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'Las expediciones de Alonso de Ojeda', obra de Augusto Ferrer-Dalmau

Alonso de Ojeda, el conquistador sin suerte

Abocado al fracaso fue, sin embargo, un pionero en cuyas acciones basaron el éxito los continuadores

Alonso de Ojeda representa perfectamente al conquistador español de primera hora. Un hombre impulsivo, valiente, con deseos de gloria y con una visión religiosa de su misión. Con sus contradicciones y violencias. Audaz en una aventura llena de riesgos, sin noticias ciertas de nada y una ignorancia total acerca del nuevo territorio y sus habitantes. Un hombre lleno de incomprensión que se sobreponía a las circunstancias gracias a la voluntad. Abocado al fracaso fue, sin embargo, un pionero en cuyas acciones basaron el éxito los continuadores.

Había llegado a América en 1493, acompañando a Colón en su segundo viaje. Destruido el fuerte Navidad que había dejado en el primero, y desaparecidos los hombres de la guarnición, Colón fundó Isabela en lo que hoy es Haití. En busca de oro, decidió adentrarse en el territorio, levantar el fuerte de Santo Tomás en la región de Cibao y dejar a su mando a un joven conquense llamado Alonso de Ojeda que, con astucia y osadía, logró capturar al cacique Caonabo, líder de los caribes más violentos, y lograr con ella la paz.

En ese momento debía tener unos veinticinco años como mucho y ya era veterano de la Guerra de Granada. En 1497, decepcionado, estaba de regreso en Castilla. Como tantos otros, se opuso a la arbitrariedad y opresión del poder de los Colones en La Española, abusos que acabaron con la vuelta del almirante preso y aherrojado a España. Al año siguiente, perdonado, se produjo el tercer viaje de Colón que tocó las costas continentales en tierras de la actual Venezuela y creyó haber llegado al paraíso terrenal entre el Tigris y el Eufrates. Sus distorsionadas noticias llamaron a la codicia.

La posibilidad de que los territorios fueran inmensos, y que no eran Cipango sino un nuevo continente, llevó a los reyes a pleitear con Colón por los privilegios concedidos en Sata Fe, es decir, el usufructo de todo lo descubierto y el monopolio de los viajes. El almirante renunció a regañadientes al monopolio, aunque siguió pleiteando toda su vida. Esto abrió la posibilidad de que otras personas organizaran expediciones al Nuevo Mundo mediante contratos o capitulaciones con la Corona, propietaria de las tierras descubiertas. Y de ahí surgieron los llamados viajes menores y, a partir de 1509, las dos primeras expediciones grandes a Tierra Firme, la de Nicuesa y la de Ojeda.

Gracias a la protección del obispo Fonseca, encargado por los reyes de los asuntos americanos dentro de su Consejo, pudo organizar una expedición junto a dos personajes importantes que ya habían acompañado a Colón: el piloto Juan de la Cosa y el italiano Américo Vespuccio. Partieron de El Puerto de Santa María el 18 de mayo de 1498 para explorar las costas de Tierra Firme. Ojeda llevaba el título de gobernador de Paria. Por exceder los límites de su gobernación, algo muy corriente en la época en la que no se tenían mapas, volvió preso a España en 1503. Pero no encontraron oro. El apresamiento de unos doscientos esclavos, todavía no se había prohibido la esclavitud de los indios, no bastó para contentar a los patrocinadores y el viaje resultó ser un desastre económicamente hablando. No fue condenado nunca.

Gracias al patrocinio del obispo Fonseca, Ojeda consiguió de la Corte autorización para un nuevo viaje y parte de la financiación y volvió a Tierra Firme en 1509 como gobernador de Nueva Andalucía, territorio comprendido entre el golfo de Urabá y el cabo de la Vela, en la actual Colombia.

Viajes realizados por Alonso de OjedaWikimedia Commons

Su nueva peripecia fue trágica. Al contrario que Nicuesa que era rico por su casa y podía comprar naos, Ojeda tuvo muchos contratiempos. Su amistad con Juan de la Cosa, experto navegante y veterano de América, le permitió financiar el viaje. El socio en La Española fue el licenciado Martín Fernández de Enciso, que partió después con refuerzos y llevando de polizón a Vasco Núñez de Balboa. Ambos acabarían siendo enemigos irreconciliables.

Ojeda pone rumbo a Cartagena y después a Urabá, su gobernación. Se conocía la costa por los viajes de Colón con Bastidas y Juan de la Cosa, pero nada del interior. Su territorio era inhóspito y estaba poblado por indios belicoso que los recibían con flechas envenenadas. Ojeda fue herido en una pierna y se salvó milagrosamente gracias a que cauterizó la herida con dos planchas metálicas al rojo blanco. Fundaron el fuerte de San Sebastián, primer asentamiento en Tierra Firme en la actual Colombia. El empecinamiento de Ojeda por encontrar oro lo lleva a enfrentarse a los indios en el interior del territorio selvático. Sus incursiones fueron un desastre y costaron la vida a Juan de la Cosa, entre otros. Mientras Ojeda iba a Santo Domingo en busca de ayuda, un joven Francisco Pizarro fue el encargado de sostener esa posición. Al final, sin capacidad de resistencia y hambrientos, los supervivientes de la aventura fueron rescatados por Balboa y llevados a Darién.

El empecinamiento de Ojeda por encontrar oro lo lleva a enfrentarse a los indios en el interior del territorio selvático

Ojeda había fracasado. Se le enjuició nuevamente pero sus protectores en la Corte lograron que, por segunda vez, no fuera condenado ni por las matanzas de indios ni por el mal mandar a los suyos. Era el fruto temprano de una época, un hombre que prefirió intentar a no hacer nada. Carecía de los conocimientos ciertos sobre la tierra que eran necesarios para el éxito. Su impulsiva voluntad no fue suficiente para vencer obstáculos. Pobre, cojo por la vieja herida, decepcionado, pero imbuido por una mística religiosa a prueba de todo, murió a principios de 1516 en el convento de franciscano de Santo Domingo. Blasco Ibáñez, que le dedicó en 1929 la novela El caballero de la Virgen, escribió: «Era el héroe de las nuevas tierras. Todos recitaban de memoria sus aventuras, agrandadas por el entusiasmo. Cada día iba en aumento su aversión hacia los antiguos compañeros de aventuras, odiándolos igualmente por su indiferencia o por las conmiseraciones que tenían con él».