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Litografía de Carlos Múgica representando la batalla

Litografía de Carlos Múgica representando la batallaWikimedia Commons

Segunda parte

La batalla de Otumba, parte II: una victoria contra todo pronóstico

Cortés sabía que en Mesoamérica la muerte del general se consideraba el fin del combate y al grito de «Santiago y cierra España» lanza su caballo hacia el estado mayor azteca

Cortés y sus jinetes contemplaron el campo de batalla. Cansados, heridos y en inferioridad numérica, los españoles y sus aliados tlaxcaltecas luchaban sin esperanza en el valle de Otumba contra el inmenso Ejército azteca. Retomando el aliento, recorrieron el valle con la vista y vieron la que sin duda consideraron última estampa de la expedición. Después de todo, no era mala forma de morir.

Cortés reparó en algo que no había visto. Sobre un promontorio se elevaban varios estandartes de distintos aristócratas aztecas. Entre ellos destaca un enorme estandarte negro con una cruz blanca sobre fondo rojo. Era la enseña del ciuacoatl Matlatzincatzin, la mano derecha del emperador azteca, su gran visir y comandante en jefe del Ejército. También era el sumo sacerdote de Ciuacoatl, «la Mujer Serpiente», una deidad de los inframundos de la que tomaba el nombre de su cargo. Portando el estandarte sagrado de su rango, Matlatzincatzin aguardaba rodeado de sus generales la llegada de Cortés, al cual esperaba poder sacrificar en nombre de su diosa.

Probablemente Cortés supiese de la importancia de aquel individuo tras varios meses en contacto con la corte de Moctezuma. Puede que hubiese llegado a conocerle en Tenochtitlan. A esas alturas Cortés debía saber que en Mesoamérica la muerte del general se consideraba el fin del combate. Solo un milagro podía salvarles y precisamente un milagro se presentaba ante Cortés.

Los seis jinetes españoles

El extremeño se bajó la visera del casco y toma aire antes de dar la orden. Lo que haga en los siguientes minutos va a decidir su suerte, la de sus hombres y la del Imperio azteca. Se santigua y, al grito de «Santiago y cierra España» lanza su caballo hacia el estado mayor azteca. Cinco jinetes siguen a Cortés hacia la muerte o la victoria: Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid, Rodrigo de Sandoval y Juan de Salamanca. El Ejército de la Triple Alianza está fragmentado tras varias horas de lucha ininterrumpida y la fuerza de la acometida sorprende a todos. 

Antes de que puedan detener la carga, los jinetes alcanzan la loma y arremeten contra el estado mayor

Los seis españoles atraviesan todo el contingente enemigo sin detenerse. La mayoría de los combatientes se percata muy tarde de las intenciones de los españoles. Antes de que puedan detener la carga, los jinetes alcanzan la loma y arremeten contra el estado mayor. Las lanzas se astillan al atravesar de parte a parte a los comandantes aztecas, cuyas armaduras de algodón poco pueden hacer contra el acero de Castilla. Juan de Salamanca divisa a Matlatzincatzin. El ciuacoatl va vestido como si de la «Mujer Serpiente» se tratase. Su atavío es negro de pies a cabeza, enormes garras adornara sus pies y manos y el yelmo imita una calavera sonriente. Pero el español no se amedrenta ante el siniestro aspecto del indio. De un certero lanzazo derriba al sacerdote azteca y, en medio del caos, le arrebata el estandarte.

'La llegada' por Ferrer-Dalmau

'La llegada' por Ferrer-Dalmau

Cuando los guerreros de la Triple Alianza vieron a los jinetes castellanos enarbolar el estandarte de su general, dieron la batalla por perdida. La tradición mesoamericana estipulaba que la muerte del general era el fin del combate y, a pesar de rozar la victoria, los indios huyeron en desbandada. La desesperación hizo presa de los vencidos: su sumo sacerdote había sido derribado y pisoteado por aquellos extranjeros, a los que ni las fuerzas de Tenochtitlan, Tacuba y Texcoco unidas podían vencer. Aquel día, los aztecas se convencieron de que sus dioses les habían abandonado. Aquel día significó el final del Imperio azteca.

La derrota de Otumba fue un golpe moral del que los aztecas ya no se recuperaron. Los aztecas vieron con certeza el fin de su reinado cuando Cortés reapareció a orillas del lago Texcoco con su Ejército reorganizado y reforzado. El valor era propio del pueblo azteca, y hasta en aquella situación los antaño dueños de Centroamérica lucharon hasta el final. El sitio de Tenochtitlan fue la larga y sangrenta agonía del Imperio azteca, pero el golpe que lo hirió de muerte se propinó en el valle de Otumba.  

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