30 de diciembre de 1874
Alfonso XII supo que había sido proclamado Rey en la Navidad de 1874
El joven Alfonso acudió a París a disfrutar del teatro con su madre, Isabel II, y sus hermanas, y allí supo que el General Martínez-Campos le había proclamado Rey de España
Fue en la tarde-noche del 30 de diciembre de 1874 cuando un joven Alfonso de Borbón supo que había sido proclamado Rey. Se encontraba en París, en el palacio de Castilla en el que vivía su madre, la exiliada Isabel II. Alfonso había regresado a Francia desde Inglaterra apenas unos días antes para celebrar la Navidad en familia. La Restauración de la Monarquía en España se acababa de poner en marcha.
Antonio Cánovas se había convertido en el principal impulsor de la causa dinástica. Tras el triunfo de La Gloriosa en 1868, las cosas no marchaban bien en España. El reinado de Amadeo de Saboya fracasó por su extranjería y falta de apoyos sociales y políticos tras el asesinato de Prim. La inmediata proclamación de la Primera República en febrero de 1873, por esas mismas Cortes que apenas dos años antes habían votado al italiano, no aventuraba un buen futuro para el país.
Con una guerra carlista en curso, Cuba en pleno proceso de independencia y completa falta de consenso respecto al federalismo o las opciones centralistas apoyadas por las fuerzas burguesas, la situación parecía abocada al desastre. Cánovas, que procedía de las filas de la Unión Liberal, aunque siempre se había mostrado fiel partidario de los Borbón, supo erigirse como principal defensor de la causa alfonsina aún a sabiendas de que aquello podía llevarle –como ocurrió– a mantener serios roces con la soberana en el exilio. Pese a ello, había conseguido convencerla de su necesaria abdicación si quería ver, de nuevo, a los Borbones en el trono.
La abdicación de Isabel II y la tutela de Cánovas del Castillo
El acto de abdicación de Isabel II se había celebrado el 25 de junio de 1870 en el salón principal del Palacio de Castilla, antiguo Palacio Basilewsky, la residencia que la Reina había comprado en la céntrica avenida Kléber –hoy convertida en el lujoso Hotel Peninsula– para vivir tras su expulsión de España. Acudió con un fabuloso vestido rosa bordado con encajes blancos, abanico en mano y un poco a regañadientes, para ceder los derechos dinásticos a su único hijo varón, Alfonso, que entonces contaba 13 años. Junto a ella se encontraban también sus cuatro hijas, las Infantas Isabel, Pilar, Paz y Eulalia. Dicen que, terminado el acto, la antigua soberana exclamó un castizo «qué peso me he quitado de encima», aunque la frase, quizá, responde a la leyenda que se ha creado en torno al personaje. Pero lo cierto es que, desde ese momento, Cánovas se puso al frente de la tutela de Alfonso en aras de formarle como Rey.
El Príncipe estudiaría en Viena, en el Theresianum, un internado que acogía a lo más granado de la realeza centroeuropea. Pero en la cabeza de Cánovas había algo más: la idea del Rey-soldado, una forma, pensaba, de evitar los pronunciamientos que habían lastrado el reinado liberal de su augusta madre. Por ello, tras Viena, había decidido que completase su formación en la academia militar de Sandhurst, en Inglaterra, en una solución que al principio no parecía compartida por Isabel. Llegó en 1872 y fue ahí, con motivo de su 17 cumpleaños, donde el 1 de diciembre de 1874 Alfonso de Borbón lanzó un manifiesto a todos los españoles en el que se presentaba como una alternativa monárquica y constitucional. Alfonso respondía así a las muchas felicitaciones que había recibido por su mayoría de edad como una solución a la situación de absoluto desgobierno que existía en España desde el golpe de Pavía.
Pero esas Navidades iban a resultar muy especiales. En el Palacio de Castilla llevaban semanas recibiendo las viandas que los monárquicos españoles enviaban desde España: los dulces de casa Mira, barras de turrón de nieve hecho con mazapán y otros de almendra. Un año más, camareras y ujieres desfilaban por los pasillos a ritmo acelerado. Las jóvenes Infantas esperaban con ilusión el regreso de su hermano. Su madre fue a recogerle a la estación de ferrocarril en la medianoche del 23 de diciembre. Alfonso no era muy alto, pero había crecido un poco y se había dejado un bigote fino, con leve punta en curva, muy del gusto de la época. Celebraron la Nochebuena en el comedor de gala en compañía de la abuela Cristina, que acababa de quedarse viuda de su segundo marido, el duque de Riansares, y había decidido dejar su residencia de Normandía para pasar esos días con sus nietos y, quizá, conseguir que las relaciones entre su hija Isabel y Luisa Fernanda, que también vivía en París, mejorasen un poco. Fueron unas fiestas alegres, sólo ensombrecidas por las malas noticias que llegaban desde España.
Sorpresa en el teatro
En la tarde-noche del miércoles 30 de diciembre de 1874, Alfonso decidió a acompañar a su madre y hermanas al teatro. Irían al Teatro Gaîté, al nuevo estreno de la temporada. Se vistieron con sus mejores galas: ellas con manguitos de terciopelo y túnicas de cachemir y él, de frac. Pero mientras Alfonso esperaba en el vestíbulo que daba acceso a la entrada principal, vio llegar a un emisario con una nota anónima que el ayuda de cámara le entregó. La leyó con gesto de sorpresa y también preocupación. En ella informaban que el General Martínez-Campos se había pronunciado en una localidad cercana a Sagunto. Lo había hecho sin la aprobación de Cánovas en la tarde del martes 29 y le había proclamado Rey de España. Las informaciones eran confusas.
Alfonso tuvo sangre fría: no dijo nada, se subió al carruaje con su familia y enfiló el boulevard Voltaire. Asistieron a la función y ya de vuelta, en un París silencioso pues todavía permanecía en vigor la ley marcial resultado del periodo revolucionario, continuaba con el rostro serio. Fue nada más descender del landó de vuelta al Palacio de Castilla cuando todos supieron lo que acababa de ocurrir en España. El marqués de Elduayen, recién llegado de la Embajada, dinástico comprometido y mano derecha de Cánovas en los asuntos de París, comunicó la noticia a Isabel II. En ese momento Alfonso confesó: él lo sabía desde minutos antes de acudir al teatro, pero al desconocer la validez de la información no había querido ensombrecer la velada familiar. Por prudencia había preferido esperar la confirmación diplomática de los despachos telegráficos. Pocas horas después, fue el propio Embajador Vega de Armijo quien confirmaba que la proclamación se había hecho en medio del mayor entusiasmo.
Pasadas 24 horas, Alfonso contaba con el respaldo de los españoles. El extraordinario de La Época del 31 de diciembre de 1874 abría su edición con un «¡Viva la España constitucional regenerada!». Una monarquía liberal y patriótica que enlazaba el pasado con el presente en la figura del joven Rey. Alfonso XII se disponía a marchar a España. El periodo de la Restauración había comenzado.