Fundado en 1910
La Casa Gucci

Clientes haciendo cola en la apertura de la primera tienda Gucci en Roma, en 1938.

Moda y lujo

Más allá de Maurizio y Patrizia: la verdadera historia que esconde la Casa Gucci y no cuenta la película

La recién estrenada cinta de Ridley Scott solo cuenta una breve y polémica parte del libro de Sara Gay Forden, que relata los inicios y entresijos de la historia de la poderosa familia de la moda italiana, que acaba de cumplir 100 años

Una de las familias más importantes de la moda, millonarios italianos, glamour, luchas de poder y un asesinato por celos que dio lugar a uno de los juicios más mediáticos del mundo.

Es difícil no caer en el histrionismo y la espectacularidad que los críticos han atribuido a La Casa Gucci, la nueva película de Ridley Scott. Por si fuera poca provocación, Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino, Jared Leto, Salma Hayek y Jeremy Irons son los otros grandes reclamos para ver la película más esperada (o a la que más publicidad se le ha hecho) de este otoño.

La historia del asesinato de Maurizio Gucci (Driver), orquestado por su exmujer Patrizia Reggiani (interpretada por Lady Gaga), es el principal argumento de la cinta, que no ha contado con la aprobación de la familia italiana. Además de criticar la elección del llamativo elenco que representa a sus parientes, se ha lamentado que el director apenas haya tenido contacto con ellos para preparar una adaptación rigurosa. La película, sin embargo, se centra solo en una parte del libro en el que se basa. The House of Gucci es la biografía autorizada de los Gucci, escrita por la periodista Sara Gay Forden. Tardó dos años en dar forma al texto que cuenta la historia completa de firma, que este año celebra su centenario, tras mantener cientos de entrevistas con miembros de la familia, directivos y empleados de la empresa.

Esta es la historia de la saga familiar en la que no se centra la película.

Guccio Gucci, de friegaplatos a millonario

Las dos ges entrelazadas del logo Gucci responden al nombre de Guccio Gucci. El patriarca de la familia fue el auténtico fundador del millonario imperio. Aunque en la película solo tienen protagonismo dos de ellos, Guccio tuvo seis hijos: Ugo, Grimalda, Enzo, Aldo (Al Pacino en la película), Vasco y Rodolfo (Jeremy Irons). Ugo era, en realidad, su hijastro. Su mujer Aida Calvelli, una modista hija de un sastre del barrio, se quedó embarazada de un hombre con tuberculosis terminal que no pudo casarse con ella, y Guccio le adoptó como hijo tras su matrimonio en 1902. Ugo tenía cuatro años y Aida ya estaba embarazada de Grimalda, la primera de sus vástagos.

Aunque existen varias leyendas y mitos sobre los nobles orígenes de la familia Gucci, el primer trabajo de Guccio fue en el Hotel Savoy de Londres, al que llegó para trabajar como botones, maître , camarero o friegaplatos, según diferentes versiones. Fascinado por los elegantes viajeros que llegaban al hotel, Guccio reparaba especialmente en sus cajas de sombreros y sus maletas grabadas en cuero, un material que conocía de los talleres de Florencia y con el que empezó a trabajar cuando volvió a su ciudad, tras la Primera Guerra Mundial. En 1921 abrió su primera tienda, Vaglieria Guccio Gucci  (valigia en italiano significa maleta), cerca de la via Tornabuoni, la calle más elegante de Florencia.

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Severo con sus hijos, a los que hacía que le llamaran de usted, tenía un carácter fuerte y riguroso. Él mismo se aplicaba en cultivar la elegancia y siempre iba a pulcramente vestido con finas camisas e impecables trajes.

Un hijo fascista y la fiel ignorada

Aunque con Aldo y Rodolfo vivió sus enfrentamientos más duros, Ugo fue el primero en desafiar a Guccio: en 1919 se unió como oficial local al Fasci di Combattimento, el partido que precedió a la Nacional Fascista, fundado por un joven Benito Mussolini.

Por el contrario, Grimalda siempre fue fiel a su padre y al negocio familiar. Cuando Guccio estuvo en apuros económicos por las deudas adquiridas a los dos años de empezar el negocio, el marido de Grimalda, Giovani, le prestó parte de los ahorros que tenía junto a su hija para evitar el cierre definitivo de su tienda. Paradójicamente, ella jamás tuvo acciones en la que se convirtió en una empresa millonaria, solo por el hecho de ser mujer. Grimalda heredó una granja, algunas tierras y una modesta cantidad de dinero. Como confesó su sobrino Roberto, Guccio había asegurado que ninguna mujer sería socia de Gucci.

