Gastronomía
La amenaza de la ignorancia: el peligro de los influencers y sus hábitos 'saludables'
¿Saben que hay niños que quieren ser influencers de mayores? Porque ganan mucho dinero sin esfuerzo, ese es el impactante motivo
Hace pocos días he tenido la fortuna de formar parte de una mesa redonda en la presentación de la Cátedra interuniversitaria de Nutrición, Salud y Sector Agroalimentario, impulsada por la Fundación ASAJA, en colaboración con la Fundación Ortega-Marañón y el Foro Interalimentario y dirigida por el Dr. Escribano. Una institución imprescindible en el momento actual que vincula tres ejes de interés que, de forma natural, ya se encuentran relacionados.
Porque la salud requiere una buena alimentación que nace en el producto, y este en la tierra. Nuestra salud, por tanto, depende en gran medida del sector agropecuario, de su eficacia, de su proximidad, de su calidad. Como señalo en mi último libro La amenaza de la alimentación, es extraordinariamente preocupante la falta adherencia de la población española a la Dieta Mediterránea.
Se nos ha llenado la boca de Mediterraneidad, pero en la calle la gente se aleja de ella a marchas forzadas. Con excusas a veces, otras por la comodidad de una oferta imbatible de platos elaborados, en ocasiones por ignorancia y lo más frecuente por el peor enemigo del hombre: la pereza. Como señalan los estudios sobre este tema, los ingresos bajos son un factor detonante, pero también lo es el uso de pantallas; curiosamente, los adolescentes que hacen un menor uso de pantallas, que menos usan el móvil y que más horas duermen, tienen mejores hábitos alimentarios. Así que hablemos de un estilo de vida para comprender este problema.
Ese gran legado cultural, patrimonial, histórico y por supuesto gastronómico, se nos está yendo de las manos como arena entre los dedos. Un legado en el que se encuentra en juego nuestra salud. Nuestros actos son hijos de nuestras decisiones, e imponer un poco de disciplina en estas últimas y practicar una forma de vida que nos ha traído saludables y vigorosos hasta el presente es una responsabilidad personal. Porque conocerla está al alcance de cualquiera, es fácil y posible acceder a buena información con poco esfuerzo.
La buena literatura de carácter nutricional es de obligado cumplimiento si uno quiere de verdad ponerse al día. Pero también tenemos las redes, en las que tienen tanta responsabilidad los famosos influencers, cuyo impacto es multitudinario y ya no solamente en los más jóvenes. Por supuesto que hay algunos perfiles interesantes, de especialistas en nutrición, médicos y similares cuyo éxito en las redes ha sido total.
Muchos sugieren prácticas saludables y sensatas; en realidad su perfil es influyente, que es una cuestión distinta, y es hasta necesario contar con su presencia en las redes, ya que es la única forma de contrarrestar gran parte de las contrariedades surgidas de la desinformación. El problema son los influencers que desconocen las bases de la nutrición, que no la cultivan y que sólo difunden disparates con capacidad de enfermar a quienes los practican, o peor aún recomendaciones interesadas a costa de la salud de sus seguidores.
Su margen de credibilidad es extraordinario ¡porque son influencers! Y la gente les sigue, poniendo en práctica a pies juntillas y creyendo un sinnúmero de insensateces alarmante. Lo peor es que los seguidores las implementan en sus propias vidas. Algunos de estos influencers, como no tienen suficiente con destruir la salud ajena y en pos de más seguidores, se acercan a los bares, restaurantes y comercios de alimentos para exigir producto o comida y retribución –esta no anecdótica– con el fin de citarlos en sus redes. Todavía me honro de conocer a grandes restauradores que se niegan a ceder a esta aberrante práctica. La falta de ética en innumerables aspectos se ha normalizado.
Tampoco ha dejado de llamarme profundamente la atención que la Guía Repsol, en otro ámbito, haya tomado la iniciativa de que la decisión sobre los establecimientos marcados con sus famosos «soletes» ya no esté a cargo de las decisiones de una inspección seria y bien formada, como una vez lo fue. Sino que los propios cocineros sean los que decidan en cada provincia quienes formarán parte de la nueva distinción.
Hasta donde recuerdo, el juez no debe formar parte del colectivo del juzgado, al menos eso es lo que dictan la sensatez y el proceder profesional. Pero parece que sólo importan el ruido, el marketing y una difusión mal entendida: llegar a más audiencia, a cualquier audiencia al precio necesario, sin importar la propia estima ni algunos principios éticos básicos.
En fin, que el poder sobre la audiencia, a costa de la verdad, la salud o la dignidad profesional es un auténtico nicho en el que inexpertos o interesados chapotean placenteramente mientras otros observan y pagan. ¡Asombroso! No es necesario nadar en todas las aguas. Coman bien, lean buenos libros y cocinen todo lo que puedan, esa es la auténtica revolución con la que obtendrán una gran mejora en su salud y en sus vidas.