El primero en pisar la Antártida fue español y casi nadie lo sabe
Rosendo Porlier descubrió la Antártida por accidente. En 1819 navegaba camino de Perú, pero perdió el timón y quedó a la deriva. Días más tarde embarrancaron y la quilla se destrozó. Habían llegado a una tierra desconocida, la Antártida
Rosendo Porlier y Asteguieta no debe confundirse con el más famoso Juan Díaz Porlier, general vinculado a Asturias, y también, inicialmente, marino hasta Trafalgar, aunque su fama procede de haber sido líder guerrillero en la Guerra de Independencia, nacido en Cartagena de Indias. Sobrino, al que educó (era hijo natural y quizá extramatrimonial; su apodo de «Marquesito» venía de una paternidad atribuida al Marqués de la Romana, también famoso militar). Procede el apellido de un flamenco afincado en La Laguna, Tenerife, alguno de cuyos vástagos hizo las Indias.
El marino español, nacido en Lima, fue el primero en pisar la Antártida, y en España casi nadie lo sabe. Todos sí sabemos que la primera expedición en llegar al Polo Sur fue la noruega de Amundsen y que los británicos nuevamente afirman que ellos fueron los primeros en llegar a la Antártida.
Navegaba Rosendo Porlier en 1819 camino de Perú para combatir en lo posible lo que terminaría en «independencia», que es como se suele llamar en ultramar al paso forzoso a una oligarquía a peor, cuando en medio de una gran tormenta en el Cabo de Hornos, su navío, –el San Telmo, un navío clásico de dos puentes y 74 cañones (52 metros de eslora), un «clase ildefonso» de buena arquitectura botado en 1788 en el astillero Esteiro de el Ferrol–. Perdió el timón y quedó a la deriva con 640-644 hombres rumbo al sureste, mientras los otros dos barcos de la expedición continuaban rumbo a Perú. Días más tarde embarrancaron y la quilla se destrozó. Habían llegado a una tierra desconocida y fueron estos españoles los primeros en pisar la Antártida. Llevaban comida, herramientas, y armas con las que cazar pingüinos y focas (las especies que por vez primera ven humanos resultaron muy fáciles de cazar, incluso a palos), pero el frío les mató lentamente. Debió ser desolador vivir a bajo cero con los uniformes de entonces, los marineros ni eso.
Los ingleses llegaron meses más tarde y descubrieron el pecio y los restos del campamento y debieron decir «¡vaya, los españoles se nos han adelantado, otra vez!». Pero de vuelta a Inglaterra dijeron que ellos fueron los primeros, al tiempo que la Armada Española pasaba página dándolos por desaparecidos y sin reclamar derecho alguno, aunque fuera por infausta y forzosa razón.
Hoy, en el Cabo Shirreff de la isla Livingston hay una placa en su honor que dice «los primeros en llegar a estas costas». Llegó Porlier por azar, pero fue el primero, y murió en un lugar de la historia que sigue ocupando William Smith, el cual, sí tuvo tiempo para hacerse con un madera del San Telmo para su propio ataúd... Sobre todo, y suerte que tuvo, volvió vivo para explotar a modo las pieles de foca, y poco más tarde las ballenas. En cierto modo, un gran cachalote blanco en la punta de Chile, famoso literariamente, y que existió realmente, vino a ser un fantasma vengador.
En el siglo XX una tierra que no está habitada es reclamada por siete países: Argentina y Chile por vecinos, Australia y Nueva Zelanda igual. Noruega por Amundsen. Francia porque un marino suyo descubrió años más tarde otras costas y Reino Unido porque fueron los segundos en pisar aquellas tierras, ya que los primeros fueron los españoles. España mantiene un pie en el último de los continentes, la base española «Gabriel de Castilla», situada en isla Decepción. Y cerca una base veraniega, la «Juan Carlos I», en la isla Livingston, pero no responde a prelación alguna, al lado, por ejemplo, tienen una base los búlgaros. El CSIC y la Armada, hacen un buen trabajo, en cualquier caso.
EE.UU., Rusia y China no reconocen las reclamaciones de estos porque ellos también quieren algo de la gran tarta de merengue, pero no saben qué argumentar, simplemente son peces grandes, que de toda la vida se comen a los chicos, y se firman tratados como el de 1959, que excluye, por ahora el uso militar y minero del continente blanco, y del que somos parte consultiva, o sea, poquita cosa, y entre tiburones se reparten en teoría una tierra que con los patrones del siglo XXI; quizás debiera ser de nadie o de todos. Pero si es de pocos, con los patrones del siglo XIX, de España también.