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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Los pies en la tierra

Viajar en avión no está unánimente alabado. Hay gentes con muchísimo miedo. Se les nota, cuando después de despegar abren sus periódicos al revés y los leen hasta que se anuncia el descenso en Mallorca

Actualizada 01:30

La señora multimillonaria se presentó en el aeropuerto de Barajas. Una gran mujer que no conocía las prohibiciones de paso. Necesitaba hablar con urgencia con el comandante del vuelo Madrid-Río de Janeiro, bautizo de atravesar el Charco de su hijo menor, Íñigo. Al fin fue autorizada a permanecer unos minutos en la sala reservada a las tripulaciones. Aquella gente de Iberia era amabilísima y el comandante se acercó sonriendo a la señora que le había solicitado un tiempo de audiencia. El comandante uno de los más prestigiosos de Iberia, siempre con un bastoncillo de mando bajo el brazo. Se llamaba Rafael Castillo.

-Estoy a su disposición, señora. ¿Qué desea?

Ella le contó sus preocupaciones. Y el comndante atendía con todo interés los temores de la señora.

– Comandante, hoy viaja con usted mi hijo Íñigo, el más pequeño de todos. Nunca ha volado a América. Me figuro la noche sobre el océano Atlántico, y tiemblo de pavor.

En éstas le dio un sobre. Dentro del sobre se distinguían tres grupos de billetes separados.

- El primero es para usted y suma 50.000 pesetas. El segundo, para el resto de los tripulantes, 30.000 pesetas. Y el tercero, con similar cantidad para las azafatas. Pero la condición para recibirlos, es que usted me prometa, o más bien, me jure, que va llevar el avión muy bajito y muy despacio.

–Señora, no puedo aceptar el sobre. Tenemos nuestro sueldo. Pero si quiere dormir tranquila, yo le prometo que haré lo posible por complacerla. Volaremos muy bajito y muy despacio.

Y la señora volvió a su casa que no cabía de satisfacción en el sillón trasero de su «Daimler». Ya se sabe que las señoras y sus conductores fijos , manteniendo las distancias, se toman unas confianzas imposibles en otros oficios entre patronos y obreros. Pero aquella noche, ella estaba lanzada.

–Práxedes, resérveme para el lunes una sesión de masaje de relajación y disminuición de la grasas en los glúteos.

–¿ Felipe el mariquita, señora?

- Obviamente. Y si quieres aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, te convido a un masaje.

- El mío, señora, tailandés con final feliz

- Cuenta con ello, titán. Que eres un ciclón y me recuerdas a mi difunto esposo, que en esos menesteres era un gorila.

En aquellos años, los de mi adolescencia, volar era un privilegio. Ya sé que a los lectores de cascara amarga y el rencor no vencido, les puede parecer un reconocimiento clasista. Lo es. Para viajar en Primera Clase, bajito y despacio o a mucha altura y velocidad, se exigía la corbata. Yo tuve la fortuna de viajar muchas veces en esas condiciones, y debo decir que con pasajeros de corbata y traje y pasajeras elegantemente vestida, los aviones se caían menos. Viajar en avión no está unánimente alabado. Hay gentes con muchísimo miedo. Se les nota, cuando después de despegar abren sus periódicos al revés y los leen hasta que se anuncia el descenso en Mallorca. Sánchez es muy partidario de volar siempre que sea gratis y con el jamoncito pagado por los contribuyentes. Al contrario que Álvaro de la Iglesia, director de La Codorniz, que consideraba que viajar en avión era una tontería.

-Un viaje en el que sobrevuelas Astorga y no te dejan bajar para comprar mantecadas, no tiene razón de ser.

Ahora, mi felicidad consiste en que no viajo en avión. Me gusta moverme pisando la tierra, oteando corzos en los prados de Palencia y Burgos, y deteniéndome en el «Landa» para meterme entre pecho español y española espalda unos huevos con morcilla.

Y algunos se preguntarán el porqué de este escrito. Respondo. Para no hacer apuestas por el próximo Cónclave, que me aburre que me mata.

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