Dinastías y poder
Cuando el gobierno torpedeó el matrimonio de una princesa protestante con un infante español
El Rey Alfonso XIII veía con buenos ojos el enlace entre su primo y la princesa británica, pero la suya era una «monarquía-constitucional» que se debía a las decisiones del gobierno. Y en España era necesario que los miembros de la Familia Real abrazasen el catolicismo. ¿Qué pasaría en estos tiempos?
En 1909, en plena ofensiva laicista, el Gobierno de Antonio Maura puso obstáculos a la celebración del matrimonio entre Beatriz de Sajonia-Coburgo y el infante Alfonso de Orleans. El Rey Alfonso XIII veía con buenos ojos el enlace entre su primo y la princesa británica, pero la suya era una «monarquía-constitucional» que se debía a las decisiones del gobierno. Y en España era necesario que los miembros de la Familia Real abrazasen el catolicismo. ¿Qué pasaría en estos tiempos?
Se conocieron en la boda Alfonso XIII en 1906. Ella era una princesa Sajonia-Coburgo, la menor de las hijas del duque de Edimburgo y la gran duquesa María de Rusia. Nieta, por tanto, de la Reina Victoria de Inglaterra. Él era el primogénito de la díscola infante Eulalia, hermana de Alfonso XII y menor de las hijas de la difunta Isabel II de Borbón.
En el baile que ofrecieron los Fernán Núñez con motivo del regio casamiento, él se declaró y ella le propinó una sonora bofetada. Pero volvieron a verse: Beatriz era la prima favorita de la Reina Victoria Eugenia y los encuentros entre las jóvenes parejas empezaron a ser frecuentes. La Granja de San Ildefonso, Coburgo, Munich, San Sebastián… Alfonso de Orleans y Borbón acababa de ingresar en la Academia Militar de Toledo pues quería servir a la patria en aquellos días en los que la guerra de Rif masacraba al ejército español. Poco a poco Ali y Bee –sus apodos familiares– empezaron a gustarse y el Rey alentó la relación.
El principal escollo para este matrimonio era la negativa de Beatriz de Sajonia a convertirse al catolicismo
El principal escollo para este matrimonio era la negativa de Beatriz de Sajonia a convertirse al catolicismo, tal y como había hecho la Reina. Existía, sin embargo, la posibilidad de una dispensa papal para uniones mixtas, siempre en el compromiso de educar a los futuros hijos en la fe católica. La regente María Cristina de Habsburgo –magnífica mujer de estado y firme cumplidora de la Constitución canovista de 1876– pensaba que esta opción era posible y apoyó el noviazgo.
El Rey dio su palabra, bastante ligera, de que no habría ningún impedimento. Sin embargo, el permiso para la boda nunca llegó. Ella era su fiancée, con el ajuar –trousseau, como se decía en la época– preparado y una magnífica colección de joyas proporcionada por su madre, riquísima y una de las mayores fortunas de la realeza. Él se había licenciado con honores en la Academia y esperaba destino. Hasta la infanta Eulalia les cedió su palacete de Quintana, próximo al de la Chata, para vivir en Madrid ¿Qué había pasado entonces?
En días de violencia anarquista, protestas sociales y guerra contra las cabilas en Melilla, el gobierno conservador de Antonio Maura no parecía dispuesto a dar su conformidad a una unión que, pensaban, podía dar ánimos a los sectores progresistas en sus demandas de libertad religiosa. Por otro lado, temían la reacción de los carlistas y el tradicionalismo. Decían además que la pareja nunca contaría con el cariño de los españoles. Así que el permiso del gobierno nunca llegó y Alfonso XIII como él mismo llegó a decir, era «un Rey constitucional».
La puntilla al embarazoso asunto vino cuando Alfonso de Orleans fue destinado al Rif. La familia de la novia entendió aquello como una solución para «hacerse matar»: lo consideraron una traición del Rey. Era el mes de julio de 1909 y el desastre del «barranco del lobo» llenaba los titulares de los diarios nacionales.
Pero el recio infante español, heroico y valiente, estaba decidido a viajar a Alemania para despedirse de su prometida e incorporarse al frente. Fue entonces cuando intervino el soberano de Coburgo, el gran duque Carlos Eduardo II –hijo del duque de Albany–, para sugerir un matrimonio acogiéndose a excepcionalidad de la dispensa de la Iglesia «Partida de la Mort». Y efectivamente, así hicieron: primero un matrimonio civil en Rosenau (residencia de Beatriz en Coburgo), después una sencilla ceremonia católica en la Iglesia de San Agustín y terminaron con la bendición protestante en el castillo de Callenberg. Alfonso y Beatriz eran marido y mujer. «Casados hoy, increíblemente felices. 17, 10 p.m.» dice el telegrama.
Pero aquella decisión se consideró desobediencia y no resultó del agrado de Alfonso XIII. El 16 de julio de 1909, Gaceta de Madrid insertaba un decreto firmado por el Rey en el que exoneraba a su primo Alfonso de Orleans de su condición de infante. Y les prohibía residir en España. La Santa Sede, según el diario L´Osservatore Romano manifestaba ser, «completamente ajena al hecho».
La pareja no fue rehabilitada hasta 1912, cuando pudieron establecerse en Madrid como uno de los principales apoyos de la Familia Real. Pero por poco tiempo pues un nuevo escándalo en 1916, provocado por los impulsos pasionales del monarca, los llevará a tener que abandonar España. Con los años, Alfonso de Orleans se convirtió en una figura pionera de la aviación española con participación activa en el desembarco de Alhucemas. Beatriz será la fiel confidente de la Reina Victoria Eugenia. En el libro de la familia real de España se registra la conversión al catolicismo de Beatriz de Orleans en Sanlúcar de Barrameda, el 2 de febrero de 1928, en la capilla del Palacio de Montpensier.