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La tripulación de MaineLibrary of Congress

Así contaron los periódicos de la época la explosión del Maine en 1898: ¿accidente o atentado?

Una de las hipótesis sobre la explosión de Maine culpa al periodista norteamericano William R Hearst, que atracó con su buque en la bahía de La Habana junto al destructor, cuatro días antes del hundimiento

El 15 de febrero de 1898, la noche era cerrada en La Habana. En la bahía estaba fondeado desde hace semanas el acorzado Maine, de la marina norteamericana. La mayoría de sus oficiales habían salido aquella noche y paseaban por la ciudad vieja cuando una fuerte explosión despertó a toda la ciudad. Su acorazado acababa de saltar por los aires y empezó a incendiarse entre pequeñas explosiones y gritos de auxilio. Suele pensarse que el detonante de la guerra entre Estados Unidos y España fue por culpa del Maine, pero el camino hacia un conflicto armado lo impulsó la prensa norteamericana que acusó a España, sin pruebas, de aquel desastre. Pero ¿se ha llegado a saber si fue un atentado o fue un accidente?

Minutos después a la explosión, el comandante del buque Alfonso XIII, que estaba fondeado muy cerca del Maine, ordenó a sus hombres que acudieran al auxilio de los supervivientes americanos que se habían lanzado al agua. La dotación subió a los botes y empezaron a rescatar a los americanos que estaban «heridos unos, abrasados no pocos y aterrados todos, luchaban con las olas y con la muerte», como narra un periodista de El Imparcial.

En Madrid se conoció lo sucedido a la mañana siguiente, por el telegrama que envió el general Blanco al ministro de la guerra, en el que avisaba de lo sucedido y afirmaba que había sido «por incidente indiscutiblemente casual, creyendo que sea explosión de calderas. En el momento del siniestro acudieron al sitio todos los elementos de esta capital para auxilio y salvamento: marina, bomberos, fuerza, todos los generales, entre ellos mí jefe de estado mayor; ha habido muertos y todos y comunicaré detalles conforme vaya adquiriendo información». La noticia llegó a Washington ese mismo día, y los periódicos como el Evening Journal o el The World, cuyo propietario era Joseph Pullitzer, ya hablaban de agresión y ataque con torpedos. Además, ponían en duda al propio comandante del Maine. Uno de los diarios –el New York Journal– ofreció el mismo 16 de febrero, una recompensa de 50.000 dólares para quien lograse descubrir si la explosión había sido intencionada y, en su caso, quiénes eran los culpables.

Este periódico ​ fue uno de los que afirmaron en un día que la explosión no fue accidental

Las hipótesis se acumularon los siguientes días y semanas, mientras las crónicas de los diarios españoles reflejaban cómo había sido el rescate de los supervivientes, que había sido gracias a las autoridades españolas. Los buzos de la Armada se encargaron de recuperar los cuerpos, mientras los sanitarios curaban a los heridos en la cubierta del Alfonso XIII y en las casas de socorro, hasta que llegaron las ambulancias militares para trasladarlos a los hospitales de San Ambrosio y de Alfonso XIII. Mientras, en Estados Unidos, la comisión de asuntos extranjeros del Senado impulsó una investigación sobre el incidente para esclarecer si se trababa de una negligencia de la tripulación o un ataque.

El New York Journal ofreció el mismo 16 de febrero, una recompensa de 50.000 dólares para quien lograse descubrir si la explosión había sido intencionada

En un primer momento, los senadores no quisieron acusar directamente a España pero, según iban pasando las sesiones, el clima se volvió cada vez más beligerante. La discusión sobre el Maine en el senado estuvo muy dividida. Algunos senadores dijeron que los miembros de la comisión debían «sospechar todo lo peor de esos españoles, que no son más que traidores vulgares y granujas». Al mismo tiempo, ambos gobiernos hicieron todo lo posible para enfriar la situación. El embajador español en Estados Unidos visitó el 18 de febrero la Casa Blanca para «transmitir al presidente de la República el más sincero y sentido pésame en nombre de la Reina Regente», según recoge el diario El año político.

Por su parte, el representante de los Estados Unidos en Madrid acudió al Palacio Real para agradecer las condolencias del pueblo español a la Reina regente María Cristina. A pesar de todo, las hipótesis sobre un ataque de torpedo o un sabotaje, que hoy entenderíamos como noticias falsas, se acumularon en los periódicos. No fue hasta 1975 cuando una investigación aclaró que el Maine había sufrido un accidente por la falta de mantenimiento de los explosivos que tenía a bordo.

Preparándose para la guerra

Los periódicos norteamericanos impulsados por figuras como William R Hearst, eran partidarios de responder con la fuerza a tal agresión. Publicaron numerosos textos acusando e insultando a España y consiguieron que la opinión pública se posicionase en favor de la guerra. En España, el 26 de febrero, Cánovas propuso a la regente la disolución de las cortes y el congreso. El nuevo presidente del consejo de ministros sería Sagasta, que debió enfrentarse directamente a la posibilidad de una guerra con Estados Unidos.

Algunos diarios como El Imparcial pidieron expresamente al gobierno español que preparase los buques para defender los territorios de Ultramar: «ya no es tiempo de construir una armada que se hiciera temer de nuestro adversario, pero todavía se puede, trabajando sin descanso, alistar el Pelayo, el Colón, el Carlos V, las fragatas Victoria y Numancia, el Lepanto y Alfonso XIII. Que deben acompañar muy pronto al Oquendo y al Vizcaya en aguas de Cuba, para impedir un golpe de mano en las costas de la Península». Pero los norteamericanos llevaban ya varias semanas con las fábricas de pólvora trabajaron a máxima actividad, y la marina norteamericana empezó a poner a punto sus buques y armamentos. El 21 de abril de 1898, el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra al Reino de España. Lo que sucedió a continuación es ya otra historia.