Rodolfo Gucci, el actor frustrado

El padre de Maurizio Guccio fue el benjamín de los hijos de Guccio y, al principio, no quiso tener nada que ver con el negocio familiar. Su auténtica pasión era el cine e inició su carrera como actor cuando un director le descubrió en un hotel de Roma y le invitó a hacer una audición. Guccio puso el grito en el cielo, pero no pudo luchar contra la determinación de su hijo. Rodolfo consiguió el papel en Rotaie, una de las primeras grandes películas italianas del cine, y adoptó el nombre artístico de Maurizio D’Ancora. Durante estos años conoció a la actriz Alessandra Winklehaussen, de la que se enamoró locamente y con la que se casó en 1944 en Venecia. Cuatro años más tarde tuvieron a su único hijo al que llamaron Maurizio, como su alter ego cinematográfico. Alessandra murió cuando el niño tenía cinco años, lo que provocó que Rodolfo desarrollase una excesiva protección hacia él (hasta el punto de pedirle al Cardenal de Milán que impidiese su boda con Patrizia Reggiani, años más tarde).

Tras la Segunda Guerra Mundial, su carrera en el cine se vio frustrada y tuvo que tocar a la puerta de su padre, que le recibió con los brazos abiertos. Guapo y carismático, Rodolfo probó ser un vendedor excepcional, especialmente con las clientas, a las que les fascinaba su parecido con Maurizio D’Ancora.

Considerado como el más creativo de los hijos de Guccio, Rodolfo estuvo seis años al cargo de la tienda de Milán mientras diseñaba algunos de los bolsos más caros y las piezas más especiales de la firma, como los cierres de oro de 18 quilates de los bolsos de cocodrilo. Poseía un atrevido y refinado gusto con el que se permitía llevar chaquetas de terciopelo en colores brillantes, bolsillos de seda y bufandas, y evocar el allure del actor que fue en su día.

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Aldo, el visionario del marketing que llevó Gucci al mundo 

El tercer hijo de Guccio Gucci se asemejaba mucho a su autoritario padre. Era tan severo que cuando Paolo (su díscolo segundo hijo, interpretado por Jared Leto) tenía 14 años le castigó por desobedecerle regalando a su perro. Sin embargo, Aldo fue también el más conciliador entre las muchas disputas de la familia Gucci y siempre trató de que las decisiones que se tomaban estuvieran consensuadas entre todos.

Sus ojos azules y su cautivadora sonrisa acompañaban sus dotes de seducción, con las que lograba atraer fácilmente a la clientela a las primeras tiendas de su padre, y divertirse con la femenina. Uno de esos coqueteos fructificó en su primer matrimonio con Olwen Price, una joven inglesa, dama de compañía de la princesa Irene de Grecia, con quien tuvo tres hijos: Giorgio, Paolo y Roberto.

En los negocios, Aldo fue audaz y visionario. Gracias a él y pese a la resistencia de su padre, Gucci abrió su primera tienda en Nueva York (15 días antes de que Guccio muriera) y en 20 años logró que Gucci pasara de ser una corporación de 6.000 dólares a convertirse en una marca con presencia en Europa, Asia y Estados Unidos, con tres tiendas en la Quinta Avenida de Nueva York.

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Su estilo era impecable: chaquetas azules, abrigos de cachemira, sombreros y trajes algo ajustados, en los que a veces llevaba una flor, eran los básicos de su armario. En los años 70 puso de moda los mocasines con hebilla, que hasta entonces se consideraban demasiado femeninos, y que se convirtieron en una insignia de la firma.

Genio del marketing, extendió la leyenda de que su familia pertenecía a un antiguo linaje de nobles que proveían de materiales de cuero a las cortes medievales, lo que explicaba la inspiración ecuestre de la casa. La doble costura de las monturas, las correas rojas y verdes de las cinchas y los remates metálicos con forma de brocas de caballo y herraduras se convirtieron en símbolos de la casa.

“La elegancia -solía decir- es como la buena educación. No puedes tenerla solo los miércoles o jueves. Si eres elegante, deberías de serlo todos los días de la semana. Si no lo eres, esa es otra historia”.

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