
Muerte de Juan de Escobedo por Lorenzo Vallés
Brancaccio, el espía del siglo XVI que quiso ser ingeniero, pero terminó cantando en Ferrara
Fue un hombre de vasta cultura y reducida lealtad. Estuvo al servicio de muchos como soldados, espía, ingeniero e incluso cantante
Giulio Cesare Brancaccio nació en Nápoles en 1515, en una familia noble. Su primera aparición en un registro histórico es como soldado al servicio del Reino de Nápoles en 1535, y luego como cantante y actor aficionado, incluso para Ferrante Sanseverino, príncipe de Salerno en Nápoles.
Sirvió en el ejército de Carlos I de España y, en 1554, tuvo la mala idea de desertar a Francia, donde llegó a ser gentilhombre de cámara del rey Enrique II. Más tarde sirvió a sus hijos Francisco II y Carlos IX. En 1571 viajó a Viena, Venecia, Turín, Florencia y, en 1573, a Nápoles. Poco después se unió a la expedición de don Juan de Austria, hijo del emperador Carlos V, para reconquistar Túnez para los españoles.
Posteriormente vivió en Roma, al servicio del cardenal Luis de Este. El primer registro de Brancaccio en la corte de Alfonso II de Este, en Ferrara, se remonta a 1577, donde cantó con las damas del primer período del Concerto delle donne: las aficionadas Lucrezia e Isabella Bendidio, Leonora Sanvitale y Vittoria Bentivoglio.
Hombre de vasta cultura y reducida lealtad, en 1581 publicó una traducción comentada de La Guerra de las Galias, de Julio César, en Venecia. Fue reeditada en 1581, 1582 (por Vittorio Baldini) y 1585 (por Aldo Manuzzio).Ese mismo año, Brancaccio se relacionó con la embajada de Ferrara en Venecia y ofreció sus servicios a Felipe II en cuestiones bélicas. Había escrito un libro sobre su experiencia guerrera en Francia, que envió a Juan de Idiáquez, pero el cardenal y secretario de Estado Antoine Granvela alertó al trono español desde Nápoles, denunciando a Brancaccio como espía al servicio de los franceses.
Recordemos que el italiano había trabajado para el rey de Francia y, cuando abandonó ese país, pululó por distintas cortes en busca de un señor a quien servir.
De hecho, unos años antes, Brancaccio había intentado negociar con Venecia, de lo que informó puntualmente el embajador español en Saboya, Francisco de Vargas, quien también sospechaba que el italiano espiaba para los franceses. Entretanto, el ingeniero hizo llegar a Granvela algunas invenciones para la guerra y, tras desaparecer de Saboya, llevó sus propuestas a la corte imperial de Viena, que también le ignoró.
Preso en Nápoles
Indagando en el pasado del dudoso espía, Granvela descubrió que, en 1553, estando en Sajonia, Brancaccio y su hermano Ottaviano, considerándose humillados por un soldado español, lo mataron para vengarse. Los compañeros de la víctima persiguieron a los hermanos, despedazaron a Ottaviano y apresaron a Brancaccio, quien aseguró que actuaba por orden del duque de Alba. Estuvo a punto de ser degollado, pero, gracias a la amistad de nobles napolitanos, se le perdonó la vida, aunque acabó preso en el Castelnuovo de Nápoles, donde acudió a verle el virrey Pedro de Toledo, que falleció poco después.
Por razones no aclaradas, el ingeniero fue enviado a Inglaterra y luego pasó desde Bruselas al servicio de los franceses, lo que motivó que Granvela alertara sobre él a la inteligencia hispana.
Tras haber dejado de prestar sus servicios en Francia, Brancaccio fue huésped del duque de Sessa en Nápoles, quien lo recomendó para servir al rey de España. Luego fue a Sicilia en 1573 con Carlos de Aragón, duque de Terranova, que le avaló como experto en fortificaciones, a la vista de los informes que el italiano le mostró sobre las defensas de Palermo, Mesina y Trapani. Pero la inteligencia española siguió sin fiarse demasiado...
Al servicio de Ferrara
Brancaccio llegó a la corte de Ferrara de la mano del duque Alfonso II de Este, contratado para cantar como músico, dado que era un buen bajo. En ese papel obtuvo sus mayores éxitos. También fue apreciado como gran conversador, pero Brancaccio quería ser reconocido como ingeniero de armamento, inventor de artilugios bélicos y como teórico de la guerra. El duque le impuso que «no hablaría de sus milagros de guerra», y comenzaron a llevarse mal.

Retrato de Alfonso II de Este (1533-1597), duque de Ferrara
Brancaccio entendía que su consideración como músico profesional le suponía un estatus inferior, más parecido al de un sirviente que al de un miembro de pleno derecho de la corte. Por su lado, el duque Alfonso estaba harto de la jactancia de Brancaccio y los humos que se daba.
Mientras Brancaccio estaba al servicio del duque, recibió alrededor de 400 escudos por año, así como una casa y caballos cuando quisiera usarlos. Durante este período, Torquato Tasso y Giovanni Battista Guarini escribieron poemas en su honor.
En 1581, perdió el favor de la corte —o más específicamente del duque— debido a su ausencia en Venecia. Regresó a la corte en octubre de ese año, pero no sería por mucho tiempo.
Finalmente, en 1583, el duque de Ferrara prescindió de sus servicios por insubordinación: se negó a cantar en el acto para Anne, duque de Joyeuse. Aunque el despido no pareció desanimar en exceso a Brancaccio.
En 1585 trató de congraciarse con el duque a través de una serie de cartas y con la ayuda de Giovanni Battista Guarini; sin embargo, no tuvo éxito. Anthony Newcomb describe la personalidad que aparece en estas cartas como «fanfarrona, orgullosa, absurda y bastante conmovedora».
Ese mismo año, 1585, también escribió una obra en la que aconsejaba al Papa Sixto V cómo acabar con el poder turco, y se ofreció a los venecianos para fortificar Bérgamo. Un año después ya no volvió a saberse de él. Posiblemente falleció en 1586.