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El garrote vil, pintura de Ramón Casas de 1894

Una muerte anunciada 'a cajas destempladas': las últimas ejecuciones con garrote vil

España decidió sustituir la horca por el garrote vil, con el fin que «el suplicio de los delincuentes no ofrezca un espectáculo demasiado repugnante a la humanidad y al carácter generoso de la Nación Española»

Hasta el 24 de junio de 1983 estaba autorizado el garrote vil como método de ejecución. Aunque la pena de muerte había ido derogada, no así el instrumento ejecutor. El mecanismo se conoce desde la Antigua Roma. En la Edad Media se consideraba que la nobleza debía ser ejecutada mediante decapitación por espada. La plebe merecía un método más vulgar, de ahí que sea aplicara el garrote vil. De ahí «vil» que equivale a vulgar.

El garrote era un torniquete de cuerda que estrangulaba a la víctima. Permitía que esta muriera sentada. Se consideraba el ahorcamiento muy cruel, pues el ajusticiado estaba mucho rato sufriendo antes de ahogarse y morir. En el siglo XVIII en Francia se utilizaba la guillotina, un método rápido. En Inglaterra se adoptó el ahorcamiento con caída larga. Es decir, al ser la cuerda más larga se desnucaba al reo en vez de asfixiarla. Siguiendo esa humanidad en el momento de ajusticiar a una persona, España decidió sustituir la horca por el garrote vil, con el fin que «el suplicio de los delincuentes no ofrezca un espectáculo demasiado repugnante a la humanidad y al carácter generoso de la Nación Española».

Todo siguió igual hasta que volvió a ocupar el trono Fernando VII, después de la guerra de la Independencia. El 4 de mayo de 1814 reinstauró la horca. Tuvo que dar marcha atrás. En 1832 volvió a implantarse el garrote vil «para señalar que en este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada esposa; y vengo en abolir para siempre en todos mis dominios la pena de muerte por horca, mandando que en adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas de estado llano, un garrote vil la que castigue los delitos infamantes sin distinción de clase, y que subsista, según las leyes vigentes; el garrote noble para los que correspondan a la de hijo hidalgo».

El mecanismo evolucionó con los años. La cuerda se sustituyó por un collar de hierro, atravesado por un tornillo acabado en una bola. Cuando el verdugo lo giraba al reo le rompía el cuello. La muerte se producía por la dislocación de la apófisis odontoide de la vertebra axis sobre la atlas en la zona cervical de la columna. El bulbo raquídeo quedaba aplastado y al cortarse la médula, se produce un coma cerebral y la muerte instantánea. Existía una variante catalana, que incluía un punzón de hierro que penetraba por la parte posterior y destruía las vertebras cervicales. Como queda reflejado en un escrito del 1651, el garrote vil era «un instrumento ingenioso compuesto de dos mitades metálicas, que el ejecutor junta dando vueltas al tornillo y en un abrir y cerrar de ojos se está en la otra vida».

¿Había tres formas de garrote?

Como hemos leído anteriormente, el Rey Fernando VII habla de tres garrotes. ¿Realmente existían tres aparatos diferentes para cada caso? Hemos de contestar que no. Lo que diferenciaba si eras de estado llano, habías cometido delitos infamantes, o eras noble, era la manera en la cual uno llegaba al patíbulo. Así los nobles iban ahí en caballo y el cadalso estaba adornado con paños negros. Los de ordinario iban con mula o caballo y el cadalso no estaba adornado con ningún paño. Y los otros iban en asno, sentados mirando hacia la grupa o arrastrados. La ejecución se anunciaba con tambores de parche flojo, que se llamaban «cajas destempladas».

La última mujer ejecutada en España fue Pilar Prades Expósito. Condenada a muerte por el asesinato de Adela Pascual. En el cuerpo de la víctima se encontró arsénico. Fue ejecutada el 19 de mayo de 1959 en Valencia. Antonio López Sierra se encargó de la ejecución.

Uno de los casos que impresionaron a la sociedad de la época fue la ejecución de José María Jarabo Pérez Morris. Se le condenó por haber asesinado a cuatro personas en Madrid. El 4 de julio de 1959 Antonio López Sierra procedió a su ejecución. Parece ser que por falta de fuerza, al tener Jarabo un robusto cuelo, la agonía se prolongó más de 25 minutos.

Las dos últimas ejecuciones en España, por garrote, tuvieron lugar el 2 de marzo de 1974. Ese día se ejecutó a Salvador Puig Antich, en la cárcel Modelo de Barcelona; y a Georg Michael Welzel, conocido como Heinz Chez, en la cárcel de Tarragona. Welzel fue acusado de asesinar a un agente de la Guardia Civil, en la población de Hospitalet de l'Infant (Tarragona), el 19 de diciembre de 1972. Su verdugo, José Moreno Moreno, no tenía experiencia ni nadie le había explicado como funcionaba el garrote.

De ahí que no utilizara un palo para sostenerlo. Dos auxiliares aguantaron la pieza «para que este derecho y no se mueva mientras le doy a la manivela». El aparato no presionaba lo suficiente para provocarle la muerte. Creyendo que e cuello del reo era demasiado estrecho, lo desmontó, colocó una pieza de madera y volvió a montarlo. Esto se alargó 15 minutos, mientras Welzel gemía y sangraba. Al cabo de 20 minutos se certificó su defunción.

Salvador Puig Antic, anarquista, apodado «el metge» formaba parte del Movimiento Ibérico de Liberación. Se le condenó por el asesinato del subinspector del Cuerpo General de Policía de Barcelona Francisco Anguas Barragán. La Santa sede y en canciller alemán Willy Brandt pidieron un indulto que no se concedió. Fue su verdugo Antonio López Sierra.

Pudo haber otra ejecución, la de José Luis Cervetó Goig, en asesino de Pedralbes, al cual se le condenó a muerte en garrote vil por el doble asesinato cometido contra Juan Roig Hospital y María Rosa Recolons, el 4 de mayo de 1974. Lo absolvieron y encerraron en un centro psiquiátrico como consecuencia del trastorno mental que sufría. Las últimas personas ejecutadas en España fueron fusiladas el 27 de septiembre de 1975. Estos fueron los miembros de ETA Jon Paredes Manot «Txiki» y Ángel Otaegi y los militantes del FRAP José Humberto Baena, José Luis Sánchez-Bravo y Ramón García Sanz.