Picotazos de historia
La condena de Mazeppa: cuando tu castigo queda inmortalizado en el arte
La vida de Ivan Stephanovich Mazeppa fue rica en aventuras y logros, aunque su final es más triste. Su principal legado nos viene de la fuerza de una imagen que, por siempre, lo inmortalizó en el subconsciente colectivo
Ivan Stephanovich Mazeppa (circa 1639 – 1709) fue hijo de un pequeño noble rutenio-lituano que vivía en la zona de la Podolia, frontera con el Dnieper, entonces parte de la Corona lituano polaca. Sus padres le enviaron a estudiar a la prestigiosa academia de Kiev, regentada por los jesuitas, de donde salió hablando: ruso, polaco, italiano, alemán y latín. Este dominio de los idiomas, junto con una mente despierta, buena planta y una personalidad seductora, le ganó el apoyo de su familia que no paró hasta enviarlo a la corte de Juan II Casimiro Vasa, Rey de Polonia y Gran Duque de Lituania. Al poco se había ganado la confianza del Rey, quien le encargó algunas misiones diplomáticas, desempeñándolas a plena satisfacción de su señor. Este alto favor y las alabanzas que recibía del monarca le hicieron ser blanco de envidias. Le empezaron a llover desprecios: por su origen rutenio y cosaco, por su pobreza frente a las grandes familias de la corte, por su fe ortodoxa frente al catolicismo de los polacos, etc. Uno de los insultos fue demasiado para él y desenfundó la espada para castigar al ofensor. El desenfundar un arma en la corte era delito merecedor de la pena capital. Juan II, sabedor de lo verdaderamente sucedido, suavizó la condena, exiliándolo a la Volynia (de donde era su madre) por un periodo de cinco años. Será en este lugar donde surgirá una historia que entrará en la leyenda y nutrirá a la pintura, la música y todas las demás artes, durante el romanticismo.
En el destierro
Dejamos al pobre Mazeppa en la Volynia –un asco en comparación con las alegrías y lujos de la corte–, desterrado pero con funciones. Como se aburría, puso sus ojos en la atractiva esposa del noble más importante de la zona, de apellido Falwosky. Como era joven, guapo, culto y simpático, alcanzó sus objetivos. La juventud no suele ser discreta y el marido se enteró de que le estaban poniendo los cuernos. El que seduzcan a la esposa no suele gustar al marido. Falwosky mandó prender al impertinente seductor y, desnudo, lo ataron sobre el lomo de su caballo, al que azotaron hasta que huyó enloquecido hacía los bosques. Tras varios días de desenfrenada cabalgata, el caballo llegó a casa de los padres de Mazeppa. Ivan estaba cubierto de cortes y desgarros, sobrevivió de milagro. Tras esta terrible humillación era impensable volver a la corte polaca o a las obligaciones que dejó en la Volynia, solo quedaba el huir a Hetmanato cosaco de Ucrania (de la palabra «hetman» cabeza o capitán entre los cosacos).
La imagen del joven atado desnudo a un caballo, galopando enloquecido por la estepa, mostró tener una gran fuerza evocadora. Convirtiéndose, con el tiempo, en una idealizada fuente de inspiración durante el romanticismo.
Una condena inspiradora
Lord Byron le dedicó una novela. Víctor Hugo un capítulo de su novela Les Orientales. Puskin le hace personaje central de su poema «Poltava» que, a su vez, será la fuente para el libreto de Viktor Burenin, que utilizaría Piotr Tchaikovsky para su opera «Mazeppa». Franz Liszt le dedicó uno de sus poemas sinfónicos. En pintura: Louis Boulanger desató pasiones con su obra, en la exposición del Salón de París de 1827. Tras la obra de Boulanger vinieron Theodore Gericault y Eugene Delacroix - ¡los más grandes! - seguidos por los menos conocidos Theodore Chasseriau, Nathaniel Currier, John Herring y Horace Vernet.
La vida de Ivan Stephanovich Mazeppa fue rica en aventuras y logros, aunque su final es más triste. Su principal legado nos viene de la fuerza de una imagen que, por siempre, lo inmortalizó en el subconsciente colectivo.