el paso a la otra vida de Vilamor, que un viernes había preocupación por los problemas del cierre de El Rotativo, «cierre» explico a los profanos es cuando terminamos el periódico por completo, texto maquetación e imágenes, y lo mandamos a la rotativa, había dificultades y así se lo transmitió a Pepe que contestó escueto y pausado: El Rotativo sale sin problemas, está ahí Gustavo y su gente: Pi, María, Evaristo, Bea, Paco, Las niñas de colores: Cova y Elena, Isra, Borja, Sandra, Álvaro, Elías, Wayne, Manolo, Pedro, Pepelu, Juandi, Idoia, MJ, Mireia y un etc. inclusivo de generaciones de antes y después, perdidas en mi memoria herida, que abrazo desde aquí. Esa anécdota que me contó Álvaro al saber su muerte, vale para mí más que una condecoración. En realidad lo es, sin tela y sin chapa, ajena al óxido.

En otra ocasión, esta evocación es mía, perdió Pepe sin rubor su aparente impavidez cuando alguien, no recuerdo quién ni por qué, no lo merece, entró en la redacción y comenzó a imprecarme sin razón y Pepe, vestido de traje con el pañuelo asomando por el bolsillo de la chaqueta, con la pulcritud que le caracterizaba, todo estiloso, le sacó inmisericorde a empujones de la redacción exigiendo a viva voz respeto para su gente entre la cual tenía el privilegio de encontrarme.

A veces, no tan raras, Vilamor nos desvelaba un jirón pintoresco de su infancia en una aldea gallega, sin agua corriente, sin luz, con muchos kilómetros entre su casa y la escuela y no había amargura en su historia ajena a lo estrafalario, era testimonio de una verdad de superación que sonreía en sus labios mientras con el sombrero y la capa negros hacía el conjuro gallego, ¿Quién si no?, de la queimada después de la cena de la redacción.

Le recuerdo escribiendo el artículo que recogía el nombramiento de Helmut Kohl como doctor honoris causa de la Universidad CEU San Pablo: «No brilla, resplandece», o encomiando la religiosidad del músico George Harrison, uno de los Beatles, que vino al mundo tres años después que él.

Pepe había nacido para el papel y la tinta y la universidad donde se ganó un doctorado y la docencia le llevó a escribir más libros casi que piezas periodísticas. No le asustaba el trabajo ni los desafíos y procrastinar es palabra ajena e incomprensible para esa talla de hombres. Pepe daba libertad para cumplir con nuestra obligación y se pasaba por la redacción más para ayudar que para controlar. Confiaba y su gente respondía a esa confianza como es menester en gente amable, digna de ser amada.