Manuel Díaz 'El Cordobés': «Viví con 30.000 pesetas al mes lavando coches»
La mayor satisfacción es ver a su madre escuchar cómo Manuel Benítez reconocía que era su hijo
«No se puede obligar a nadie a querer, pero sí a la verdad y al derecho a existir. Yo no guardo rencor a mi padre, pero me comprometí a defender el honor de mi madre que sufrió mucho por tener un hijo natural en aquella época y lo he hecho».
Manuel Díaz ha querido compartir con todo el mundo al mismo tiempo el encuentro con su padre. Sus primeros abrazos públicos y la felicidad que siente. Ha convocado a todos los medios de comunicación, que le hemos acompañado y respetado en todo este tiempo, para hacer una declaración sin exclusivas. Quiere compartir su felicidad y contar cómo han sido estos últimos meses de acercamiento.
Manuel tardó en reaccionar jurídicamente. A sus 47 años dio dado el paso de reclamar, por vía judicial, ser reconocido por su padre, el torero Manuel Benítez, antes lo habían intentado por otras vías. A esas alturas no le hacía falta dinero porque se lo ha ganado con creces desde pequeño y ha creado una familia preciosa. Su esposa, Virginia Troconis ha sido su fuerza y apoyo. Manuel Díaz reclamaba el derecho a conocer sus orígenes para él y su descendencia y devolverle socialmente a su madre el lugar que siempre le correspondió.
El hijo de María Dolores Díaz podía haber sido un limpiacoches anónimo toda su vida, pero la obligación de echarse a la espalda, con 14 años, la responsabilidad de sacar a su familia adelante, unida al deseo de comerse el mundo y a demostrar que un hijo puede estar a la altura de su padre, hacen que Manuel Díaz adopte el apelativo de El Cordobés y se lance al ruedo.
«Yo vivía con unas treinta mil pesetas al mes lavando coches y con eso tenía que pagar la habitación alquilada y prepararme para ser torero, pero el dinero para mí no tiene el valor que muchos le dan. El dinero es necesario, pero no te llena la vida. Es mentira que el dinero te da la felicidad no es cierto, hay quién tiene mucho y no es feliz porque esa gente no tiene las bases bien estructuradas. La vida es tu familia, tu gente, los amigos y ser feliz. Es cierto, que si tienes un hijo malito puedes tratarle mejor, pero no compra el tiempo, algo que yo sí puedo hacer, yo puedo elegir dónde gasto mi tiempo».
Manuel Díaz o Benítez, a estas alturas tanto da, dice que está hecho de ilusión «porque de ilusión nunca se muere» y su cuerpo «de aguante. Siempre le digo a mi cuerpo: `te he tocado yo porque sino haberte ido con un banquero para estar todo el día sentado». Y aunque las cornadas que marcan su cuerpo y su alma sean muchas, es un hombre alegre: «Yo creo que tengo el umbral de dolor muy alto. Aguanto mucho y nunca me quejo de un dolor ni de nada. No me parece bien ser victimista porque creo que hay gente que tiene más derecho que yo a quejarse y no lo hace. Por respeto a esas personas no me quejo nunca».
No se queja y siempre ha ido detrás de una meta: ser reconocido por un padre que ha sido su ídolo en lo profesional aunque le haya faltado en lo personal. De ahí que 2017 fuera uno de los años más felices de su vida, cuando la sentencia judicial dictaminó que efectivamente era hijo de Manuel Benítez y se lo dijo a su madre, a la que prometió que lucharía por su honor «la satisfacción de ver a mi madre escuchando lo que escuchó públicamente por boca de Manuel Benítez, reconociendo que yo era su hijo. Eso fue una satisfacción enorme».
Pero también su extraordinaria fuerza de voluntad que le impidió tirar la toalla. En ese camino ha tenido la ayuda de su mujer Virginia Troconis, que ha sido el báculo y la fuerza para rematar su mejor faena. Su exsuegro trató de juntarles en muchas ocasiones, pero el «abuelo Benítez», como le llaman los tres hijos de Manuel, se negaba en rotundo.
El Cordobés sabía que si conseguía estar cinco minutos a solas con su padre, le conquistaría y le preguntaría la duda que le asalta desde que sabe quién es su progenitor y solo son dos palabras: por qué. Sabía que era algo que tenían que hacer ellos solos y en silencio. Han necesitado mucho tiempo, pero todo llega porque, si algo tiene Manuel Díaz Benítez –o Benítez Díaz–, es tesón y confianza. «Creo en uno mismo y después creo en lo divino que hace que uno exista, pero no puedo aferrarme a lo divino porque lo divino no lo puedo tocar, lo puedo sentir y creo en uno porque al ser humano puedo tocarle. Creo que todo es posible, que todo lo que hace un hombre lo puede hacer otro».
Sabe lo que es salir por la noche de una casa por no poder pagar el alquiler o ver la nevera vacía. Mientras, sabía que su padre ganaba fortunas. No conoce la envidia y no le guarda rencor. Pasó de ganar 30.000 pesetas limpiando coches a millones por una corrida. Cuando le pregunté si con ese dinero compraría un abrazo de su padre no lo dudó: «Creo que, en este caso, el que tiene que comprar un abrazo es él porque más falta le hace a él que a mí por ley de vida. Yo creo que voy a estar un ratito más en el mundo que él. Él tiene un poco más de prisa que yo por reivindicar ese abrazo. Creo que él descansaría mucho si me conociese y pudiese estar un rato conmigo, a lo mejor entendía muchas cosas que no ha podido entender».
Cincuenta y cuatro años deseando un abrazo de su padre y ya los tiene. Han tardado, pero ahora es inmensamente feliz y lo es porque se lo merece. Cae bien porque no tiene dobleces. Es un hombre honesto, sencillo, espabilado, sincero y entrañable. No conoce el rencor y es un tipo que, a pesar de la vida dura que ha llevado, no guarda resentimiento: «Aprendí a ser feliz. Creo que uno puede elegir si quiere ser bueno o malo, no está en lo que te haga la gente está en tu actitud. Lo único que podemos hacer es cambiar las cosas y ver el vaso medio lleno o medio vacío. Si uno toma una actitud positiva en la vida tendrá los mismos problemas y trabas, pero verá más luz. Cada día que me levanto pongo el pie derecho en el suelo, me santiguo y doy gracias a Dios por haberme dado un día más de vida».