En la España medieval, a principios del siglo XII, Urraca I de León fue una de las pocas mujeres que ejerció la plenitud de poder real. Hija de Alfonso VI y su segunda esposa, Constanza de Borgoña, ascendió al trono –algo impensable en su época– demostrando sus dotes como gran monarca y su implacable carácter durante sus casi 30 años de reinado en los que estuvo en lucha continua contra los enemigos.
Ante la ausencia de un heredero varón, Urraca fue nombrada heredera y se le dio una educación acorde a su futuro papel. Fue comprometida con Raimundo de Borgoña. Sin embargo, tras el nacimiento de su hermanastro Sancho, este pasaba a ser el primero en la línea sucesoria de la Corona leonesa, relegando a Urraca al título de condesa consorte de Galicia. Sin embargo, la muerte de su medio hermano haría que «la Temeraria» –como apodaban a Urraca– volviese a ser la única heredera al Reino de León, pese a los intentos de su padre por desposarla de nuevo, pues no pensaba que fuese capaz de gobernar en solitario por lo que se concretó su matrimonio con Alfonso de Aragón («el Batallador»), en contra de su voluntad.
A pesar de ser monarca de plenitud en León, según el acuerdo matrimonial, Urraca debía tratar a Alfonso como «señor y esposo mío» creando una situación de vasallos y señor en el propio núcleo familiar.
El matrimonio fue un caos. Algunas crónicas apuntan incluso a malos tratos hacia ella y de un odio homicida hacia el pequeño Alfonso Raimúndez, heredero del anterior matrimonio de Urraca, al que el aragonés veía como un último obstáculo para hacerse con todo el reino. Cuando consiguió liberarse de aquel matrimonio y gobernar en solitario se puso al frente de sus tropas demostrando ser una gran estratega no solo defendiendo sus tierras, sino también ampliándolas.