Dinastías y poder
Los Saboya: ¿qué queda de la dinastía de la unificación?
De la mano del Rey del Piamonte, Italia se convertía en un Estado fuerte que ganaba peso en el contexto internacional y exportaba soberanos a otras monarquías europeas
Lideraron la unificación de Italia en el siglo XIX. De la mano del Rey del Piamonte, Italia se convertía en un Estado fuerte que ganaba peso en el contexto internacional y exportaba soberanos a otras monarquías europeas: España tuvo un Saboya en el trono, aunque el experimento duró poco. Con fama de apuestos y bien plantados, la pequeñez de Víctor Manuel III provocada por la consanguineidad, les obligó a mezclar su sangre con savia nueva, de Montenegro, de menor postín, pero mejor genética. Su inicial apoyo a Mussolini y errática posición tras el desembarco aliado en Sicilia, hizo que perdiesen el trono y un vasto patrimonio que ahora reclaman a la República.
La unificación a través de la Casa Saboya
El estreno de la ópera Nabucco, de Verdi, en la Scala fue el pistoletazo de salida para despertar los aires nacionalistas italianos que clamaban por la unificación. Fracasada la apuesta de corte republicano de Giuseppe Mazzini, la balanza para la creación de Italia se inclinaba hacia la monarquía saboyana bajo el timón del conde de Cavour. Víctor Manuel, Rey del Piamonte y Cerdeña, jugó bien sus cartas dispuesto como estaba a convertir Turín en el motor de un reino unido. La irrupción de Garibaldi y sus «camisas rojas» en Sicilia y Nápoles hizo el resto. Sólo quedaban los Estados Pontificios que se negaban a perder soberanía territorial: Pio IX se consideró secuestrado en el Vaticano y excomulgó a Víctor Manuel. Azul era el estandarte de la Casa Real de Saboya, pero Italia era ya una realidad y Roma se convertía en capital del Reino en 1871. El soberano, viudo, no dudó en apoyar la propuesta de convertir a su hijo segundón en Rey de España como Amadeo I. Llegó a Madrid con su esposa, la culta y bondadosa Victoria del Pozzo (por algo la apodaban 'la reina de las lavanderas') aunque no tardó en entrar en amoríos con Adelita de Larra, la hija del malogrado Fígaro.
Eran días de muchos cambios en los Estados europeos transformados por la guerra austro-prusiana, la fortaleza de Bismark y el II Imperio francés. El hijo mayor de Víctor Manuel, Humberto, casado con la altiva Margarita –a ella se debe el nombre de la famosa pizza– heredó el trono en 1878. Él, como militar del ejército sardo, había ganado popularidad por su presencia en las batallas de Magenta y Solferino frente a los austriacos, aunque su entrada en combate había resultado testimonial. Los problemas con la Iglesia no cesaron tampoco cuando León XIII, el «Papa Social», se convirtió en Pontífice. La violencia social, las huelgas, los sindicatos y el terrorismo estaban haciendo estragos en el país. En 1900 un anarquista terminaba con la vida de Humberto I durante una visita a la ciudad lombarda de Monza. Gaetano Bresci se llamaba el asesino. Ese mismo día, su único hijo, de nombre Víctor Manuel, como su abuelo, era proclamado Rey. Tenía 30 años y una apariencia física muy limitada.
El sur de Italia seguía siendo atrasado y rural. Los diferentes gobiernos liberales de Gioliti o Salandra trataban de moderar las tensiones de los Balcanes en la política austrohúngara pero las dificultades eran enormes. Ya con la Primera Guerra Mundial en curso, Italia se colocó del lado de la Entente y, aunque terminó entre los ganadores, su posición no fue reconocida en los acuerdos de paz: pocas recompensas territoriales, una inflación cada día más alta y poco empleo. El ascenso del fascismo parecía imparable. La marcha sobre Roma y los «camisas negras» llevaron a Víctor Manuel a refrendar a Benito Mussolini como jefe de Gobierno. La Reina madre, Margarita, estaba entusiasmada con la regeneración prometida. Pero la Reina Elena, desde el palacio del Quirinal, nunca lo comprendió: ella jamás le llamó Duce.
Adiós a la monarquía
El Estado italiano se industrializó y despegó económicamente. También arregló sus problemas con el Vaticano, pero caminaba hacia el abismo. Cierto que la nazificación llegó una vez comenzada la guerra, pero la posición de la monarquía estaba comprometida. Los Saboya eran ahora, además, Reyes de Albania y Emperadores de Etiopía. En 1943 el giro de Víctor Manuel hacia los aliados no representaba más que un intento de salvar lo poco que quedaba de la confianza de su pueblo. La abdicación en su hijo, Humberto II, el 9 de mayo de 1946, representaba solo una huida hacia adelante. Su tiempo había terminado.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, un referéndum celebrado el 5 de junio de 1946 decidía el establecimiento de una República en Italia. Los Reyes partieron hacia el exilio y sus bienes fueron confiscados. De sus hijas, Juana, se había convertido en zarina de Bulgaria por matrimonio con el apuesto Boris III y es la madre del Rey Simeón. Yolanda fue condesa de Bergolo y la pequeña, María, se casó con Luis de Borbón-Parma, hermano de la Emperatriz Zita. Mafalda, considerada como una de las princesas más hermosas de su tiempo, había muerto prisionera de los nazis en el campo de Buchenwald en 1944.
En 2002 el Gobierno de Italia abolió el artículo de la Constitución que impedía a los descendientes varones del último Rey volver al país. Hoy la familia real sin trono se encuentra dividida y ha protagonizado algún escándalo mediático. Víctor Manuel, con amplio historial a sus espaldas y paso por prisión, es en la actualidad el Jefe de la Casa de Saboya. Sin embargo, su primo Amadeo de Aosta, demanda tal distinción por ser el suyo un matrimonio fuera de los cánones de la antigua realeza (ahora todo es distinto) al casarse con una antigua esquiadora plebeya, Marina Doria. Su hijo, Manuel Filiberto, lo hizo con una actriz. Los Saboya reclaman ahora las «joyas de la corona» custodiadas desde 1946 en una caja fuerte del Banco de Italia, en Roma. ¿Del Estado o de la dinastía?