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Islas Chafarinas

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Las islas Chafarinas, un trozo de España en la costa africana

El 6 de enero de 1848 se consumó la ocupación enarbolando la bandera española y consolidando el dominio

Las recientes noticias sobre la instalación de una piscifactoría marroquí en aguas de las islas Chafarinas nos vuelve a la actualidad estas islas españolas casi desconocidas. Nos recuerda también las pretensiones de Marruecos de anexionarlas. Y, finalmente, se pueden considerar como otro acto de eso que se llama guerra híbrida. O, de manera menos agresiva, como una política de ignorancia del derecho internacional para crear un estado de hechos consumados que tuvo tanto éxito en el Sahara Occidental. Pero que siguió, como ejemplos: no respetar la tierra de nadie en la frontera de Ceuta y Melilla; la construcción del puerto de Beni Enzar que, visto desde el aire, forma uno solo con el de Melilla por si alguna vez llegan a unirse; la ocupación del islote de Perejil sobre cuya soberanía aún falta un acuerdo diplomático y por eso se mantiene el statu quo y seguirán otros…

Mapa del sur de España

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Por qué las islas son españolas

Conviene recordar por qué las Chafarinas son españolas. Las islas eran conocidas desde siempre y habían sido refugio de piratas. Estaban cartografiadas, pero hasta 1848 no tenían soberano. En esos momentos de comienzo del estado-nación, Marruecos aún era considerado Imperio en el que el sultán controlaba de manera desigual su territorio. En algunas regiones no era capaz de cobrar tributos o realizar una leva sin intervención de sus ejércitos, que no siempre eran poderosos, frente a la rebeldía y las fronteras del sur y este, en los límites del desierto, ni siquiera estaban determinadas de una manera clara. El Majzen nunca ocupó las Chafarinas, ni había ejercido autoridad permanente sobre ellas. Por lo tanto, para el derecho internacional de la época eran consideradas res nullius y, en consecuencia, susceptibles de ocupación. Ya estaba claro desde el derecho romano clásico que lo ocupación de los bienes abandonados suponía adquirir la propiedad y, en el caso de territorios, la soberanía. Y como decía Guizot, repetía en España Donoso Cortés y recordaba Enrique Arqués en Las adelantas de España (1966), la soberanía se sustentaba en la razón. En este caso la razón era la defensa de Melilla ya que las islas están enfrente de la desembocadura del río Muluya, más tarde frontera entre los protectorados español y francés en Marruecos.

Constatadas estas circunstancias el gobierno español decidió la ocupación de los islotes, de escaso valor comercial pero importantes desde el punto de vista militar. A finales de 1847 se ordenó al capitán general de Granada, Francisco Serrano, que iniciara los preparativos para una ocupación acordada por el Consejo de Ministros unos meses antes. La expedición partió de Melilla y la componían los barcos de la armada Piles, Vulcano, Flecha e Isabel II, además de dos transportes y otros barcos auxiliares. El 6 de enero de 1848 se consumó la ocupación enarbolando la bandera española y consolidando el dominio. Se dejó una fuerte guarnición militar. No están claras las circunstancias en las que se decidió. Se sabe que se consultó a la Academia de la Historia y se pidió un dictamen jurídico. Pero no se sabe a ciencia cierta cual fue la motivación política exacta en ese momento, tal vez una simple rivalidad con Francia.

Fue una acción providencial porque a las pocas horas de que los españoles fondearan, una escuadra francesa al mando del almirante Muchez apareció en las proximidades con el mismo objetivo. Al ver las islas ocupadas y la bandera ondeando en el mástil, volvió a Orán. Era también un lugar estratégico para Francia que ya poseía Argelia y había acabado recientemente con la resistencia de Abd el Kader en el oeste.

Un lugar de deportación política

Los primeros años transcurrieron con malas condiciones de vida para la guarnición. Debían fortificar y construir el pueblo que está situado en la isla mayor, la de Isabel II, ya que las del Rey y del Congreso apenas tienen obra humana. Era necesario excavar aljibes en la roca y los militares debían soportar los continuos temporales en unas islas sin árboles ni abrigos. Al poco tiempo ya se habían levantado casas y cuarteles, un hospital, la iglesia, escuela, faro, casino, teatro y otras dependencias.

Las islas, por su ubicación y la dificultad de fuga fue un lugar de deportaciones políticas. Primero para cubanos independentistas. En 1880 fueron llevados a las islas un grupo de cubanos y otro de filipinos. Entre los primeros llegó Emilio Bacardí, uno de los miembros de la famosa familia productora de ron, José Maceo y su hermano Rafael que murió en las islas en 1882 y allí quedó enterrado. Como curiosidad, en 1921, durante los sucesos de Annual, fue deportado Sidi Dris Ben Said, un notable del Rif que ofició más tarde como intermediario ante Abd el Krim por los cautivos españoles, y que aprovechó la estancia para traducir el Quijote al árabe. En 1926 la dictadura de Primo de Rivera envió a las islas por pocos días al escritor Francisco de Cossío, el jurista Jiménez de Asúa, el periodista Arturo Casanueva y el catedrático de árabe Salvador María Vila. Los tres primeros dejaron libros sobre esta peripecia o su vida en Marruecos. En 1930 fueron los suboficiales sublevados en Jaca.

Aunque ahora las islas están habitadas solo por militares de los cuerpos de guarnición en Melilla, hasta los años 70 del pasado siglo hubo una población civil compuesta por pescadores, comerciantes, funcionarios como los maestros o los de Correos y empleados. Durante algunos años funcionó una fábrica de conservas de Garavilla. A finales el siglo XIX el censo arrojaba casi mil doscientos habitantes que, poco a poco, fueron cambiando su residencia a lugares más cómodos y más comunicados. Sin embargo, la protección militar sobre las islas y su mar han propiciado el desarrollo de una fauna marina que de otra manera hubiera desaparecido.

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