Crónicas castizas
Manual del borde imperfecto
Si la llamada es comercial, como suele, uno espera a que termine el de contar todo el rollo el operador invasor de la paz de nuestros lares y, al final, le decimos: bien, pero estos temas en mi casa los lleva otra persona, espere un momento por favor. Dejas el teléfono descolgado y te vas a poner en antecedentes a quien haya por casa que coge el auricular o el móvil y se hace repetir el mismo rollo
En el camino de la bordería más elegante y menos falaz, he sido protagonista, testigo o o víctima de aconteceres como los que narro en esta crónica desaforada.
Ser borde no está al alcance de cualquiera, la chabacanería, prepotencia o el proxenetismo son groseros y falaces, no pueden ser de otra manera dado su origen y su fin. Las víctimas de la LOGSE y de TVE se cuentan por millones progresivos. La agresividad con un fin, sustraernos la cartera o rompernos la cara, no es ser borde sino atracador o chulo. Por el contrario, el borde madrileño elige, opta libremente por esa actitud sabiendo que existen otras. Eso quiere decir que, para poder contravenirlas, hay que conocer al dedillo y con la naturalidad que da el uso habitual las normas exactas de la cortesía. Como éste no es el lugar para ello, el lector aspirante puede completar su formación en urbanidad y mejorar sus modales consultando cualquier obra, exceptuando las urbanísticas y de canales y puertos.
Para entender a un borde es necesario comprender la perfecta sinfonía que emana de la siguiente historia narrada por mi médico del ambulatorio, un profesional simpático y fuera de serie. mira que te diga:
Preocupado por las ETS entró un varón al consultorio sanitario. El médico pregunta cuándo fue la última relación mientras examina el miembro del paciente que no lo es tanto. «Ahí fuera, con la enfermera, hace un momento». No tiene que ser verdad, seguro que no lo es, , me cuenta. Es importante que ocurra así y no vayamos para hacer que ocurra. Medita sobre eso.
El borde al teléfono
Al telefonear resistiremos la tentación de seguir estrictamente las instrucciones del hablante.
—Dígame.
—Me (o game si os tuteáis) porque es una franca horterada y no todo vale en la bordería.
En las cosas del teléfono, hay quienes llaman soltando eso de «¿con quién hablo?», así, de entrada, se le contesta: «Ud. sabrá a dónde ha llamado». No hay que colgar, porque el impacto de este primer golpe deja espacio para encajarle un par de ganchos más en la barbilla moral del llamante:
—¡Oiga! ¿de qué color lleva usted los calcetines? Increíble, es usted un macarra, señor —colgamos.
Si la llamada es comercial, como suele, uno espera a que termine el de contar todo el rollo el operador invasor de la paz de nuestros lares y, al final, le decimos: bien, pero estos temas en mi casa los lleva otra persona, espere un momento por favor. Dejas el teléfono descolgado y te vas a poner en antecedentes a quien haya por casa que coge el auricular o el móvil y escucha el mismo rollo. Al terminar, se contesta: Ah, es un tema de telefonía/gas/seguros o lo que sea que el abanico es amplio. Eso lo lleva otra persona de casa. Sea tan amable de esperar. Y así hasta que el llamante cuelgue, al menos el teléfono.
El borde y las visitas
Mi amigo Rufino, sabio en muchas cosa e inclinado a hacer favores sin embargo era un borde de libro. El borde, cuando le da por franquear la puerta de su casa, aprieta el portero automático y deja la puerta del piso abierta; en una carrera frenética por disponer el decorado, simula proseguir con actividades tan aleccionadoras como darse baños de pies en una palangana desportillada, vestido con una chilaba, abundan ahora, y barba de tres días. Farfullando con la colilla del cigarrillo en los labios, se ofrece con un grácil vuelo de la mano señalando el agua turbia donde sumergimos los pies:
—¿Gustáis?
—No, no, gracias. Si ya nos íbamos... La respuesta no suele ser otra.
