Distopía, esos tontos del siglo XXI
Esa Humanidad del siglo XXI había desarrollado la vinicultura en época muy temprana, mejoraba la diabetes, la hipertensión, algún tipo de cáncer y hasta las infecciones bucales
Durante miles de años, la Humanidad se afanó en crecer, progresar, vivir de la mejor forma posible y ¡comer! Alimentarse para tener vigor y salud, para gozar de las cosas buenas de la vida. Hasta que ocurrió la gran catástrofe. Pero habían conseguido grandes cosas a lo largo de su historia.
Esa Humanidad del s. XXI había desarrollado la vinicultura en época muy temprana, con anterioridad a cinco mil años antes de la era cristiana. El vino era un producto natural, cuya fermentación se produce espontáneamente, que se bebe en comunidad, que transmite alegría y que se usa para enriquecer reconfortantes sopas y cualquier plato que se desee mejorar. Deleitaba la vida bebido con moderación y hasta era capaz de hacer soportables los peores momentos, mejoraba la diabetes, la hipertensión, algún tipo de cáncer y hasta las infecciones bucales. Se creó una auténtica cultura del vino, porque aquello era un asunto de civilización, de progreso, de gente culta y preparada para vivir esa buena vida que traía aparejado el conocimiento. Las bodegas fueron mejorando, puliendo y cuidando el vino. Y desde la viticultura desgranaron la búsqueda de tierras apropiadas, aprendiendo después los métodos de envejecimiento en barricas de nobles maderas, cada detalle se estudió, se trabajó y se consiguieron unos magníficos resultados. Se concibieron vinos blancos, rosas y tintos; dulces y secos, espumosos, moderados y excesivos… vinos aperitivos y tónicos, otros reconfortantes para el alma y reponedores de las fuerzas del cuerpo.
Además del vino, el aceite de oliva fue otra de las grandes mejoras de la Humanidad. Durante la Antigüedad no solo se utilizaba para las comidas. También era vehículo para la farmacología y la medicina; se usaba para iluminar, para dar masajes, como excipiente. Pero donde el aceite de oliva brillaba era en la cocina. La dorada y rica grasa del mundo mediterráneo era extraordinaria. Hasta tal punto que incluso médicos e investigadores de todas las naciones viajaron hasta su cuna a estudiar aquellas maravillosas cualidades: era más que un alimento, el aceite de oliva era curativo. Mejoraba la circulación, aportaba valiosos antioxidantes, mejoraba el riesgo cardiovascular y a pesar de todo se vendía en supermercados y no en farmacias. Por no hablar de las distintas aceitunas con las que se elaboraba y la fragancia, palatabilidad y placer que aportaban a cualquier plato en el que se usara.
Estas gentes del XXI también desarrollaron unos sistemas ganaderos extraordinarios, que habían empezado a expandir en pleno Neolítico desde más de doce mil años antes de la era cristiana ¡formidable avance! Aprendieron a cuidar las distintas razas, a mejorarlas, a criar algunas que se especializaron en producir leche ¡y qué leche! ¡Y qué quesos! Además, había veterinarios y expertos en alimentación que se ocupaban de que todo el ciclo fuera sano, seguro y proporcionara buenos resultados. Vacas, cerdos, pollos, pavos, perdices… la naturaleza puesta al servicio humano, de su buena salud, de su placer y de su nutrición. El mejor mundo que se pueda imaginar, quizás el momento más brillante de la historia en términos de confort y vida para millones de personas. Pero no era suficiente, ahítos de malos espíritus inauguraron una era de muerte para ancianos, enfermos y niños en el vientre materno, algo muy parecido a lo que ocurrió durante la época staliniana y nazi el siglo anterior. A la muerte programada la llamaron eutanasia y aborto, porque les daban miedo las palabras.
Lo que ocurrió después ya lo sabes, hasta un escolar conoce esta historia. Y hoy, avanzado el s. XXII, nos maravillamos de que la Humanidad no desapareciera entonces. El éxito del siglo pasado fue tal en todos los aspectos que ocurrió lo que pasa en todos los ciclos de la civilización: una auténtica debacle tan impresionante como fue la caída del Imperio Romano.
Hoy estudiamos la historia del s. XXI con absoluto asombro ¡menos mal que terminó aquel tiempo estúpido! ellos mismos destruyeron su mundo, lo mejor que tenían, en lo que llevaban siglos trabajando y progresando, y gracias a lo que llegaron a ser lo que fueron. Asómbrate: entre ellos mismos hubo gente que denunció y hasta sancionó al vino por su mejor característica, el contenido en micronutrientes y alcohol; castigaron al aceite de oliva por calórico en una supuesta mejora llamada NutriScore cuyas premisas eran endebles y, como se vio después, condujeron a una confusión generalizada. Además, estas gentes olvidaron el consumo de pan de buena calidad, e incluso las hortalizas que se recogían en todos los huertos que se encontraban en el entorno de las ciudades.
El auge de los insectos
Lo peor llegó cuando, alentados por unos pocos ignorantes y agitadores se dedicaron a deshacerse de sus buenas carnes, y así, vacas y bueyes fueron sacrificados. Después con fútiles excusas sacrificaron a los cerdos, a los pollos y al resto de las aves. Y empezaron a comer gusanos y larvas, como los simios, lo hicieron con repugnancia, pero las comieron. El trigo desapareció, sólo algunos afortunados siguieron cultivándolo en lugares apartados. Y junto con la soja, el gran negocio emergente, los insectos inundaron el mercado de los alimentos. No se contentaron con eso, y fabricaron lo que la naturaleza ya producía por ellos, así, en un acto fatal de soberbia desarrollaron alimentos de laboratorio complejos y elaborados. Olvidaron las reglas del viejo Hipócrates, que ya lo sabía casi todo, hasta tal punto que las enfermedades asolaron la Tierra.
Hoy, estas gentes del s. XXI son un modelo de lo que no hay que hacer. Entonces sólo importaban el poder y el negocio de unos pocos, que no teniendo suficiente asfixiaron a los demás. Abandonaron el campo y el mar, y la naturaleza se tomó su venganza. Hordas de embaucadores convencidos terminaron por hacer el resto, y mientras comían proteínas fabricadas en los laboratorios que terminaron desapareciendo, los sencillos, sanos y fáciles alimentos naturales casi llegaron a su extinción.
Era evidente que ocurriría, y aquel despreciable mundo que olvidó los principios, la moral, los alimentos, la tierra y la humanidad en su más amplia expresión, terminó desapareciendo. De ellos nacimos nosotros, con la lección aprendida, cansados de excesos, de prisas, de un mundo que se convertía en una columna sin fin y sin Dios. Así que algo tenemos que agradecerles: es que hemos aprendido la lección. Y hoy, en el s. XXII, somos muy pocos, pero, hijo mío, sin falsa humildad te diré que somos mejores.