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Barcos de Colón, maltrechos a causa del molusco de la broma, encallados en la costa de Jamaica en el año 1503

Barcos de Colón, maltrechos a causa del molusco de la broma, encallados en la costa de Jamaica en el año 1503

El último viaje de Colón a América en el que estuvo prisionero en Jamaica

Un naufragio en una isla exuberante, una aventura de supervivencia que durará un largo año, motines, enfrentamientos con nativos, pretendidas brujerías sobrenaturales y finalmente un rescate épico

El primer viaje de Colón y el descubrimiento de América fue un acontecimiento de tal magnitud que, en cierta medida, opacaría los logros de otras de sus gestas. Una de las relativamente desconocidas es la de su último viaje a América. De hecho, el cuarto viaje contiene tantos elementos sorprendentes que si España tuviese una industria cinematográfica similar a la anglosajona ya se habrían rodado varias películas sobre las increíbles peripecias del almirante en Jamaica. Tenemos un naufragio en una isla exuberante, una aventura de supervivencia que durará un largo año, motines, enfrentamientos con nativos, pretendidas brujerías sobrenaturales y finalmente un rescate épico.

El 3 de abril de 1502 Colón parte de Sevilla, para su cuarta expedición americana, con cuatro naves y 140 hombres, de los cuales una cuarta parte nunca regresarían, lo que da una idea sobre la dureza de aquellas singladuras. De hecho, llegan a Cuba con las naves en muy mal estado y con solo dos aptas para el regreso, «la capitana» y «la bermuda» con las que deciden volver a Santo Domingo, pero debido a los vientos contrarios, según escribiría luego Hernando, el hijo del Almirante que también participaba en la expedición, buscaron cobijo en Jamaica (en la que ya había estado Colón en su segundo viaje). Los navíos, en muy malas condiciones, fueron encallados finalmente en Santa Gloria, la actual Saint Ann Bay.

A la espera del rescate

La situación era extremadamente delicada. En Jamaica aún no existía ningún asentamiento castellano y era muy improbable que desde Cuba o la Española se enviase una misión de rescate. Colón consiguió cambiar algunas baratijas por víveres en los poblados cercanos, pero pronto los nativos comenzaron a hartarse de aprovisionar a los españoles, sintiéndose además incomodos por una presencia permanente y no esporádica como la vez anterior. Las naves no podían ser reparadas ni tenían los materiales apropiados para construir unas nuevas. La férrea disciplina del almirante a la hora de repartirlos, cada vez más escasos, víveres, así como el cansancio y la desesperanza de la tripulación en un rescate hace que aumenten las intrigas y los rumores de motín.

Ante esta situación desesperada, Colón encargó a uno de sus hombres más leales, el contador mayor de la flota, el zamorano Diego Méndez, la imposible misión de navegar en canoa hasta la Española en busca de socorro. Una enorme distancia si se tiene en cuenta que deberían remar, al menos, 170 km en mar abierto. La epopeya de Diego Méndez merecería por sí sola otra película. De hecho, estando destinado en nuestra Embajada en Kingston conocí a Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo, quien replicó en 1996, con una canoa construida en el Orinoco, la ruta de Méndez. Pero volviendo a este, tras muchas vicisitudes, ataques de nativos, su captura, su arriesgada fuga y en definitiva un primer intento fallido, volvió a intentarlo con dos canoas, una comandada por él y otra por el genovés, Bartolomé Fieschi, junto a seis españoles y diez arahuacos.

Hacer desaparecer la Luna

Mientras tanto, en la isla crecía el descontento. Tras una Navidad plagada de penurias se produce el motín protagonizado por los hermanos Porras, Francisco y Diego, uno capitán y otro contador, «ambos sin habilidad de estos cargos», como dejaría escrito el propio almirante en carta a su hijo Diego.

Los amotinados, a los que se unen 48 expedicionarios, se apropian de diez canoas amarradas al costado de las naves encalladas y siguen la ruta de Méndez; sin embargo, a su paso dejaron un reguero de asaltos y robos a lo largo de la costa que hizo sublevar los ánimos de los indígenas. El intento, ante un mar abierto cada vez más bravío que a punto estaba de hundir las canoas, se saldó con un humillante fracaso. Los sublevados regresan a la isla y volvieron a dedicarse al saqueo, su malograda hazaña y sus constantes robos tuvieron consecuencias. Estamos en el día 29 de febrero de 1504. Los arahuacos son ahora los que se rebelan y se niegan a seguir suministrando víveres. Ante esta nueva situación desesperada, Colón negoció con ellos y mediante un indio intérprete les dijo que era un gran brujo y que pediría a Dios que hiciese desaparecer la Luna llena. Los arahuacos no lo tomaron en serio, pero al llegar la noche y producirse el eclipse corrieron temerosos a pedirle disculpas y a ofrecerles alimentos y hospitalidad, de tal manera que Colón «ordenó» a la Luna aparecer de nuevo. Con aquel truco se ganó el eterno respeto de la tribu. En realidad, el almirante, erudito en astronomía, conocía la fecha del eclipse por el libro de Regiomontano, (Juan Müller), efemérides astronómicas que predecía los eclipses en los 30 años siguientes a su impresión.

Colón abraza a Diego Méndez en agradecimiento por su lealtad y valentía

Colón abraza a Diego Méndez en agradecimiento por su lealtad y valentía

Los días pasaron sin saberse nada de Méndez ni de Fieschi, por lo que se produjo un nuevo intento de motín, esta vez, como describe Morales Padrón en su Jamaica española, al mando de un boticario valenciano llamado Bernal, el motín que fue abortado gracias a la llegada de un pequeño navío con provisiones. Diego Méndez había logrado la descomunal hazaña de cruzar las islas en canoa. Sin embargo, aún tardaría unos meses en conseguir una nao lo suficientemente grande para rescatar a todos, por lo que el conflicto con los Porras y sus amotinados se volvió inevitable. Así el 19 de mayo tiene lugar la batalla. Por el lado colombino mandaba la tropa de unos 50 hombres el hermano del almirante, Bartolomé Colón; por el lado de los sublevados Francisco Porras y 48 hombres. La mayor moral, y la mejor estrategia seguida por Bartolomé, inclinó la balanza a su favor. El capitán Francisco Porras es apresado y los amotinados se rinden e imploran un perdón que el almirante les concede.

Por fin, en junio, vuelven a ver una vela en el horizonte, se trata de la nao que envía Méndez. Colón es finalmente rescatado. Atrás dejaba la isla de Jamaica y un largo año plagado de vicisitudes y aventuras.

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