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Isabel Preysler

Isabel PreyslerGTRES

Preysler no necesita bailar para ser feliz

Ni la he notado triste, ni compungida, ni rencorosa

Lunes 13 de marzo, son las cinco y medía de la tarde y recibo una llamada de Isabel Preysler, teníamos pendiente desde hace tiempo hablar un rato con cierta tranquilidad. Y digo «cierta» porque Isabel es un no parar. Ella es el ejemplo de que una mujer puede terminarse su café, resolver una gestión con su nuera, preparar un paquete que demanda un mensajero o despejar una duda de la cocinera, la famosa Ramona, mientras hablamos por teléfono. Otra cosa es cuando conversamos muy pronto por la mañana o muy tarde por la noche, entonces la vida a su alrededor es más relajada porque el teléfono interior no suena, los mensajeros aún no han empezado a llegar a traer o a llevarse cosas y los hijos no han aparecido aún.

Dicen que Preysler se esconde en casa, al contrario que Mario Vargas Llosa que, gracias a las fotos de sus hijos, se le ve muy expansivo y hogareño con los Vargas y los Llosa. Afirmar que Isabel se esconde es no conocerla. Hace la misma vida ahora que antes de ennoviarse con el escritor peruano.

Su casa es un no parar y soy testigo de ello. Así se entiende que sea tan casera, para qué va a salir si la distracción la tiene en casa. Esta forma de vida lleva 27 años practicándola en su hogar de Puerta de Hierro. Una casa que no está a la venta, ni por problemas de dinero, ni por ser enorme ahora que es una «soltera de oro». Al contrario, le falta sitio. Tendría que hacer una ampliación porque con todos los que son y van a más, se le queda pequeña. Todo se usa y aunque a Tamara, la única que queda sin casar, le entreguen en breve su ático, sabe que seguirá yendo para hacer fotos, para usar el gimnasio o simplemente porque sienten que es su hogar.

Respeto y libertad

Isabel, en las cosas importantes siempre les ha dado su opinión, en lo demás no se mete y sus hijos han funcionado igual con ella, respeto y libertad. Ahí está la respuesta elegante de Tamara, cuando el asunto de ser o no mencionada en un escrito. Los hijos Preysler han entendido que era una cuestión entre su madre y Mario y no han entrado en subir fotos o contar sus cuitas. Han aceptado a las parejas de la matriarca, como ella las de sus hijos. Isabel y Mario han pasado temporadas largas en Miami, tanto en casa de Enrique como de Chábeli. Al contrario, con los hijos de Mario, no sucedió nunca.

Ni la he notado triste, ni compungida, ni rencorosa. Al contrario, nos hemos reído. Hemos comentado, con su hijo Julio, que andaba por el piso de arriba, lo fanático que es de la limpieza de los baños. Y ella le picaba, «Julio se cree que nadie limpia mejor que él pero no es verdad». Ya lo digo, tiempo para reír.

El primogénito acaba de llegar a Madrid con su novia y hoy estaban celebrando en Puerta de Hierro el cumpleaños de Bibi. No me extraña que Mario se encontrase tan a gusto en casa de Preysler. Me consta que durante ocho años ha sido feliz, al menos así me lo ha dicho un par de veces el propio escritor, y se ha sentido incorporado a una familia que le ha respetado. Podía haber elegido, en distintos momentos de estos años, pasarlos con los suyos en Madrid o en París, en la casa que no le cedió a Patricia en la separación y sin embargo, se inclinaba por no frecuentarles.

Y es que Isabel sabe crear el ambiente acogedor o se fija mucho. El primer regalo que recibió Mario era el perro que siempre había deseado y de los últimos el bastón, que le permite el equilibrio físico que la edad le resta. Preysler siempre atenta a los detalles, su táctica es preguntar antes lo que le hace feliz a los demás, eso contribuye a que uno se sienta a gusto. Ramona sabía que la tarta de cumpleaños favorita de Bibi es la de zanahoria, pues es la que ha disfrutado y luego, el detalle, un vestido ideal, cortesía de Preysler. Julio y su novia se han instalado y dentro de unos días llegará Ana. Se nota que hay boda en breve. Son muchos los detalles, falta por testar el menú, escoger bien los arreglos de flores o los vestidos. El de Tamara, para facilitarle las pruebas, se hará en Madrid y de todo lo demás ya se irá viendo ahora que parece que las aguas van más calmadas y eso que Isabel nunca jamás quiso que hubiese una guerra. Se acabó porque ella lo decidió y sus razones tenía. Los celos son malos consejeros pero a ciertas edades y con una forma de pensar muy arraigada durante décadas, es muy difícil adaptarse.

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