Casa Real
Carolina de Mónaco, la Grimaldi más elegante, cumple 65 años
Recordamos su controvertida vida personal a través de sus tres matrimonios
Hay quien dice que nació para ser bella, pero también triste. Y parece que esta definición de Carolina de Mónaco no está del todo equivocada porque sus 65 años han estado marcados por su elegancia y belleza y, a su vez, por las luces y sombras de su vida personal. El fallecimiento de sus padres solo fue el preludio de tres matrimonios fallidos de los que nos hacemos eco en el día de su cumpleaños.
Phillippe Junot, el «capricho de la princesa»
Conoció a su primer marido, Phillipe Junot, en una discoteca cuando Carolina no era más que una estudiante. Con la oposición de sus padres, apostó por su relación con este atractivo vividor diecisiete años mayor que ella con el que se embarcó en un sinfín de yates y fiestas que llevó al traste los planes de Rainiero y Grace Kelly de casar a su hija con un príncipe europeo.
Carolina impuso su criterio y un año después de conocerle en París, donde ella estudiaba filosofía, se casó con aquel hombre al que las revistas calificaban de playboy. Una boda de tres días con pompas monegascas y principescas que tuvo entre sus 800 invitados a rostros conocidos de Hollywood y la alta aristocracia europea como Ava Gardner, Cary Grant o el director de cine Gunter Sachs.
Para la ceremonia religiosa, escogió un virginal dos piezas de Christian Dior con flores bordadas que combinó con unos adornos en el pelo decorado con rodetes. Su padre pidió que no la felicitase. Quizás como augurio de que aquel matrimonio hacía aguas antes incluso de comenzar. Tan solo estuvieron juntos dos años debido a los rumores de infidelidad, juergas y continuas conquistas que colmaron el vaso con Gianina Facio, una veinteañera costarricense ahora casada con el director Ridley Scott que dinamitó el matrimonio. Desde entonces, Carolina calificó esa boda como una «locura de juventud», mientras la prensa francesa lo calificó como «el capricho de la princesa».
Stefano Casiraghi, el amor de su vida
Tras la muerte de su madre, algo que la prensa calificó como el «fin del cuento de hadas», la royal volvió a casarse con Stefano Casiraghi, embarazada y apenas seis meses después de conocerse. Lo hicieron en octubre de 1983 en una boda íntima con solo 30 invitados. La princesa volvió a confiar en Dior para vestirse y el entonces director creativo de la maison francesa, Marc Bohan, le diseño un vestido cruzado en satén de color champagne y corte midi.
Entre 1984 y 1990, lo que duró el matrimonio entre ambos, reinó la paz y la tranquilidad en el territorio monegasco. La princesa y el rico empresario aficionado a las emociones fuertes forman una estampa perfecta junto con sus hijos: Carlota, Pierre y Andrea. Sin embargo, el 3 e octubre de 1990 cambió todo. Carolina se encontraba en París con su amiga Inés de la Fressange mientras su marido participaba en una competición de off-shore, un deporte náutico del que era campeón mundial.
Sin embargo, la embarcación en la que competía se topó con una ola a más de 130 kilómetros por hora y, como consecuencia del impacto, la embarcación saltó por el aire. Mientras el copiloto salió despedido hacia el agua salvándose, Stefano murió en el acto. a princesa empezó entonces un largo periodo de reclusión en Saint-Remy, una pequeña localidad de la Provenza, donde crio a sus hijos.
Ernesto de Hannover, proclive a los excesos
Ya recuperada al ver el crecimiento de sus niños, Carolina de Mónaco comienza a verse a solas con Ernesto Hannover, que posee los títulos nobiliarios de príncipe de Hannover, duque de Brunswick y Lünenburg, y uno de los amigos de toda la vida de la familia Grimaldi. Esta relación lleva al aristócrata a divorciarse de su esposa, y en 1999 contrae matrimonio con la princesa Carolina de Mónaco, que estaba embarazada.
La ceremonia tuvo lugar en enero de 1999 y para la ocasión Carolina eligió un traje de dos piezas en gris perla firmado por Chanel. Poco después de la unión daría a luz a su cuarta hija, la princesa Alexandra de Hannover.
Diez años después, comenzaron a surgir los rumores sobre una posible ruptura entre ambos. Ese verano, de hecho, cada uno disfrutó de la época estival por su cuenta. Carolina de Mónaco se instaló con su hija en el Principado de Mónaco, donde la escolarizó, mientras que su marido permanecía en el hogar conyugal de Fontainebleu. Sus continuos problemas con el alcohol y las posibles infidelidades enfrió la relación entre ambos.
Aunque nunca ha firmado el divorcio, Carolina de Mónaco está separada de forma extraoficial de su díscolo marido desde entonces y vive centrada en sus cuatro hijos y sus siete nietos.