En caso de que algún incauto pida algo, ¡ni agua! Algunos preguntan por ello. «¿Tienes algo de beber?», se replica que sí y se continúa la charla o lo que demonios estuviéramos haciendo.
Si dicen aquello de «¿puedo ir al servicio?», se contesta que no con toda naturalidad. Sin resultado a la larga, porque los íntimos se acostumbran y cogen ellos mismos las primeras copas que encuentran, con lo que el borde se ve forzado a contemplar cómo perpetran el deleznable gesto de beber whisky de Malta o de cualquier otra isla en vaso alto y con calcetines de rombos. Acto seguido, se lían con el jamón y el gazpacho, sacrificándose en pro de tu figura, dicen.
De forma amistosa te ofrecerán tabaco. Hay una frase tradicional de Marqués de Vadillo que siempre me ha producido una viva satisfacción, hay que repetirla pedagógicamente hasta que los demás lo hagan por ti. Cuando la hayan oído cien veces, una sola mirada bastará para hacerles entender. ¡Todo sea por educar al vulgo!
—¿Quieres un cigarro?
—¿Te lo ha pedido alguien? ¡Métetelo por donde te quepa!
Lo soez de la respuesta ante el ofrecimiento de un presente, va acompañado de un gesto de imperial desdén.
Cuando la visita se alarga, que es frecuente, se dice a tu conviviente, vamos a acostarnos que estos señores querrán irse, imprescindible con invitados orientales para los que el tiempo no corre.
Si es usted dependiente trajeado impecable de unos grandes almacenes y le preguntan por una prenda ligera, impermeable y barata, puede indicarle al potencial excliente sin arrugar el ceño que se ponga una bolsa de El Corte Inglés por la cabeza, a mí me lo han dicho en ECI de la calle Princesa.
El borde y ellas
Un buen ejemplo, el paradigma de la bordería, a evitar cuando son damas nuestras interlocutoras es mirarla a los ojos y susurrar con dulzura: «Si amarte es musitar tu nombre cada mañana al levantarme, si amarte es tenerte siempre viva en mi pensamiento, si amarte es el reflejo de tu recuerdo en la luna llena, si amar son todas esas cosas… No, no te he amado nunca». Aviso, te la juegas. Si se ríen es tras golpearte con la figura de mármol de Leónidas o pedir cita a un leguleyo para la ruptura. Y Para rematar, si te preguntan aquello de ¿qué piensas, la respuesta es: da igual, nunca pienso en ti.
Al reproche ineludible de... no te gustan mis amigas... mejor replicar. Pues sí, no me gustan tus amigas, me aburro soberanamente con ellas y con sus conversaciones plúmbeas sobre temas manidos que me importan un rábano mexicano de Puebla. Claro que, al contrario, podemos decir cuanto nos gustan sus amigas, especialmente Herminia, alabar sus dones y provocar el apocalipsis. Ya le preguntaron a Sócrates eso de «maestro, me caso o no me caso», y el sabio respondió: Hagas lo que hagas, te arrepentirás.
Cuando de una forma delicada queremos quedarnos solos o mal acompañados podemos indicar al sobrante: ve a ver ahora si estoy en el estanco y allí me esperas, no hace falta que fumemos ni paguemos así más impuestos.
También he estado en sesiones de insultos organizadas muy subidas de tono de una pequeña organización política denostada, previas a sus salidas a la calle, para encallecer el oído y permanecer estoicos ante la lluvia de improperios habitual de la dialéctica progre.
El borde y la familia
En la Legión conocí a un sargento, apodado «el orejas», vaya usted a saber por qué, el cual , estando de guardia de puerta, vinieron a verle su mujer y sus niños, el sargento impertérrito llamó al cabo de guardia y ordenó al retén que echaran con cajas destempladas, a culatazos, a los civiles que había en esas dependencias militares.
Podríamos seguir con el borde en el trabajo y otras circunstancias, pero no nos da la gana.