El desembarco de Alhucemas: modelo de todas las operaciones fallidas de la Guerra Civil
Una operación de esta envergadura y eficacia, a solo 11 años del inicio de la Guerra Civil, no podía ser desestimada por los mandos y estados mayores de ambos contendientes
El desembarco anfibio de la Bahía de Alhucema (septiembre de 1925) contra un enemigo alertado y fortificado fue un éxito, tanto a nivel estratégico como táctico. El primero porque atacó directamente al corazón de la rebeldía, y el segundo por los medios empleado (navales, terrestres y aéreos) y con una impecable ejecución.
Una operación de esta envergadura y eficacia, a solo 11 años del inicio de la Guerra Civil, no podía ser desestimada por los mandos y estados mayores de ambos contendientes, en los que muchos habrían estado implicados.
Se entiende por desembarco anfibio, aquel que se hace contra una costa hostil, porque si no es un simple transporte marítimo de tropas, más o menos protegido. En este contexto, no se pueden considerar desembarco anfibio el paso del Estrecho de las tropas africanas.
El desembarco de Mallorca
El gobierno separatista catalán hizo un desembarco anfibio en la isla de Mallorca, entre agosto y septiembre de 1936. El objetivo estaba bien elegido, porque era una importante base aeronaval, con capacidad de interferir el tráfico en el Mediterráneo Occidental y amenazar las costas levantinas; y la operación tenía grandes posibilidades de éxito, al tener superioridad aérea y naval. Pero, fracasó porque faltaron unidad de mando y concentración de esfuerzos, por desacuerdos entre Madrid y Barcelona. También faltó el factor sorpresa ya que la operación fue publicada en los medios de comunicación. Y por último, un adiestramiento de las fuerzas invasoras que, a los tres días de iniciar la operación, quedaron detenidas en la cabeza de desembarco. Este parón operacional provocó la perdida de su superioridad aérea, al ser los defensores reforzados con aviones.
El Ejército del Frente Popular (EPR) pronto malogró la capacidad de ejecutar otra operación de desembarco anfibio, al perder la superioridad naval.
La operación de desembarco anfibio en el Ejército Nacional
El Ejército Nacional (EN), desde que liquidó el Frente Norte tuvo capacidades, y superioridad naval y aérea para ejecutarlo. Pero, seguramente lo consideró muy arriesgado y costoso, para el rendimiento que se pudiera alcanzar.
Pero, el hecho de contar con la capacidad de ejecutarlo, obligó al EPR a hacer un esfuerzo considerable, para prevenirse de esa amenaza. Así, empeñó a varias brigadas mixtas a la defensa de costas (al menos las 3, 53, 107, 223, 224 y 225) distrayéndolas de otros frentes más activos, y para fortificar sus costas.
Aunque, hasta que el EN no alcanzó el Mediterráneo, por Vinaroz (15 abril 1938), su masa de maniobra estaba excéntrica de los posibles objetivos estratégicos.
Finalizada la campaña de Cataluña y el EPR desmoralizado, las operaciones de desembarcos anfibios se pusieron sobre la mesa de planeamiento. Se estudiaron varios planes en Valencia, Cartagena, Águilas (Murcia) y Almería, como partes de la ofensiva final para terminar la guerra.
Conocida la sublevación de Cartagena (4 marzo 1939) se decidió hacer un desembarco, para apoyar a los sublevados. La operación fue suspendida, al fracasar la insurrección, pero se perdió el transporte de tropas Castillo de Olite que, inadvertidamente, entró en la base naval.
El Plan P
El Plan P, diseñado por el general Rojo, era una contraofensiva más para frenar la inminente ofensiva del EN, sobre Cataluña, una vez finalizada la batalla del Ebro (16 noviembre 1938).
Un desembarco en Motril (Granada) formaba parte del Plan P, con el objetivo de atraer el mayor número de reservas del EN. Consistía en desembarcar una brigada en el puerto de Motril y, simultáneamente, una división atacaría y rompería el frente, más al norte, en la carretera de esta población a Granada.
El día previsto para la operación era el 12 de diciembre de 1938.Pero, a última hora se opusieron, el jefe del grupo de ejércitos del Centro, y el jefe de la Flota del Frente Popular, porque no había garantías de obtener la sorpresa, y la luna llena hacía muy visible la formación naval.
Rojo siguió defendiendo su plan, en su libro ¡Alerta a los pueblos! (1939): «La razón principal de la dificultad que este jefe señalaba era el temor de que fuesen descubiertos los transportes por la luna; dificultad que yo apreciaba también, pero que no estimaba suficiente para suspender el ataque, ni siquiera para aplazarlo, pues la eficacia del plan radicaba en su oportunidad».
El plan era demasiado arriesgado y sin provecho, a pesar de la contumacia de Rojo. Probablemente, la escuadra y los transportes de tropa fueran hundidos en alta mar y en caso de alcanzar la costa, el lugar elegido para el ataque era excéntrico, y no amenazaba ningún punto neurálgico del EN. Por otro lado, la orografía intrincada y las malas comunicaciones, impedían una explotación del éxito, ni tampoco lo permitiría la entidad de las fuerzas empeñadas. Franco tampoco detuvo la ofensiva en el Frente Norte en la contraofensiva de Belchite (agosto de 1938) mucho más peligrosa y el EPR había fracasado en todas sus contraofensivas, y volvió a fracasar en Peñarroya (enero de 1939), otra parte del Plan P. Nada hace suponer que, en esta ocasión, la suerte fuera otra.