La experiencia de Colate Vallejo-Nágera en Elcano: «Pocos lujos en la comida, más bien espartana y mucho arroz»
El empresario español relata cómo fue su travesía en 1996 a bordo del buque en el que navegará la Princesa Leonor
«Salí un 8 diciembre de 1996 desde la misma ciudad desde la que saldrá la princesa de Asturias, Cádiz», así comienza la experiencia de Colate Vallejo-Nágera, que comparte hoy en El Debate.
«Esa primera travesía fue la más complicada, es donde peor lo pasé porque se juntan el Mediterráneo y el Atlántico y hay un cruce de vientos. Esa primera navegación es corta, pero de las más duras. Es un golpe de realidad de dónde estás metido y donde los mareos afloran. Es la prueba de fuego para todos».
A las 6.45 de la madrugada se toca diana en el buque y toda la marinería salta de la cama. «Hay mucha disciplina, no puedes hacerte el remolón porque eso tiene sus consecuencias. Incumplir el horario tiene castigo». El toque de diana es igual para todo el mundo y la tropa, los guardiamarinas y los oficiales se ponen en marcha, excepto los que están de guardia porque en el barco nunca se detiene el trabajo y la vigilancia. Son habitaciones compartidas, «en mi caso éramos como sesenta durmiendo en la misma sala, costaba llegar al camastro y también encontrar la posición para dormir. La Armada te da todo lo necesario, sábanas, mantas y toallas. Puedes llevar pocas cosas porque apenas tienes una pequeña taquilla y lo que te quepa debajo de la cama». Después de recoger los habitáculos, llega el aseo «hay quien se ducha por la mañana, pero hay mucha gente y otros, como yo, por la tarde en mi tiempo libre porque es cuando había menos gente en los baños. Luego te pones el traje de faena para navegar y cuando llegas a puerto es cuando te pones un traje 'de bonito'».
Entre las siete y las ocho, todo el mundo baja a desayunar. «Coges una bandeja y es tipo bufet. Los guardiamarinas tienen su propio espacio, la cámara de guardiamarinas, allí comen, reciben clases y estudian. Ellos están más organizados, tienen servicio de repostería, es decir marineros que les pueden servir. Yo no vi un cruasán en los nueve meses que estuve embarcado. Nuestro desayuno era básico, café, pan con mantequilla y galletas». Pocos lujos en la alimentación, más bien espartana; cocidos, arroz, espaguetis. «Los alimentos frescos los comíamos los primeros días de navegación, luego el huevo era en polvo y se tiraba de congelados. Me acuerdo un día comiendo puré de patatas con arroz blanco, en una navegación larguísima. Date cuenta que dimos la vuelta al mundo. Eso supongo que habrá mejorado, pero yo lo viví así».
Después del desayuno, cada uno se va a su puesto de trabajo y los guardamarinas a clase. A las ocho están listos para seguir con sus clases en su sala polivalente. Conocimientos que ponen en práctica por primera vez durante la travesía y también aprenden a ser mandados y a mandar.
Cada vez que sale del puerto el Juan Sebastián de Elcano tiene que ser puesto al día. «Yo era timonel y estaba siempre en el puente de mando trabajando para que todo estuviera perfecto porque el mar lo estropea todo y teníamos que hacer un mantenimiento diario».
«Cada parte del barco, la proa, la popa, el costado, el puente de mando o cada uno de los cuatro palos del buque tiene un equipo de mantenimiento. Nos pasábamos el día trabajando para que estuviera perfecto. Trabajábamos dieciséis horas porque teníamos el trabajo normal y luego las guardias de cuatro horas, una de día y otra de noche. Solo podíamos dormir bien, lo que son ocho horas seguidas, un día de cada cuatro».
Distracciones se permiten pocas. «A bordo hay una banda militar profesional de música y todos los días, al ponerse el sol se arriaba la bandera y había una pequeña ceremonia musical con música militar ceremoniosa o en días concretos el repertorio era más festivo. Por ejemplo, cuando pasas el Ecuador, la Feria de Abril o el día de la virgen del Carmen la música era más festiva e incluso, se bailaba». Eso sucedía en la cubierta del barco cada día coincidiendo con la bajada de bandera.
Luego el rancho de la cena «y como estás agotado lo que te apetecía era descansar un rato viendo la tele, pero ahora hay más tecnología con wifi y supongo que eso les tendrá entretenidos con el teléfono o las tablet. En mi época escribía cartas a mano que tardaban meses en llegar. Los guardiamarinas, al tener una guardia menos contaban con más tiempo libre, y además ellos tenían acceso a la biblioteca o al cine, pero la marinería, como yo, no teníamos mucho con lo que entretenernos».
El domingo, para Vallejo-Nágera, era una felicidad, podía ir a misa porque les acompaña un capellán que oficia misa «lo teníamos libre, excepto las guardias. El barco está dividido en espacios, cada rango tiene sus zonas. Por el barco no te puedes pasear como te apetezca. Yo, como estaba encargado del mantenimiento de los relojes, sí podía entrar en las zonas prohibidas. Cada marinero tiene asignado un puesto, pero los guardiamarinas van rotando».
El barco no es un sitio seguro, tienes que estar atento al cien por cien porque se trabaja coordinadamente, para hacer cualquier maniobra. «Podemos ser 200 marineros virando el barco manualmente y todo tiene que estar perfectamente coordinado. Los guardiamarinas tienen que subir a los palos a recoger las velas y eso es durísimo, con lluvia, frío, mala mar y tienes que subir al palo. Leonor va a subir al palo seguro, no tengo ninguna duda porque será una más. En mi época una de las pruebas para entrar en el Juan Sebastián de Elcano, era subir y bajar a uno de los palos. Tiene cuatro palos, la primera cofa son 35 metros y la otra creo que 50».
En tiempos de Colate, hace casi 30 años, había una leyenda (cierta) que «después de haber pasado casi un año a bordo, regresabas con un millón de pesetas. Yo cobraba como marinero al mes unas 100.000 pesetas. En el barco no había ocasión de gastarlo, pero cuando tocábamos tierra, me cogía una habitación en un buen hotel y me daba unas buenas comidas. Recuerdo siete días en Hawái estupendos».