Viajes
La joya escondida de Guadalajara donde se rodó 'El hombre y la Tierra'
Nos sumerge en la figura del inolvidable naturalista, y conserva intacta su riqueza natural 50 años después del estreno del programa
Como escribía Borges, la intensidad es una forma de eternidad. Tal vez sea éste el secreto de la sorprendente vigencia del mítico programa de televisión cuando se cumple medio siglo de su estreno. Para dos generaciones de españoles, la inconfundible sintonía de la serie, compuesta por Antón García Abril, la voz de Félix Rodríguez de la Fuente o la simple imagen de un lobo aullando siguen remitiendo a El hombre y la tierra, considerada la mejor producción de la historia de TVE.
Cincuenta años después de su estreno, la intensidad, la pasión, el magnetismo, la convicción del gran comunicador y naturista parecen seguir tan vivos como antaño, como si fueran eternos. En algunos parajes esta magia se siente especialmente y son toda una invitación a revisitarlos en este aniversario.
El hombre y la tierra se emitió entre 1974 y 1981 y se filmó en tres bloques diferenciados en función de su localización: la serie venezolana, la fauna ibérica y la canadiense. Rodando ésta última, Félix Rodríguez de la Fuente y dos miembros de su equipo, además del piloto, fallecieron en un accidente de aviación en Alaska que conmocionó a España entera, sin importar edad, condición social o creencias.
Aunque los capítulos rodados en América dejaron imágenes para la historia, como el célebre episodio de la anaconda, el grueso de la serie –92 de los 124 episodios– se grabaron en diferentes puntos de la geografía española. Algunos de ellos estuvieron específicamente consagrados a parajes de especial interés para el divulgador, por la riqueza de su fauna o porque el naturalista lo consideraba ecosistemas de gran valor amenazados, como las Tablas de Daimiel, la isla de la Cabera, Doñana o Cazorla, entornos a los que dedicó algunos programas y en cuya protección y conservación y declaración como parques naturales se involucró directamente.
Pero fue en Guadalajara, concretamente en el cañón del río Dulce, muy cerca de Sigüenza, donde el naturalista y divulgador situó su base de operaciones, donde se grabaron más de un setenta por ciento de los programas. Se cuenta, que Rodríguez de la Fuente encontró el lugar persiguiendo a uno de sus halcones.
Aunque era un experto cetrero, de vez en cuando se le escapaba alguna de sus aves y quiso el destino que esta búsqueda le llevara hasta la hoz de Pelegrina y el cañón del Rio Dulce, un paraje perfecto por su orografía, con acantilados, laderas, valles, cascadas, riscos por donde sobrevolaban buitres y águilas, gargantas umbrías... El particular edén con el que soñaba desde hacía años estaba además, relativamente cerca de Madrid, pero era totalmente desconocido, y por tanto libre de gente y de ruidos más allá de los de la propia naturaleza y de esas criaturas que tanto le apasionaban.
Hizo de él su sanctasanctórum, fue su mundo durante más de cuatro años, su laboratorio de estudio de la vida, su set de rodaje, una especie de plató natural donde se daban cita técnicos de sonido, cámaras, biólogos, buitres, alimoches, nutrias, búhos y naturalmente, lobos. Algunas de las escenas más emblemáticas de la serie se rodaron allí, a poco más de hora y media de Madrid, como aquella en la que el águila imperial atrapa con sus garras una cabra montesa y la eleva por estas hoces alcarreñas.
En 1980, en el año de su fallecimiento, los vecinos de la zona erigieron un promontorio en uno de los puntos que domina este paisaje que guarda tanto secretos y que forma parte de la historia no solo de TVE, también de nuestra historia. El mirador de Félix Rodríguez de la Fuente domina la vista de todo el barranco del río Dulce. Las lluvias de esta primavera, con tanta agua caída, permiten disfrutar todavía de la cascada del Gollorio. Sobrevuelan las rapaces. Suena la naturaleza y se echa en falta la mítica sintonía del programa.
En 2003, el paraje fue declarado Parque Natural y hay diferentes rutas, de mayor o menor dificultad y duración, que permiten recorrer este pequeño paraíso tan cercano y lejano de Madrid al mismo tiempo. Las rutas pasan por una pequeña caseta de piedra en el valle donde Rodríguez de la Fuente guardaba el material de grabación. Junto a ella, han colocado la figura de un lobo de cartón a tamaño natural que recuerda a tantas míticas escenas y junto a la que muchos visitantes se hacen fotos. Se oyen las anécdotas de quienes recuerdan la serie y las comparten con sus hijos, otros siguen sus pasos ignorantes de estas historias.
El pequeño pueblo de Pelegrina es la entrada a este paraje. Una pedanía perteneciente a Sigüenza que se encarama en una ladera y ofrece una estampa bellísima presidida por la extraña majestuosidad de las ruinas de un castillo medieval. Pelegrina tan solo tiene 14 habitantes pero particularmente bien avenidos. Todos los miércoles, todos ellos se reúnen en uno de los dos restaurantes de la pequeña localidad, el Baja, muy concurrido los fines de semana por los numerosos visitantes que acuden al Parque Natural del Río Dulce.
Los más viejos del lugar, como Emilio, pastor jubilado, ayudaron al director de El hombre y la tierra en algunas tareas del campo y recuerdan su extraordinario magnetismo, del que dio fe en este mismo lugar Miguel Delibes, cuando casi es atacado por uno de los lobos de Rodríguez de la Fuente. Blanca Moreno, vecina también de Pelegrina, y de otra generación, ejemplifica cómo el legado de este maestro indiscutible sigue vivo, intenso, casi eterno. Su vida transcurre entre esta minúscula y bellísima pedanía y el mundo del lujo, como directora y copropietaria del vecino hotel Molino de Alcuneza, situado a unos 10 kilómetros.
Un encantador hotel boutique con una estrella Michelin en su restaurante y duelos y quebrantos en su menú degustación. «A nuestros clientes les recomendamos y les asesoramos que visiten Sigüenza, por toda su historia y su patrimonio histórico y cultural. Pero de igual modo les facilitamos las visitas guiadas a este paraje extraordinario del barranco del Río Dulce». Y siempre vuelven encantados y sorprendidos, añade Blanca. Y cuando regresan al lujoso hotel, hablan de Félix, del lobo, de las águilas, de los sueños, de las pasiones, del hombre, de la tierra, de la vida misma.