El antídoto para que España no acabe como China es la familia numerosa
España se está «chinificando», en lo que al número de hijos se refiere. Hoy uno de cada tres niños que nacen no tendrá hermanos. Y cada vez hay más hijos únicos que nacen de un padre y una madre que son, a su vez, hijos únicos
Wang Yungpeng tenía 35 cuando habló para el New York Times. Corría el año 2015 y entonces trabajaba como ingeniero en Xian, una ciudad China famosa por sus milenarios guerreros de terracota. Tal vez esa conciencia histórica del lugar en que vivía fue lo que le motivó en su respuesta, cuando el corresponsal del diario norteamericano le pidió que valorase la política del hijo único que el Gobierno de Pekín había comenzado a relajar: «En 5.000 años de historia china, habremos sido la única generación formada casi exclusivamente por hijos únicos. Y eso ha causado muchos problemas».
En aquel mismo reportaje, Shi Jiandong, entonces estudiante en la Universidad Fundan de Shanghái, reconocía que «quería muchísimo tener un hermano cuando era niño, y no quiero que nuestros hijos experimenten la soledad que sentimos nosotros».
Una sociedad de hijos únicos
Solo dos años antes, un estudio realizado en China por investigadores australianos había demostrado que aquella generación de hijos únicos tendía a exhibir rasgos como el narcisismo, el pesimismo y la aversión al riesgo de un modo más acusado que aquellos con hermanos. Incluso un comité asesor del Partido Comunista había tenido que reconocer, en 2008, que la política del hijo único había generado «problemas sociales y trastornos de personalidad en los jóvenes», como el incremento de los suicidios, la fobia social o la violencia intrafamiliar.
Naturalmente, cuando los sucesores de Mao decidieron en 2013 y 2015 permitir que las parejas pudiesen tener más de un hijo (dos, en concreto), no era porque hubiesen experimentado una súbita conversión provida. Era por motivos económicos y de control social: en pocas décadas, afirmaban, sería imposible que los trabajadores sostuviesen la capacidad productiva de un país de ancianos. Y la pobreza suele conllevar, entre otros desagradables efectos, la insurrección social, a la que el establishment tiene alergia.
Los paralelismos con la España de 2024 son tan evidentes que no insultaremos la inteligencia del lector insistiendo en ellos. Basta con recodar que hoy, en nuestro país, uno de cada tres niños que nace no tendrá hermanos, y que cada vez que el INE publica los datos de natalidad, el titular es repetitivo: «España tiene una tasa de natalidad que no garantiza el relevo generacional, y que es la más baja desde la Guerra Civil». Además, el número de familias con un solo hijo es el modelo familiar que más crece, y ya es casi el 20 % del total. Si en los años 80 y 90, no digamos antes, la excepción eran los hijos únicos, hoy son la norma general.
Un futuro de personas solas
El impacto de semejante tendencia ha sido devastador en la España rural. Ni siquiera en China se llegó tan lejos, puesto que cuando Pekín instauró la política del hijo único en 1979, se contempló la «excepción rural» para permitir tener hasta dos hijos en las poblaciones del campo. Hoy ya les dejan tener tres. En España, sin embargo, la tasa de fecundidad en zonas rurales es del 1,09.
La inercia de décadas ha provocado que cada vez nazcan más hijos únicos de madres solteras, así como de matrimonios o parejas de hecho (inscritas o no en el registro) compuestos a su vez por hijos únicos. Algo que obligará a esos niños a casarse y tener descendencia si no quieren pasar un futuro de soledad radical, sin ningún tipo de arraigo ni vínculo familiar. No tendrán padres, no tendrán hermanos, no tendrán tíos, no tendrán primos. Serán los últimos de su linaje. Estarán solos en el mundo. Pero que no cunda el pánico. Hay una vacuna contra este «virus chino» demográfico, aunque esté cada vez más amenazada: la familia numerosa.
Como explica José Trigo, presidente de la Federación Española de Familias Numerosas, «en este momento de despoblación, con un índice de natalidad que está muy por debajo del reemplazo generacional, con una caja de las pensiones que se va vaciando y que no garantiza en absoluto la continuidad del sistema tal y como lo conocemos, con la epidemia de soledad en la sociedad y entre los propios menores, las familias numerosas hacemos la mayor y más importante aportación que se puede hacer en este momento: el capital humano».
Sostenibles y virtuosas
En contra de la propaganda antinatalista que sufren los grandes hogares –al más puro estilo comunista, aunque hoy la hagan suya desde Burger King hasta el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030–, Trigo rebate que las familias numerosas son beneficiosas para crear vínculos sociales virtuosos, porque «ahora que se habla tanto de la sostenibilidad y cuidar el planeta, las familias numerosas somos lo más sostenible que hay: aprovechamos los recursos tremendamente; gastamos mucho menos en electricidad y agua si dividimos el gasto de cada hogar por cada persona que vive en ellos; tenemos menor huella de carbono en el coche porque nuestros vehículos van siempre llenos frente a esos que llevan solo una o dos personas aunque sean eléctricos; reutilizamos la ropa hasta el final, mientras otros tiene que tirarla o donarla…»
Pero, sobre todo, frente a la chinificación que deja huérfanos de referentes, virtudes y valores a las nuevas generaciones, las familias numerosas suponen «una escuela de vida cada vez más necesaria, que te saca de ti mismo, te ayuda a ser más responsable, más empático, más austero y más alegre», dice Trigo.
«Claro que tener hijos implica renuncias»
Y no habla de boquilla: por su experiencia como padre de 12 hijos (los diez que tiene inscritos en el Libro de Familia y otros dos que no llegaron a término pero que él cuenta con toda naturalidad y razón), sabe que esas enseñanzas «mejoran la sociedad» y son tanto para los hijos como para los padres.
«Claro que tener hijos implica renuncias; pero es que cada estilo de vida exige renunciar a algo y nosotros no renunciamos a los hijos», explica. «Además, esos sacrificios son temporales, porque cuando los hijos crecen puedes volver a hacer ciertas cosas, como ir al cine o a cenar una vez por semana, o viajar en vacaciones a determinados lugares. Sacrificas cosas que podrás volver a hacer y que, además, no tienen ni comparación frente a la riqueza emocional que te dan los hijos», concluye.
Para saber si merece la pena apoyar o no la natalidad, y auxiliar a las familias numerosas –en lugar de quitarles toda gratificación, como ocurrirá en España con la nueva Ley de Familia que va a retirar esta catalogación a las familias de tres hijos que no estén en el umbral dela pobreza– tal vez no habría que preguntar a más expertos que a los Wang Yungpeng y Shi Jiandong de nuestros días. A no ser, claro, que lo que se busque sea precisamente una sociedad de individuos aislados, solitarios y sometidos, que solo pudieran ser rescatados en el seno de un hogar.