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BODA DEL REY CONSTANTINO DE GRECIA Y LA PRINCESA ANA MARIA DE DINAMARCA. CEREMONIA ORTODOXA. EFE/UPI.

Boda del Rey Constantino y la Princesa Ana María de Dinamarca, en una ceremonia ortodoxaEFE

El original noviazgo de Constantino de Grecia y Ana María de Dinamarca: así se conocieron

Se cumplen seis décadas de su boda, la última gran celebración de la Monarquía griega

Resultaría hoy imposible, teniendo en cuenta la imparable evolución igualitaria de las monarquías europeas, ver a un rey reinante llevar a una de sus hijas al altar para contraer matrimonio con otro rey reinante. Más aún si la novia solo tenía 18 años. Pues bien, fue lo que ocurrió el 18 de septiembre de 1964 en Atenas, hace 60 años, con motivo del matrimonio del Rey Constantino II de los Helenos con la Princesa Ana María de Dinamarca, última retoña de los Reyes Federico IX e Ingrid de Dinamarca, que solo tuvieron féminas.

Los novios, primos terceros entre ellos —descendían tanto de la Reina Victoria del Reino Unido como del Rey Cristián IX de Dinamarca, el otro «abuelo» de Europa— se habían conocido en 1959, con motivo de una visita de la Familia Real Griega al país escandinavo. El idilio, sin embargo, empezó tres años más tarde, durante otra boda, que también tuvo Atenas como escenario: la de la hermana mayor de Constantino, la Princesa Sofía de Grecia, con el entonces Príncipe de Asturias —aún no había sido designado sucesor de Francisco Franco— Juan Carlos de Borbón.

Era mayo de 1962 y, tres meses más tarde, el entonces Diadoco —título principal de los herederos al trono heleno— propuso matrimonio al final de unas regatas en las costas de Noruega, a quien era entonces una chica de 16 años. La Princesa Ana María aceptó. Cuando la pareja regresó a Dinamarca para comunicar la noticia a los padres de ella, Federico IX reaccionó encerrando con llave al Diadoco en una de las estancias palaciegas. Y no precisamente en la más expuesta a la luz.

FIESTA DE GALA LA VISPERA DE LA BODA DE CONSTANTINO DE GRECIA Y ANA MARIA DE DINAMARCA. EFE..

Fiesta de gala en la víspera de la boda de Constantino y Ana María de GreciaEFE

Pronto, sin embargo, al ver que el noviazgo iba en serio, las aguas volvieron a su cauce. Federico IX aceptó el proyecto de matrimonio, poniendo como única condición que su hija pequeña cumpliera 18 años. Lo cual trasladaba la boda, como mínimo, a finales del verano de 1964. El compromiso se convirtió en una muy bien pensada operación histórico-dinástica: fue formalizado en enero de 1963, coincidiendo con el centenario de la Dinastía griega, cuyo primer titular, Jorge I, era hijo de Cristián IX de Dinamarca. Los festejos incluyeron un viaje de los monarcas daneses a Atenas, correspondido con otro, poco después de los Reyes de los Helenos, Pablo I y Federica, a Copenhague.

La larga cuenta atrás estuvo marcada con el fallecimiento, acaecido el 5 de marzo de 1964, de Pablo I, único monarca heleno cuyo reinado no fue truncado por un asesinato o un derrocamiento. Este imprevisto impuso un periodo de luto de seis meses, que apenas tuvo incidencia en los planes. Así las cosas, a principios de septiembre, el ya Rey Constantino II, viajó a Copenhague para asistir a la despedida de su novia de su país natal, solemnizada por una cena de Gala ofrecida por el Gobierno danés. Volvió solo a Grecia, mientras que la Princesa Ana María, tomó un vuelo a Brindisi, donde estaba atracado en Dannebrog.

A bordo del yate real danés emprendió un corto crucero encaminado a protagonizar, dos días después, un vistoso desembarco en el Puerto del Pireo. Una vez se avistó el yate, Constantino II, con uniforme de almirante, embarcó en una lancha para acercarse a recoger a la futura Reina, a la que ofreció su mano para ayudarla a pisar suelo firme, donde la esperaba su familia política, así como una delegación del Gobierno griego. Desde allí, los novios se dirigieron al primero de los eventos prenupciales, un espectáculo en vivo que exaltaba la cultura griega.

En los días siguientes, se sucedieron recepciones, como la de la víspera, en la que Constantino II lució, además de las órdenes griegas y danesas, el Toisón de Oro que el Conde de Barcelona le había otorgado después de la muerte de Pablo I.

Pero lo más destacable fue la elevada representación de la realeza europea que se desplazó a Atenas: todos los soberanos reinantes del Viejo Continente, con la excepción de Isabel II del Reino Unido y Carlota de Luxemburgo, que abdicaría tres meses después, Felipe de Edimburgo —primo hermano de Pablo I— y sus hijos Carlos y Ana, sin olvidar a los jefes de las principales dinastías no reinantes, Miguel de Rumanía, Humberto de Italia, Simeón de Bulgaria y los Condes de Barcelona y de París, entre otros. Por primera vez asistieron dos reyes reinantes no europeos: Hussein de Jordania y Bhumibol de Tailandia, con sus respectivas consortes. Como había que cuidar las relaciones diplomáticas de Grecia, también asistieron el arzobispo Makarios, presidente de Chipre y Lynda Johnson, hija del presidente de Estados Unidos.

Los Príncipes de España, Juan Carlos y Sofía, junto al príncipe Carlos de Inglaterra, asisten al baile de gala ofrecido a los invitados a la boda del rey Constantino de Grecia y la princesa Ana María de Dinamarca, que se celebra mañana en Atenas

Los Príncipes de España, Juan Carlos y Sofía, junto al príncipe Carlos de Inglaterra, asisten al baile de gala ofrecido a los invitados a la boda del rey Constantino de Grecia y la princesa Ana María de DinamarcaEFE

Todos se congregaron en la mañana del 18 de septiembre en la Catedral Metropolitana de Atenas, abrumados por el esplendor de la liturgia ortodoxa. Los reyes reinantes vestían todos uniformes militares blancos —el verano daba sus últimos coletazos— al igual que el novio, que lucía de Mariscal del Ejército heleno con su correspondiente bastón. La novia optó por un traje de confección sencilla, pero colgado a un larguísimo velo. Al llegar al altar, la aún Princesa hizo a su futuro marido una profunda reverencia. Por última vez: una hora más tarde, ya era Reina consorte de los Helenos. Más esplendor, imposible. Más glamour, también. Tres años después, se exiliaban.

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